Jalisco

—Pusilánimes

Siempre será más fácil cobrar por lavarse las manos

El doctor José Barba Rubio era uno de esos personajes singulares que por fuera parecían unos, y por dentro, en cuanto se les rascaba tantito, eran otros. Serio, adusto, agrio incluso a simple vista, traía por dentro toda la música que puede haber —valga la analogía— en una “guerra de bandas”. Alteño de nacimiento —era oriundo de Valle de Guadalupe— y por convicción (pese a que su escasa estatura física se obstinaba en desmentirlo), no desperdiciaba ocasión de proclamar las bondades del tequila de la región.

—El tequila es mejor que la unción de los enfermos... —sostenía.

Y explicaba: “El sacramento, según el catecismo del Padre Ripalda, cura el alma... y el cuerpo, si le conviene. Pues bien: el tequila cura el alma y el cuerpo... aunque no les convenga”.

—II—


La evocación del ilustre dermatólogo jalisciense —con todo el respeto que su memoria merece— viene a cuento por la mentalidad pusilánime que tiende a convertirse en el salvavidas de quienes tienen, aquí, la incumbencia de gobernar.

“Aquí”, valga el subrayado. No en otras latitudes... En Francia —por recurrir al ejemplo casi inevitable—, al presidente Nicolás Sarkozy no le temblaron las piernas: a despecho de las estridentes y costosas manifestaciones, sostuvo su iniciativa de reformas a la Ley de Pensiones, y consiguió la aprobación del Senado. Estaba en su contra la “vox populi”: los trabajadores, reacios a posponer la jubilación de los 60 a los 62 años, y los estudiantes que decidieron hacer causa común con ellos. A su favor estaban los números. Nada más... La reforma acabará por beneficiar a los trabajadores, porque un gobernante no debe hacer —jugando con la frase de Barba Rubio— lo que el pueblo quiere, y sí lo que más le conviene... aunque en primera instancia no lo entienda. Ya lo entenderá algún día, y entonces lo agradecerá.

—III—

Aquí, al parecer, se volvió una norma infalible de gobierno, a partir del episodio de los machetes de San Salvador Atenco, acogerse, comodinamente, al adagio de “al cliente, lo que pida”...

“¿Que no quieren aeropuerto?: pues no hay aeropuerto... ¿Que no quieren Macrobús?: pues no hay Macrobús. ¿Que no quieren paso a desnivel en la Minerva?: pues no lo hacemos...”.

Después de todo, siempre será más fácil cobrar por lavarse las manos —como Pilatos ante la turba que vociferaba “¡Caiga su sangre sobre nosotros!”—, que asumir a plenitud que gobernar es comprometerse.
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