Jalisco

¿Pos qué estoy pintada?

En cuanto di la vuelta sobre un tacón, lo último que alcancé a escuchar fue un “espérame un segundito, ahorita te devuelvo la llamada, ¿sí?”

patyblue100@yahoo.com

“¿Me permites un segundito?, ahorita te sigo contando”, solicitó mi interlocutora, descuartizando abruptamente la esdrújula que estaba profiriendo, durante la charla cafetera a la que me requirió, dizque para que le dispensara una asesoría. El “sí, como no, adelante” con que le acepté la interrupción ya ni lo escuchó, porque la voz del otro lado de la línea telefónica se convirtió en prioridad para su oído y atención.

El solicitado “segundito” transcurrió al cabo de casi quince minutos de tiempo real, media taza de café y una empanada completa que me almorcé para no quedarme viendo al techo o repasando la decoración del lugar, en tanto la susodicha despejaba un asunto que, evidentemente, merecía relegar el diálogo interpersonal para el que fui convocada.

Las mil disculpas ofrecidas al término del paréntesis solicitado no me alcanzaron para excusar que la dama en cuestión comenzara a picotear su tiliche celular, mandando nuevamente mis comentarios a segundo plano, porque le urgía “enviar un mensajito” que, a más tardar en quince segundos y con una melodía bien charra como anuncio le fue replicado, con la consiguiente demanda de su consideración. En este punto, sintiéndome no sólo pintada en la pared, sino como testigo forzado de las incumbencias ajenas, el ogro interior comenzó a rugirme, porque eso de ser requerida en calidad de observadora de la activa comunicación ajena, como que no se me da, amén de que no me parece digno ni decente que alguien se adueñe de nuestro tiempo para semejante ociosidad.

Así fue que, cuando el sofisticado aparatejo de la promotora de la malograda reunión se manifestó una vez más con una estridente tonada, con el chisguete de paciencia que me quedaba me levanté de la mesa, le solicité un “segundito” de su ocupadísima atención para hacerle saber que con gusto pospondría nuestro encuentro, en cuanto ella tuviera la libertad de atender el asunto.

En cuanto di la vuelta sobre un tacón, lo último que alcancé a escuchar fue un “espérame un segundito, ahorita te devuelvo la llamada, ¿sí?”, lo que me dio el tiempo suficiente para retirarme con la altivez de una condesa polaca venida a menos, pero con la convicción de que el celular, además de mantenernos al alcance de cualquiera, también nos concede la oportunidad de exhibir nuestra mala educación.

Quienes terminaron pagando la afrenta recibida fueron mis alumnos, a quienes esa misma noche advertí que, en cuanto sonara un teléfono que lesionara su de por sí dispersa atención y me usufructuara el rating como expositora, correría la misma suerte que el de un adolescente chino cuya maestra, en plena clase y harta de tan arbitrarias interrupciones, se lo arrebató y estrelló contra el suelo, según la anécdota cotidiana presentada durante la presente semana, en algunos segmentos televisivos,. Y lo siento por los que traen Blackberry, pero no me siento dispuesta a seguirme dejando ofender por un sofisticado cachivache y su pelado usuario.
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