Jalisco

—''¡No se oye...!''

Sedes de Gobierno, en casi todo el mundo, parecían sucursales del añejo ''Club de Tobi''

Salvo para menesteres como los que convirtieron a Mónica Lewinsky en celebridad mundial, las sedes de Gobierno, en casi todo el mundo, parecían sucursales del añejo “Club de Tobi”. Ahí se cumplía al pie de la letra una consigna: “No se admiten mujeres”.

Relativas excepciones a la regla, en el pasado, los países monárquicos. Aunque se preferían los reyes, a los que se asociaba con conquistas y gestas similares, se aceptaba a las reinas. Ya en la era moderna, en las monarquías aplica la norma de que sus reales majestades —reyes, como en España, o reinas, como en Inglaterra...— “reinan, pero no gobiernen”.

—II—


En las democracias aún es un espectáculo relativamente novedoso que las mujeres lleguen, por decisión del pueblo, a los más altos cargos del Gobierno.

Ahora que Brasil —un país con una tradición de machismo similar a la de México— acaba de elegir a Dilma Rousseff como su primera presidenta, es previsible (otra afinidad con México) que proliferen las “piadas” (chistes) al respecto.

En todo caso, una de las mejores salidas humorísticas a la presión que se dio, a mediados del siglo pasado, a favor del pleno reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres, la aportó el célebre Sir Winston Churchill...

Hasta su oficina, en el Parlamento, llegó el rumor del vocerío procedente de la calle.

—¿Qué sucede? —quiso saber el Primer Ministro.
—Son mujeres —le explicaron— que amenazan con encadenarse alrededor del Parlamento, si no se les concede el derecho al voto.

¿Ordenamos que las retiren? —preguntó alguien.
No —respondió Churchill—; déjenlas. Tienen el mismo derecho que tendríamos los hombres a encadenarnos alrededor de un hospital, exigiendo que se nos conceda el derecho a la maternidad.

—III—


Dilma Rouseff se agrega a la lista que ya incluye nombres como Estela Martínez de Perón y actualmente Cristina Fernández en Argentina, Violeta Chamorro en Nicaragua, Mireya Moscoso en Panamá, Michelle Bachelet en Chile, y Laura Chinchilla en Costa Rica. Algunas prácticamente fueron delfines —mejor dicho, “sirenas”— de los gobernantes a los que sucedieron... aunque todas llegaron a la presidencia de sus países por la vía democrática. Un dato más: casi todas resultaron aprobadas —en primera instancia al menos— en el juicio de la historia.

(En los lóbregos sótanos en que residen los poderes fácticos, en México, un susurro casi imperceptible repite el leit motiv del viejo chiste: “¡No se oye...!”).
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