Jalisco

Replantear el valor de la labor periodística

Nuestras Policías terminan por ser un reflejo muy cercano de nuestra sociedad, también imperfecta

Discurso textual

Lo primero que quiero hacer es expresar un agradecimiento muy sentido a mi familia, a mis hermanos, pero particularmente a mis padres, a quienes sencillamente debo todo y lo seguiré haciendo, porque no conozco una forma de pago para tanta entrega.

Agradezco también al periódico EL INFORMADOR, porque su apoyo durante la elaboración de estos artículos fue completo y decidido; ahí estuvo siempre Jonás, mi jefe, para orientar e impulsar este tema. El periódico me ha permitido trabajar con personas a las que les puedo aprender algo todos los días, y en este sentido, no puedo dejar de mencionar a Víctor Wario, quien por cierto, hace muy poco cumplió 30 años de trayectoria periodística, por lo que no puede ser otra cosa más que un modelo para mí y para los otros que como yo, apenas comienzan.

Quisiera expresar dos ideas:

La primera, y que busqué estuviera presente en los artículos, es que el retrato de esta problemática de ausentismo en las instituciones de seguridad pública de la metrópoli, nunca pretendió ser simplista o maniquea, tampoco buscó dejar de reconocer ni un momento la relevancia de su función, ineludiblemente noble, e indispensable para el Estado.

Quiero destacar aquí aquellos testimonios que fueron recogidos de oficiales con un gran reconocimiento por su desempeño y honestidad, también la respuesta de corporaciones como las de Guadalajara y Tlaquepaque, cuya postura fue, lejos de la opacidad, muy transparente para la profundización de la investigación.

Si alguna conclusión me gustaría que surgiera de esta zaga, es que las Policías, nuestras Policías, como institución fundamental, con sus grandes virtudes y sus innegables vicios, terminan por ser un reflejo muy cercano de nuestra sociedad, también imperfecta.

Es decir, que podríamos dejar de percibir las inercias de ilegalidad y otras que creemos contrarias al bien común, como retos exclusivos de nuestras instituciones públicas, y de la clase política, por el contrario, me parece, son retos compartidos y comunes con la sociedad y sus distintos ámbitos, como la iniciativa privada, la iglesia y los medios de comunicación.

En este sentido y para redondear la segunda idea a exponer, no quiero perder la oportunidad para decir que así como este premio representa un incentivo muy efectivo para nuestra labor, creo también necesario, desde mi perspectiva, la creación de otros espacios en los que nos dediquemos a reflexionar sobre nuestra función tan relevante para la sociedad.

Es decir, un espacio donde dilucidemos si nuestros medios de comunicación están a la altura de la democracia que deseamos; donde podamos analizar si nuestro compromiso con la ciudadanía en la generación de información de calidad es firme; si hemos superado por completo la separación de nuestra línea editorial con nuestro departamento de ventas y con nuestras afinidades políticas; si hemos dejado de utilizar a los departamentos de comunicación gubernamentales para solicitar descuentos en multas, podas de árboles y cosas por el estilo.

Los medios hemos aprendido a exigir el respeto irrestricto al Estado de Derecho y a la legalidad, quizá haría falta, sin embargo, revisar si nuestro apego a tales conceptos es total, o si tenemos aspectos pendientes en legislaciones como la Ley Federal del Trabajo.
 
Exigimos también transparencia, pero como lo dice Héctor Aguilar Camín, la agenda privada que todo medio, todo medio tiene, sigue estando fuera del alcance de la sociedad. Figuras de lo que podríamos llamar una rendición de cuentas, como un defensor del lector —ha dicho este autor— que podría oxigenar nuestras redacciones, siguen siendo cosa rara.

El empoderamiento de la ciudadanía no puede entenderse sin la disposición de información de calidad, que fomente una reflexividad mucho más exigente, que no se conforme con declaraciones y trascendidos.  Si este empoderamiento es indispensable, lo es entonces dignificar la labor del reportero.

Quizá esté de más recordar que algunos colegas, aun de medios tan poderosos como los televisivos, trabajan sin una planta laboral y sus prestaciones correspondientes, otros siguen teniendo salarios de cuatro mil pesos mensuales. La pregunta sería: ¿ése es el valor que le damos a nuestra función dentro de una democracia?  

Algo bueno podría surgir si nos detenemos un momento a pensar sobre cuál debe ser la intencionalidad en nuestro trabajo: por un lado, la alimentación y replicación de una opinión pública establecida, con sus prejuicios y representaciones actuales, muchas de éstas anquilosadas y discriminantes; o por el otro, su reconversión y renovación gradual, pero continua, a partir de una confrontación incómoda, que debe provenir de una nueva crítica sustentada,  ya no sólo dirigida al ámbito público, sino también a la sociedad misma, poniendo en sus manos verdades siempre verificables.

Termino con una cita que se le atribuye a Foucault, cuando hablaba sobre su labor, que definía así y que me llena completamente: “Extraer de la contingencia que nos hace ser lo que somos, la posibilidad de no ser, hacer o pensar, lo que somos, pensamos o hacemos”.
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