Jalisco

Me doy de topes

Según yo

Y pensar que mi hijo siempre quiso ser futbolista, y que hizo cuanto estuvo en sus tiernas extremidades y férreo temple por conseguirlo. Hasta berrinche me da recordar el día en que su padre y yo, con los brazos en jarras y el ceño fruncido, le llamamos a cuentas por su sinuoso desempeño escolar y le impusimos la más desatinada de las consignas, sin concederle defensa ni derecho a réplica: no más futbol y a refundir camiseta, tacos, calzoncillos y balones. No había vuelta de hoja y, sin tomar en cuenta su mayúscula frustración ni las dotes que, según su rumboso entrenador, le hacían destacar entre el chiquillero, lo extirpamos de la cantera Chiva en la que dos años atrás lo inscribimos, patrocinamos y nos consumió buena parte de la vida en llevadas y recogidas.

En contubernio con sus maestras del momento, resolvimos que aquel adolescente temprano debía renunciar, por su propio bien y con miras a su futuro, a la intrascendencia deportiva, toda vez que debía aplicarse, con un fervor que evidentemente no tenía, a las asignaturas contenidas en un programa académico que, si la memoria no me falla y me han de disculpar, databa desde mis días de estudiante y por tantos años había venido demostrando su inutilidad como preparación para la vida práctica y el desempeño laboral.

Al término de la secundaria, gracias a la férrea imposición paterna y el riguroso esfuerzo docente ejercidos al alimón sobre mi hijo, obtuvimos una especie de Frankenstein académico, formado con retazos de un mediano dibujante, un biólogo mediocre, un mal físico, un pésimo matemático y un futbolista frustrado que, finalmente, optó por dedicarse profesionalmente a la música que finalmente le llenó cabalmente sus aspiraciones y le da para comer tres veces al día.
La desabrida constancia, prueba fehaciente de su magra vocación por el conocimiento adquirido en las aulas, no fue precisamente un documento que satisficiera nuestro pulido empeño en labrarle un futuro ajeno a sus intereses y terminó rodando por ahí, al igual que el balón que no agarra rumbo a la portería, perdida en los archivos de algún liceo no muy organizado que tardó un lustro en regresarla.

En suma, fuimos varios los frustrados porque no es que admita que en mis vástagos quise hacer la inversión de mi vida, ni que acaricié la posibilidad de que, en reciprocidad por tantos útiles escolares, uniformes, mochilas de los monos de moda, gansitos, frutiquekos, medicinas, paseadas, desvelos, similares y conexos que implica criar un hijo, en un futuro no muy lejano me sacaran de trabajar. Pero hoy me doy de topes y hasta quisiera hacerme el haraquiri con un lápiz sin punta, nomás de leer lo que los clubes futboleros, nacionales y extranjeros, ofrecen pagar a un individuo por echar patadas, y ver a mi hijo esforzándose por salir adelante con la carga que “por su bien”, y sólo por eso, le echamos encima.

patyblue100@yahoo.com
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