Jalisco

Las víctimas tienen nombre…

''Se llevaron los cuerpos justo cuando los iban a sepultar''

CIHUATLÁN, JALISCO (18/OCT/2011).- Irene Rebolledo se llamaba. Ella fue la primera dama que la muerte hizo suya como daño colateral a la estela de destrucción que dejó a su paso el huracán “Jova” en Jalisco. Tras la mañana siguiente al impacto del meteoro en la costa de Cihuatlán, se le reconoció justamente así, como la primera víctima de la tormenta. Tanto medios como la propia autoridad la encasillaron a ella y su pequeño de cinco años como los primeros decesos de la tormenta; sin embargo, su familia y vecinos le recuerdan como Irene, la dama que a su deceso dejó en el desamparo a su familia entera.

El menor de los males: que la vida para ella y su pequeño se esfumara mientras ambos dormían “plácidamente”. Así es como lo quieren ver, pese a que asegurar tal vaticinio es totalmente imposible. Irene, cuentan, descansaba en su modesta casa de lámina, cuando el viento y lluvia que “Jova” atrajo provocaron un deslave y toneladas de tierra y lodo la sepultaron.

Su madre, doña Carmela, hacía lo propio en un cuarto contiguo, un lugar donde la naturaleza no quiso molestar. Una vez que la mitad de su hogar desapareció, la señora buscó el auxilio de la comunidad para hallar a sus familiares. Su clamor nunca surtió efecto; los gritos de decenas de árboles arqueados toscamente por intensas ventiscas atraparon su alarido y le impidieron que el auxilio llegara a tiempo.

La comunidad de El Barrito, en la Cabecera Municipal de Cihuatlán —zona donde Irene y familia residían—, padeció de aislamiento las próximas horas al impacto de “Jova”. Los cuerpos de las primeras víctimas fueron rescatados hasta entonces, cuando las inundaciones permitieron el paso a las cuadrillas de Protección Civil, antes impedidas de transitar aunque sus vehículos fueran pensados para circular en cualquier terreno.

Irene y su pequeño, de sólo cinco años de edad, fueron velados la noche del mismo miércoles; la mañana siguiente el ritual velatorio habría de concluir con sus restos bajo tierra, pero ahora dentro de un ataúd. Tampoco eso se le permitió; un grupo de sujetos solicitó a su familia llevarse los cadáveres antes de su ingreso al cementerio.

“La señora (Carmela) estaba agotada. No nos atrevíamos a acercarnos a preguntar cómo estaba, eso se notaba a leguas”, narra una de sus vecinas, y pariente del padre de Irene, quien se encuentra como indocumentado en los Estados Unidos, y ajeno hasta entonces de la tragedia que azotó junto con “Jova” a sus consanguíneos.

No hubo pelea alguna por la falta de respeto aquella. Los cuerpos de los infortunados fueron cedidos a la autoridad con molestia, aunque nula oposición. “Se los llevaron a poco de que los sepultaran; decían los señores que aún no se les hacían los estudios (autopsia) para constatar que sí murieron como se había dicho, para apoyarlos”.

La escasa credibilidad de las autoridades ante el doble deceso generó molestia en la comunidad cercana a doña Carmela y familia. No obstante, nadie se atrevió a contradecir los designios de aquellos que reclamaron dar legalidad a la muerte de Irene y su hijo, a poco de que la solicitud requiriera una exhumación.

Sin embargo, el golpe no terminó al configurar papeles y validar las causas de muerte. Los meses próximos serán en extremo difíciles, pues en vida, Irene se hacía cargo de cuidar de su pequeño hermano de 14 años, quien padece síndrome de Down. Eso mientras su progenitora laboraba en una de las tantas plataneras que el meteoro engulló en sólo una madrugada. Un imposible más y, a la vez, un ingreso menos a partir de ahora.

Los ingresos y el cuidado del adolescente discapacitado recaerán, a partir de “Jova” y sus estragos, en la señora que aquella noche perdió una parte importante de su vida. Y tanto vecinos como conocidos sacan la voz por ella: “Es de esas mujeres que ni hablan casi; no pide ayuda. Necesita pero no lo pide, es muy corta de platicar con las personas. Ella lo que hace es trabajar, así se la pasa”.

El apoyo de la autoridad quizás vendrá; ni ella ni sus conocidos lo saben a ciencia cierta. Lo único seguro es que la historia de doña Carmela es sólo una de las miles que sacudió el meteoro aquella madrugada del 13 de octubre.

EL INFORMADOR / ISAACK DE LOZA

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