Jalisco

Receptora de cuitas ajenas

Según yo

Aquel atildado promotor se encontraba solo, y según alcancé a percibir, un tanto deseoso de entrar en acción, que para eso lo instalaron con mesa, sillas, computadora, vastos legajos de papeles y colorida folletería, en el corazón de un centro comercial.

Por algún sector de la retina me habían entrado ya, en más de alguna ocasión, las cifras exhibidas en una mampara dedicada a publicitar la venta de coches por medio de autofinanciamiento, de manera que me detuve brevemente frente a la que el trajeado individuo tenía frente a sí.

De tiempo en tiempo, y cada vez con más frecuencia, me ha dado por acariciar la posibilidad de cambiar de automóvil. Es en esos lapsos que me detengo a observar, no los autos nuevos para dar con el que cuadre con mis ambiciones, sino los planes de pago que ofrecen, con la esperanza de que exista alguno que coteje sin mucha dificultad con mis ingresos. Huelga decir que los primeros siempre devastan a los segundos, pero seguramente andaba yo recorriendo uno de esos tramos de fantasía automotriz, cuando el referido sujeto me pescó, y con más enjundia que tacto, doblegó mis intenciones de agradecerle la invitación y seguir caminando.

Cuando menos acordé, me vi sentada frente a él, cobijada por la mirada de los paseantes del lugar, escuchando una sarta de incoherencias numéricas, a cual más de incompatibles con mi absoluta y comprobable bestialidad matemática.

Por mis oídos se filtraron tantos montos, plazos, porcentajes, amortizaciones, cantidades revolventes y conexas, que me provocaron un ataque de hipoestima (dícese del estado de ansiedad causado por la toma de conciencia de la propia estupidez) y en el inconsciente logarítmico me comenzó a burbujear una especie de erupción masiva y fulminante. Mas, si semejante dosis de guarismos y ecuaciones administrada por la vía auditiva me sonó a imprecación, comencé a desear que siguiera fluyendo y atarantando mi entendimiento, antes que seguir escuchando al verboso vendedor que, súbitamente, se eligió a sí mismo como tema de una conversación de la que no veía yo la hora de desafanarme.

Por tan disparatada coyuntura, y con esa prosodia que se come las consonantes y alarga las vocales, me enteré que el susodicho era puertorriqueño, que estudió administración, que rentaba un departamento por quién sabe dónde, que era aficionado al futbol americano, que lo veía en una tele plana que acababa de comprar, que llegó a México con un auto con muchas letras y números en su marca, que lo vendió para poner a trabajar esa lana en una muy anunciada cooperativa que le redituaba sustanciosos intereses y que, desinteresadamente, no pretendía venderme un auto a plazos sino erigirse, a partir de ese momento, en mi experimentado asesor financiero.

De tal despilfarro de saliva, lo único que se me grabó fue el nombre de la sede de sus inversiones que, a la vuelta del primer año, le dejó sin lana, con deudas y a pata. Evidentemente, aquel vendedor me calificó más apta para servir de receptora de las cuitas ajenas, que como potencial y efectivo cliente que le abultara la comisión, así que la próxima vez, me la pensaré dos veces, antes de pararme a curiosear los precios de los autos de hoy.

patyblue100@yahoo.com
Síguenos en

Temas

Sigue navegando