Jalisco

Que no y que no

Prestar atención por educación, aunque dos minutos se conviertan en 15

Tan suertuda como ando últimamente, que por doquier me socorren con agraciadas concesiones que no he solicitado, nuevamente el azar me distinguió entre la veintena de individuos que transitábamos por una de las naves de un centro comercial. Sólo la intervención de una alada y milagrosa criatura pudo haberme convertido, justo en ese momento, en la elegida y blanco de la verborrea de un promotor bancario que decidió, en cuanto me vio atravesar su horizonte visual, que la mañana no se le iría en blanco.

Yo con mis prisas y él, con su porfiado propósito de no soltarme sin haber hecho su luchita, nos liamos en una apretada coyuntura que me llevó al punto de ignorar aquel precepto materno sobre la buena educación, que recomienda atender al prójimo que nos habla, antes de dar media vuelta y dejarlo con la palabra en la boca.    

Segura estoy que si mi progenitora se hubiera integrado a tiempo a la liberación femenina y le hubiera tocado probar sus capacidades repartiendo tiempo y paciencia entre casa, hijos, trabajo y relaciones públicas del clan entero, habría modificado sus lecciones de urbanidad o, por lo menos, no se habría dado tiempo para recetármelas con tanta puntualidad.

El asunto es que, como el enfático vendedor estaba haciendo su chamba, y yo pretendía llegar a tiempo a la mía, nos liamos en una infructuosa discusión que lo único que dejó en claro fue nuestras disímbolas nociones sobre lo que significa el par de minutitos que prometió quitarme y los casi quince que se tomó, para tratar de enjaretarme una conveniente, práctica y benéfica tarjeta de crédito.

En tanto él enunciaba las pertinencias de engatusarme con sus variopintos servicios, yo repasaba casi con horror la espeluznante experiencia con el último plástico que tuve y por la que me quedó un  saldo anímico y monetario del que aún no me repongo, por lo que resolví no seguir prestando oídos a su incansable perorata mercadológica. Y seguro andan los promotores en temporada porque, no bien llegué a mi sitio de trabajo, un nuevo agente bancario estaba entrando en contacto conmigo por la vía telefónica, para seguirme endulzando la oreja y doblegándome la paciencia con un discurso idéntico al que acababa de recibir.

Ya no sé si es la Divina Providencia manifestándose por medio de la concesión de inopinados empréstitos para solventar mis múltiples desvaríos consumistas o quién, sin conocerme, anda dando razón de la solvencia económica que me califica como botín para los promotores crediticios porque, esgrimiendo tal argumento como arma de venta, al menos tres agentes más me han socorrido con la gratuita sugerencia de encharcarme con el poder de mi firma.

A todos, como me enseñó mamá, escucho y agradezco la molestia que se toman, así como la saliva que invierten en dorarme la píldora, pero más agradecería que la primera negativa les bastara para no seguir insistiendo y que asumieran que no tengo por qué darles razón de mis motivos para no aceptar sus provechosos servicios.
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