Jalisco
No inventen
SEGÚN YO
Con un volantazo por el que casi compromete la integridad física propia y la ajena, se orilló sobre una rampa para indagar lo sucedido con aquella minúscula versión de Houdini, quien se había saltado las trancas y librado de cuanto la atenazaba a ese sillón especial para infantes que van de un año y tres cuartos, hasta dos años con tres meses, sobre todo contando con que no mucho tiempo atrás lo había sustituido, cuando su dulce niña rebasó los parámetros especificados para bebés de cero a uno y medio años. No era posible que la chiquilla, por la sola ley de su reverenda gana y en un temerario acto de emancipación, con sus tiernas y torpes manecitas hubiera echado por tierra tantos años de investigación posturopédica y, y a juzgar por el júbilo que le provocó su proeza, se hubiera descontado de un garnuchazo a los sesudos expertos en aditamentos y refajos de seguridad automotriz infantil.
Mediante una conclusión tan sumaria como expedita, la joven mamá elaboró su veredicto y se planteó la insoslayable emergencia de adquirir la silla especial para salvaguardar a niños de 28 a 36 y cuarto meses, porque no podía poner en riesgo, ni un minuto más, la preciada humanidad de aquella inquieta infantita con tanta iniciativa. Por el momento, no contaba con los dineros para hacerlo, pero ahí estaba el plástico redentor de las causas inaplazables, y no darse a la tarea de adquirir el nuevo armatoste, equivaldría a omitir la compra de un medicamento de urgencia para contrarrestar los perniciosos efectos de un virus chocarrero.
Cuando me confió el motivo de su desazón y apuro, no pude más que esbozar la benevolente sonrisa de una matrona comprensiva, antes que soltar la carcajada de una mamá cuyos hijos sobrevivieron sin tanta payasada que las progenitoras de hoy han vuelto indispensable y que lo único que ha conseguido proteger es la buena salud y seguridad de la industria abocada a diseñar, fabricar y promover el tilichero más inútil y efímero del planeta.
Y seguramente, mi sobrina ha calculado que su retoña pasará la vida sentada, porque por hoy, un buen sector de su casa se encuentra ocupado con sillas para comer, dormir, jugar, saltar, columpiarse, bañarse y comenzar a caminar, además de otros tantos trebejos inventados para los más disímbolos propósitos. Lo paradójicamente divertido es observar a la pequeña gateando a sus anchas, zarandeándose en los cordones de las cortinas y negándose a comer si no le conceden el privilegio de sentarse a la mesa, como los adultos, en una silla normal. Juar, juar.
patyblue100@yahoo.com
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