Jalisco
Que no inventen
SEGÚN YO
Estoy cierta que, aún sin proponérmelo, me he convertido en su mayor reto, no sólo porque la mitad de sus frivolidades me parecen insufribles y la restante me provoca risa, sino porque se siente en la obligación de redimirme, haciendo puntuales observaciones sobre lo que me pongo, me cuelgo o me embarro.
De modo que casi se quiso morir con mis impertinencias cuando, en pleno concierto de empingorotadas y altruistas damas empeñadas en una benéfica causa, le elogié el colorido rebozo que andaba estrenando, a juego con un conjunto de manta (aclaró) importada de no sé donde, como si aquí no abundara la calidad y buenos diseños. “Pashmina, chula; se llama pashmina”, rebatió con celeridad, palmeándose las sienes para aligerarse la molestia y recurriendo a ese inaguantable tonito sermoneador que agarra, cuando estima que nos urge una lección de actualidad y gusto refinado. Y pos han de disculpar mi ignorancia y falta de lustre, pero además de que me purga que me llamen “chula”, eso que se enroscaba alrededor del cuello y hacía caer sus extremos orlados con barbitas era, a todas luces, ojos y pareceres, lo que desde mi infancia aprendí a identificar como un rebozo al que ahora le están usurpando la forma y uso bajo un nombre rimbombante que ni en el diccionario aparece.
No sé en qué estuvo que la referida me agarró de buenas y me arrancó la promesa de acudir a un evento al que más tardé en encontrar estacionamiento, que en arrepentirme de haber ido porque, finalmente, resultó ser una exótica mescolanza de moda, vacuidad y filantropía de difícil digestión para una mujer de tan silvestres trazas, como una servidora. Y no es que me las quiera dar de provinciana estupefacta ni de intelectualoide que ha trascendido las trampas de la fatuidad, pero si tuviera que ilustrar la aburrición (como por su sonora permisividad lingüística le decía mi abuela al aburrimiento), dibujaría a un grupo de señoras envueltas en “pashminas”, igualito a aquél con el que me tocó departir.
Al cabo de un rato entendí que, como se trataba de una reunión “de caridad”, fue el momento idóneo para ejercerla, dedicando cuatro horas a prestar oídos a las cuitas ajenas provocadas por las tarjetas de crédito, las agencias de viajes, los hoteles y las compras en el extranjero. Y siguieron prestándose al tema de las cremas, los perfumes, los accesorios, las buenas tiendas, los productos gourmet y los maravillosos utensilios italianos de cocina. Lo dicho: pura aburrición
patyblue100@yahoo.com
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