Jalisco
Los intercambios me caen bien gordos
Se le pone precio y se atiende a las peticiones expresadas
Es por demás, y mis mociones para evitar tan sarnosa costumbre en la familia son ya tan legendarias y repetitivas, que ni el favor me hacen de considerarlas, aunque sea por darme el gusto una sola vez y evitarnos, todos, el repelús y desencanto que invariablemente provoca la entrega y recepción de un presente obligado.
Para acentuar tan deslustrada usanza, al potencial regalo se le pone precio y se atiende a las peticiones expresadas con antelación, pero tampoco son tomadas en cuenta, ya que cada cual regala lo que le da la gana u obtiene del previo y también frustrante intercambio en su trabajo.
Y no es que mis arcas personales rebosen su capacidad metálica o crediticia para multiplicar mis dádivas, sino que me resulta más significativo repartir los 500 pesos estipulados entre modestos y sorpresivos presentes para todos, que invertirlos en uno solo para quien nos toque o le toquemos en suerte, generalmente, mala, cual fue mi recientísimo caso, cuando tuve que andar la legua comercial para ubicar qué podría yo obsequiar al concuño cuyos gustos y aficiones no he logrado desentrañar al cabo de tres decenios.
Si el sujeto no lee (por gracia de Dios, ni siquiera periódicos para que se entere de que lo estoy ventilando), no le entusiasma el cine, no usa corbatas, no tiene oficina, no bebe alcohol, se las da de gusto refinado en el vestir, no cualquier prenda se ajusta a su enorme talla y, además, no goza de mi particular afecto o simpatía, ¿qué rediantres se le puede regalar?
Y, a ver quién me puede sugerir ¿qué destino puedo dar a la representación en fina cerámica de una ninfa anoréxica y retorcida, como deseando ser alcanzada por un fauno lujurioso y retozón? ¿Cómo puedo asociar siquiera semejante engendro con la serie de televisión que solicité, cuando me preguntaron qué me gustaría recibir?
No me queda más que esperar la venturosa coyuntura social para que el lucidor chimborrio encuentre nuevo dueño, siguiendo el rumbo que, al cabo de sucesivos intercambios, han tomado los vasitos tequileros de cristal cortado, la bufanda de estampado felino rebordado con pedrería y los guantes felpudos que me resigné a regalar más delante, cuando se frustró mi pretendido viaje a Siberia.
Fuera de esas minucias, la convivencia navideña con el clan fue, como espero que haya sido la suya, cálida, armoniosa y en el marco de una pantagruélica comedera que aún no acabo de digerir, pero que tendré que apurarme para hacerlo, porque ahí viene la del Año Nuevo. Un abrazo para todos.
Síguenos en