Jalisco

Recuerdos perduran

La falta de pericia al volante y las malas condiciones de la Avenida Normalistas provocan un accidente con fines catastrófico

GUADALAJARA, JALISCO (23/FEB/2013).- El impacto cimbró la manzana. Antes de terminar en el jardín de uno de los edificios de Villas de San Juan, el auto golpeó un poste de luz y ocasionó que el suministro eléctrico se cortara en toda esa zona habitacional de la Colonia Independencia.

Después de los instantes de adrenalina todo fue silencio, un silencio que no estaba en sus planes escuchar. Pero no duró mucho. En minutos todo fue gritos, desconcierto, patrullas y ambulancias que se apuraban a revertir lo que ya no tenía solución: Javier, Alejandro y Fabián estaban muertos.

A sus 15, nueve y 18 años, los tres yacían adentro del coche prestado, atorado entre un poste y las rejas de un jardín, víctimas de una curva de la Avenida Normalistas que su corta experiencia no les permitió dominar.

Parecía divertido tomar prestado el carro de una clienta del taller, propiedad del padre de Javier y de Alejandro. Los carros no eran cosa nueva para ellos, sino más bien de todos los días. Pero ese 30 de septiembre de 2007, quisieron tomar riesgos. Salieron a dar una vuelta esperando regresar antes de que su papá se percatara, y llamaron a Fabián a la aventura.

Ya en camino, presionar cada vez más el acelerador era como aumentar la adrenalina del viaje. Pero no es buena idea en una avenida de tan poca calidad como Normalistas, la que atrapa con una curva a los conductores antes de llegar a Fidel Velázquez.

Todo pasó en un cerrar de ojos. Con el acelerador adentro, la curva y el viejo asfalto, la suerte jugó en contra de los jóvenes, que los aventó a su muerte en una manzana oscura.

Más de seis años después, el jardín donde se enclavó el coche ese día, hoy es colorido y resguardado por un gran perro dorado. El poste derribado se sustituyó por uno nuevo, de asbesto. La banqueta en que los jóvenes fueron a dar, luce como cualquier otra, sin rastros de tragedia.

Pero hay algo que se encarga de recordar que, aquella tarde, una familia se quedó sin dos hijos y otra más perdió también un miembro: un altar con nombres y fechas, que deja inscrito el cariño con que sus familiares se niegan a dejar ir su recuerdo.

Ahora, en la jardinera de esa banqueta está un tributo permanente a sus memorias, y tres cruces clavadas en la tierra no dejan de anunciar la tragedia. Aunque sus nombres los ha borrado la lluvia y el frío ha marchitado las flores, el recuerdo anónimo de sus vidas perdura en el camino donde las perdieron.
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