Jalisco
Por sus pistolas
Creo que los bancos enloquecieron o andan realmente urgidos por mantener abultado su padrón de clientes
Así que mi sorpresa rebasó lo mayúsculo cuando recibí una nueva misiva del citado banco, porque imaginé que algún saldillo desbalagado seguía comprometiendo mi historial y por ningún motivo les pagaría un centavo más de los muchos que erogué en su beneficio, toda vez que, meses atrás, la susodicha cuenta había quedado en ceros más redondos que mis ojos frente al reciente documento que abrí con madrugadores y furiosos manotazos de indignación.
Pero más se me abrieron al constatar que la epístola comercial me alentaba a que tomara nota de mi nuevo número de identificación personal, como anticipo de la flamante llave del mundo que a la brevedad me harían llegar, para que siguiera yo matando changos a trompadas y sepultándolos con el poder de mi firma, hágame usted el fiduciario favor.
Ni manera tuve de salir del estupor ante semejante concesión porque, no obstante mi recientemente expuesta pachorra en las cosas del pagar, los magnánimos administradores de los dineros ajenos me estaban concediendo la oportunidad de encharcarme de nuevo hasta el cogote. Y me siguió arreciando el pasmo porque así, sin que lo hubiera solicitado o hubieran tomado mi parecer, nomás por sus puras y llanas pistolas, no sólo me estaban abriendo un resquicio para ceder a la tentación de caer de nuevo en la insolvencia, sino que me estaban franqueando una puerta mucho mayor a la que acababa yo de cerrar, con tal que la palabra “límite” desapareciera de mi diccionario.
Definitivamente, creo que los bancos enloquecieron o andan realmente urgidos por mantener abultado su padrón de clientes, aunque sea en calidad de morosos porque, sólo así, me explico que habiendo pasado yo poco más de un año en la congeladora crediticia, nomás pagando y sin disponer, de pronto resuelvan gratificar mi idiotez con un plástico de alcances adquisitivos mayores. Seguramente, también soslayaron mi legendaria inscripción en el buró de crédito, del que soy miembro distinguido, casi cliente consentido, desde los aciagos años del “error de diciembre”, cuando el pelón Salinas nos hizo creer que podíamos estrenar casa y coche, y luego largó el arpa en manos de Zedillo.
Pero Diosito que es muy mi cuate, ya me salvó dos veces de recibir la tarjeta porque los mensajeros de la buena voluntad bancaria no me han hallado, y espero que no hagan puente el lunes para cancelar el operativo porque, me conozco, soy como el niño que con un martillo en la mano, lo que se le atraviese es clavo.
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