Jalisco

Qué ingratos con los tratos

Claro está; con eso de que conviven y deambulan entre tantos automotores, de todos tipos, estratos y colores, a los mecánicos y restauradores ni a calor les ha de llegar que uno más ingrese a sus aceitosos dominios

SEGÚN YO

 Paty Blue

 
Claro está; con eso de que conviven y deambulan entre tantos automotores, de todos tipos, estratos y colores, a los mecánicos y restauradores ni a calor les ha de llegar que uno más ingrese a sus aceitosos dominios o salga de ellos, ya sea bien reparado o medio parchado. En definitiva, no hay manera de transmitirles la angustia que suele experimentar quien, como su servidora, posee sólo uno, indispensable e insustituible vehículo sin el cual preferiría tirarse al ostracismo y la vida contemplativa, antes que salir al tráfago citadino por rutas y rumbos que no adivina o haciendo uso de transportes cuyo importe ni siquiera sabe cuánto cuesta y hasta da vergüenza andar preguntando.

Quince días fue el lapso prescrito por el facultado e inconmovible receptor de la agencia a la que me envió la compañía aseguradora con todo y carro, después de que éste se lió en desigual affaire con un minibús cuyo conductor ni conciencia tuvo del repegón que me dio, pero que me dejó en la salpicadera la indeleble huella de sus birlos y una llanta buena para las fogatas de los irresponsables contaminadores del ambiente.

Y dijeran ustedes, llegué con el puro motor andando y la carrocería a pedazos en un costal, demandando el rearmado de mi abollada unidad, pero ni siquiera había necesidad de remover una pieza o destornillar el motor para hacer la reparación correspondiente, por lo que eso de tomarse la mitad de un mes para pulir un tallón, rectificar las redondeces de un rin y proporcionarme un nuevo neumático me pareció, por decir lo menos, obsceno. Así que no hubo modo, ni ruego, ni relato futurista y apocalíptico sobre la debacle cotidiana que me sobrevendría si me quedaba sin auto, que pudiera impresionar al perito del lugar que me refrendó que mi vehículo estaría listo en quince días, ni uno menos y, probablemente, algunos más porque, según me confió el susodicho, parece que los camioneros han andado muy activos en eso de rebanar carrocerías ajenas.

Ante lo irrefutable de la situación y ensayando la más lacrimosa de mis actitudes frente al atufado servidor, le solicité que no me dejara a pata y me dijera más o menos qué día le tocaría el turno a mi coche para llevárselo con puntualidad y, de pasadita, podría ahorrarle el congestionamiento en el apretado espacio de que disponía para el aparcamiento de unidades en proceso. Pero tal parece que lo único que conseguí fue incrementar la impaciencia del sujeto quien, con más vocación de suplicio que de servicio, me lapidó con un estentóreo “así trabajamos nosotros, pero si gusta llevarlo a otro lugar...”

Si de gusto se tratara, con toda seguridad habría sacado mi charchina de ahí, pero cuando el seguro —que si la memoria no me falla, pagué de mi propio bolsillo— se hace cargo, parece que no hay modo de escoger un reparador más comprensivo y conciliador o, por lo menos, no tan altanero y sangrón como el que me tocó.

Desde ese día, llevo cinco pasando a pie por el sitio, sólo para observar que los infelices pusieron mi auto en hibernación y a mí en refriega de tiempo y energía. Qué recochina necesidad tienen, digo yo, de secuestrar un automóvil al que no piensan meterle mano en la siguiente semana. Esas son ganas de fregar al prójimo, pero ya qué.

Sólo espero que la huesuda, cuando se acuerde que existo y que ya es tiempo que deje yo de resollar, me cumpla el gusto de recogerme en un plazo idéntico al que ponen los reparadores automotrices para entregar un trabajo terminado. Eso, si antes no fenezco de agotamiento a causa de los innecesarios lapsos que imponen para realizar un trabajo que, no sabré yo de eso, pero a ojo de buen trailero, podría tomarles a lo sumo unas tres horas.

 

patyblue100@yahoo.com

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