Jalisco
Ni a cuál irle
SEGÚN YO
Agenciarse el voto anónimo de quienes tampoco conocemos siquiera su apelativo es una prioridad sin tregua que los deslavados candidatos se han impuesto, a toda costa, a como dé lugar y por todos los medios, incluso, profanando por la vía telefónica el breve espacio vespertino que algunos nos concedemos en la jornada cotidiana, y eso sí que no tiene perdón de Dios, ni el IFE debiera hacerse pato al respecto.
Iba yo apenas entrando a casa, cierto día de la semana, cuando sonó el teléfono y corrí a contestarlo. Del otro lado de la línea, una voz femenina y muy correcta, me saludó con amabilidad y solicitó saber si estaba hablando con la "señora de la casa" (indigesto genérico que despersonaliza y hunde en el anonimato doméstico) y, sin indagar más, procedió a recitarme un meloso mensaje que, en principio, me pareció tan apocalíptico como esos que algunos apóstoles madrugadores le recetan a uno en cuanto abre la puerta.
"Vivimos en la inestabilidad, la zozobra y el desaliento... (¿vivimos kimosabi?, pos ¿por cuáles rumbos habitas que te tratan tan mal?, pensé), y es momento de unir nuestros esfuerzos para que todo cambie y recuperemos la dignidad... (¿dónde se te perdió?, seguí pensando), y sólo hay una persona que nos puede ayudar a salir de los problemas en que nos han metido los malos gobiernos... (¡Supermán!, ¡no me diga que sí existe y que aterrizará en México!).
Cuando uno llega a casa, después de una intensa jornada laboral en la que nos vemos obligados a multiplicar las tareas, con tal de salir de los problemas en que nos han metido los malos gobiernos, lo primero que traemos agotada es la paciencia, así que intenté frenar la elocuencia de mi súbita preceptora política, para manifestarle mi deseo de no seguir escuchando sus novedades. ¡Por Dios!, pasaba de las tres de la tarde, andaba yo en pie desde las seis de la mañana, no había siquiera desayunado con decencia y, si de por sí la demagogia no me cae ni envuelta en huevo, menos disposición tengo a que me la receten por teléfono, adueñándose del poco tiempo del que dispongo para comer.
Pero la empeñosa emisaria no cejaba en sus exhortaciones ni daba trazas de colgar en tanto no me suministrara su rollo completo porque, según manifestó, se había impuesto la obligación de incitarme a reflexionar sobre el incierto, tenebroso y patético futuro que me esperaría, si osara yo favorecer con mi voto a la opción equivocada.
No pude menos que admirar su esfuerzo, maravillarme de su solvencia verbal y felicitarle por su imbatible optimismo, pero no era momento de acatar a su interrogatorio sobre mis preferencias políticas, ni de comprometerme (por fin salió el peine) a invertir mi voto a favor de su candidato, el próximo 5 de julio. A ver qué pienso de aquí a entonces porque, como decía mi abuela, "ni a cuál irle".
patyblue100@yahoo.com
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