Jalisco
Pos ora sí
Según yo
Con uno de esos veloces belicosos me tocó lidiar la semana pasada cuando, sin deberla ni temerla, el de marras me distinguió a gritos con toda suerte de adjetivos, nomás porque no le desocupé el carril por el que circulaba con la velocidad que le demandaba su neurosis. Al parecer, mi pachorra automovilística no sólo le sacó el tapón, sino que contagió a su copiloto quien, emparejando su auto con el mío, se convirtió en el vocero oficial del infausto y ofensivo sujeto, para hacerme llegar la justificación de su desfondada ira. “¡Qué mal manejas, qué bárbara, jalisquilla tenías que ser!”, escupió el aludido, antecediendo su apreciación con un vocativo impublicable que le surgió espontáneo, en cuanto vio mis placas auriazules.
¡Pos ora sí con éste!, pensé cuando, como dice la canción, se me acabó la fuerza de la mano izquierda y mi dedo medio estuvo a punto de erguirse para gratificar tan artera observación de aquel fuereño ejemplar de la más depurada estulticia. Huelga aclarar la procedencia de los ofensores, pero me quedé cavilando si el término jalisquillo encierra algunas desventajosas connotaciones o si ¿tendría yo que trasladarme hasta la capital, para que uno de esos engendros sabelotodo me enseñara a conducir en mi propia ciudad y entre mi misma gente?
Nomás eso me faltaba, pero el berrinche lo hice y no conseguí, siquiera, contestarles como se merecían porque, después de todo, seré todo lo atarantada que juzguen para manejar, pero no para ponerme en cuatro patas a ladrarle al perro que me pela el diente.
Pero quiso el destino justiciero que, apenas tres semáforos adelante, dos de mis atolondrados coterráneos, para colmo de la indignación automovilística de los inconsecuentes visitantes, vengaran la afrenta regional de que fui objeto, organizándose una carambola que, cual si fuera una torta cubana, dejó a mi potencial instructor de manejo desempeñando el rol del aguacate.
Ni por equivocación me da por regodearme con la desventura ajena, pero no puedo negar que encontré un gustillo perverso cuando llegué hasta el sitio del desaguisado y la mirada del prepotente artista del manejo se encontró con la mía, no por casualidad, cargada de fingida misericordia y hasta pena ajena. De modo que así, manejando como idiota y totalmente a disgusto de mis eventuales y desfondados críticos, llegué a mi destino sin penas ni sobresaltos.
patyblue100@yahoo.com
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