Jalisco

Leonardo Daniel: in memoriam

LA CRÓNICA NEGRA

Miles de calificativos peyorativos, un número colosal de sugerencias para una muerte cuya violencia raya en la hipérbole, desprecio unánime de una sociedad atónita y una triste y cruenta historia por detrás. Si bien cada relato de muerte —salte o no a la luz pública— es un duro golpe para los co-protagonistas del deceso, el acto por el cual Roberto Jonathan Quirarte León recién llegó a prisión desquició la forma de percibir un homicidio para la comunidad jalisciense, e incluso para aquellas cuya geografía se vuelve más cercana gracias a la tecnología.

La población entera hizo propio el caso y repudió en una sola voz el que un niño de tan sólo año y medio pereciera a manos del hombre que, de acuerdo con las “sanas costumbres”, habría de procurarle educación, cariño y protección.

El momento y circunstancias exactas bajo las cuales caviló el inicio del ataque sólo Jonathan Quirarte las conoce. No las ha mencionado. Quizás eso sea lo único que guarde para sí mismo, pues ante la Procuraduría de Justicia reveló a detalle los abusos que, dijo, ya rebasaban los 60 días. Dos meses durante los cuales un tierno bebé —con tanto carisma en fotografía que movilizó a un ejército de ciudadanos altruistas, quienes hicieron temblar a la Web con el reenvío constante de peticiones de búsqueda— sufrió por “caerle mal” al joven de 24 años que su madre le eligió como padrastro. Cuatro días demoró dar respuesta al caso. Un tiempo récord que se aplaude y celebra, aunque la resolución en esta ocasión no requirió de una extenuante labor de búsqueda, pues el responsable llegó a las puertas de la fiscalía estatal con un fingido rostro de culpa pero una evidente preocupación que no pasó desapercibida para los agentes investigadores, quienes desde el primer momento ya sugerían que “algo” extraño había en la actitud del hombre aquél que describía cómo su hijastro le había sido arrebatado con lujo de violencia.

Su coartada pronto habría de derrumbarse. Él mismo declaró conocer con anticipación que sería descubierto en cualquier momento. Los abusos en contra del pequeño, que ya habían rebasado las barreras de lo físico-externo, ahora provocaban un daño psicológico irremediable al atentar contra su interior. Jonathan supo que serían evidentes en cuanto algún doctor lo revisara, y la respuesta que encontró para evitarlo: terminar con su vida.

Golpearlo sin cesar, cegado por la desesperación del abominable acto cometido y alimentado por un llanto instintivo que el niño usó como defensa única… la cual lamentablemente no logró burlar las cuatro paredes de la habitación en que se encontraban.

Extraordinario, que un individuo sin vicio alguno y con un nivel socioeconómico por encima de la media —aunque víctima del desempleo y bajo protección económica de su mujer— pensara en atentar de esa forma contra el infante que le fue encargado por su compañera de vida. Pero fue muy tarde ya. Los puños acabaron con las lágrimas de impotencia y del simpático rostro que, horas después, Facebook y Twitter se encargaron de circular para un bien común, sólo emanaba un leve respiro.

Inútilmente, el padrastro trató de resucitarlo, pero a cada segundo que transcurría la vida abandonaba al pequeño cuerpecito, no había forma de retenerla. Su dolor había sido bastante… la muerte sugirió que merecía de un buen reposo. El nerviosismo abrazó con fuerza a Roberto Jonathan, éste improvisó y la idea surgió de repente: una vez que abandonó el cuerpecito de su hijastro (cerca de las ruinas arqueológicas del Ixtépete), corrió hacia el trabajo de su esposa para narrarle una historia fantástica, en la cual un malévolo personaje armado de tez morena y ojos saltones le arrebató al niño y abordó una Voyager para perderse de su vista, a pesar de que trató de rescatarlo por toda vía posible, lo que —curioso— sólo le causó unas raspaduras.

Con dicha historia, la pareja acudió a toda vía electrónica, y una gran campaña de ayuda mediática nació. La petición de búsqueda del simpático bebé inundó cientos de cuentas de correo, e incluso la joven madre pidió ayuda a una televisora, para ante cámaras clamar por ayuda divina y la pronta aparición de su primogénito. Su esposo, la “víctima de secuestro” se rehusó a cruzar palabras con la prensa. Dos días más tarde, aquel individuo que evadió las cámaras era expuesto por las autoridades, ante quienes, tras verse acorralado, desmintió la versión del hurto y jugó su última carta de salvación con el pretexto de un fatal accidente que tuvo al cargar en brazos a Leonardo. Finalmente, reveló que tras abandonar a su víctima en las ruinas, el pesar de que la fauna atacara el cuerpo del niño le impidió el sueño y lo llevó durante la madrugada a un cerro ubicado en Juanacatlán, donde lo “protegió” con piedras.

Los investigadores exigieron que los llevara a la ubicación exacta en el Municipio conurbado y, una vez ahí, el infanticida confeso terminó por narrar a detalle el móvil. La resolución del fiscal que cruzó palabras con él no requirió mayor trámite que esperar a que el término constitucional venciera. Su traslado al Centro Penitenciario ocurrió durante la madrugada del sábado 27 de marzo de 2010. Las autoridades demandan que su estadía detrás de barras se prolongue hasta 40 años: la pena máxima legal, pero la sociedad ha inundado foros sugiriendo a la Ley alternativas mucho menos ortodoxas que ella misma ha catalogado como “La Verdadera Justicia”, para el ser que, hoy por hoy, se ganó la rabia de Jalisco.
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