Jalisco
Las últimas siete palabras
El asesinato de Lennon marcó su futuro, como símbolo, y resignificó su pasado
No todos los muertos pesan lo mismo, y la forma de morir sí importa. No es lo mismo, para efectos de culto, morir en una tina, como lo hizo Morrison; tirado en el piso con una sobredosis, como lo hizo Michael Jackson, o tras 30 años de afectación por abuso de las drogas, como fue el caso de Syd Barret, el primer líder de Pink Floyd. El asesinato de Lennon marcó su futuro, como símbolo, y resignificó su pasado. Además de su liderazgo indiscutible como músico y como generador de tendencias (para promover la libertad sexual citó a una rueda de prensa y recibió a los reporteros desnudo en su cama, acompañado por su mujer Yoko Ono), Lennon es un símbolo.
Perseguido por sus ideas libertarias en el país que se autodenominaba el paraíso de la libertad (el FBI le puso marcación personal desde meses atrás del día su muerte por considerarlo un peligro); muerto por uno de sus seguidores y admiradores (Chapman le pidió un autógrafo minutos antes de disparar); idolatrado por su fans que se pelean sus reliquias y objetos personales en las subastas, Lennon es, en más de un sentido, un santo secular del siglo XX.
No deja de ser paradójico que el ídolo de su generación, el mayor representante de esos años que hoy se ven como maravillosos, haya dicho, en la última entrevista concedida a la radio RKO de Nueva York, el mismo día de su muerte, 8 de diciembre de 1980, sus últimas siete palabras: “¿Cómo están?, ¿no fueron horribles los setenta?”.
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