Jalisco

Mal de alturas

Guadalajara ha tendido a crecer demasiado horizontalmente

De vez en cuando aparecen situaciones en las que surgen desarropadas algunas actitudes ventajosillas y oportunistas que normalmente se ocultan entre las complicidades que imploran hacernos de la vista gorda, pero que a la luz de sus tan obvias contradicciones descubiertas, no nos queda otra más que aceptar lo absurdo de la ocasión. Y así nos ha ocurrido recién con la curiosamente llamada “Torre Q”, que en medio de rebatingas legales ha sido condenada a ser derribada una vez terminada su construcción, por haberse excedido en el número de pisos permitidos. Es sólo un caso más entre una lista amplia de nuevos edificios altos recientemente declarados “ilegales” en los medios locales.

En sus hábitos, Guadalajara ha tendido a crecer demasiado horizontalmente, lo cual ha sido reforzado por las ordenanzas de edificación y construcción que limitan la cantidad de pisos y habitantes permitidos sobre la superficie urbanizada, favoreciendo así el lucrativo negocio de la especulación sobre las tierras rurales aledañas.

Aquí, nuestra ya anacrónica reglamentación urbana sufre de mal de alturas y obesidad burocrática con anorexia y miopía arquitectónica.

Por otro lado se reconoce que el decrecimiento demográfico del municipio de Guadalajara se ha vuelto una preocupación. Que la población va aminorando en cantidad y envejeciendo en promedio. Que la infraestructura de calles, drenajes, tuberías y cableados ha sido pobremente aprovechada. Esto ha despertado la necesidad de animar el repoblamiento de la zona original de la metrópoli mediante el fomento de una mayor densidad en la
capacidad y ocupación de nuevos edificios habitacionales y sus entornos.

Vista desde la perspectiva de lo que requiere la ciudad desde hace ya varias décadas, la Torre Q debería ser motivo de elogios y premios. Su dinámico estilo de diseño y la variedad de usos internos del espacio construido son más bien un ejemplo de lo que la ciudad debería presumir en lugar de abuchear. Con este sentido, quisiéramos más construcciones de éstas.

Sin embargo, además de la demolición inminente de la Torre Q de Providencia, algunas otras sentencias mediáticas a edificios “violatorios” son: la revocación de la licencia de la (otra) Torre Q Country; la revocación de la licencia de una obra situada entre las calles Montreal y Pompeya; la clausura de la (otra más) Torre Q
Hipódromo; la advertencia de que la Torre Due en Chapalita no pase de sus niveles permitidos; la reducción a la aspiración de altura del edificio “Black Swan”; y la demolición de los pisos excedentes de Horizontes Chapultepec.

En el caso del complejo de Horizontes, se acusa que contraviene lo indicado en los planes parciales (además de que la obra ocasionó daños a las casas vecinas). Allí se construyen 19 niveles donde se estipula que el máximo sobre el paseo de Chapultepec debería ser de 11 y por la calle de Marsella sólo cuatro. La Torre Q Country presume licencia para 12 niveles, en una zona de cañadas que sólo permite dos. A la construcción ubicada en la calle Montreal, se le permitió construir cinco niveles cuando se acusa que sólo se deberían permitir dos. Que la Torre Q Hipódromo proyecta 12 niveles en una zona de mantos freáticos que sólo permite dos. Que la Torre Due Chapalita planea seis niveles en una zona habitacional que permite tres como máximo. Al Black Swan se le reclama sus ocho niveles sobre la avenida La Paz, que permite seis, y los seis niveles sobre la calle Juan Ruiz de Alarcón, que permite cuatro.

Esto (que no deja de parecerse al pleito del recreo escolar, con sus “tu dijiste e hiciste y yo voy a acusar”) más bien nos exhibe la falta de oficio urbanístico que sufre nuestra ciudad, en lo profesional, lo empresarial, lo social y lo gubernamental. Mientras estemos estancados en la cultura de la usología del suelo y su planeación parcial, nunca llegaremos a la altura de la gestión que una ciudad como la nuestra requiere. Le sobran ganas, le escasea oficio y le falta liderazgo. Dejándola sola y a la deriva, esta tendencia condena a la metrópoli a perderse en el fracaso de su propio progreso.
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