Jalisco

Las consecuencias del BRT

Esta semana los alcaldes de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque cancelaron la posibilidad del inicio inmediato de la Línea 2 del BRT

Hace tiempo que quedó establecido, según estudios serios, de acuerdo con expertos reconocidos en términos de movilidad y siguiendo la experiencia en diversas ciudades del mundo, que el sistema de transporte conocido como BRT (Bus Rapid Transit) —conocido en Guadalajara como Macrobús— es una alternativa eficaz y accesible para mejorar los desplazamientos urbanos. Quien necesite, a estas alturas, información al respecto, puede acceder sin mayor problema a ella.

Como es bien sabido, esta semana los alcaldes de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque cancelaron la posibilidad del inicio inmediato de la Línea 2 del BRT metropolitano, que seguiría la diagonal Tesistán - Zapopan - Centro de Guadalajara - Tlaquepaque - Tonalá. Los motivos aducidos para tal decisión —que implica el rechazo de 952 millones de pesos de origen federal para la construcción de la Línea 2— parecen tener más que ver con compromisos partidistas y clientelares que con razones de fondo. A cambio de tal determinación, los alcaldes ofrecen iniciar la búsqueda de siete mil 652 millones de pesos para “ampliar el Tren Ligero”. Así nomás.

Lo grave de tal estado de cosas tiene sobre todo que ver con un recurso inapreciable e irrecuperable: el tiempo. Mantener el estatus quo de la movilidad de Guadalajara —objetivo ahora conseguido— lesiona frontalmente la calidad de vida de la gente y beneficia a los menos. Esta lesión puede ser medida, en términos temporales, haciendo la simple aritmética de las horas perdidas sobre el corredor mencionado, al continuar el deficiente funcionamiento del actual sistema de transporte en vez de la opción que representa el BRT.
Detrás de lo anterior subyace un concepto central para la vida urbana: la calidad de vida de sus habitantes.

Los centenares de miles de horas perdidos por los usuarios, sometidos al transporte heredado de los viejos regímenes, significan la dilapidación del principal recurso con que ellos, precisamente los menos favorecidos, cuentan: su vida misma. Una vida mermada por dificultosos e irracionales traslados, diseñados en función de la ganancia de unos cuantos. Ese tiempo forzosamente empeñado en ir y venir de mala manera a sus tareas cotidianas podría ser destinado, con altísimo provecho, al descanso, la convivencia, la educación, el ejercicio físico, el ocio, o lo que a cada usuario le viniera en su real gana.

Es un hecho ampliamente comprobado entre nosotros que existe una evidente incapacidad entre las “fuerzas políticas” para entender la gravedad de los problemas que aquejan a la ciudad y lograr consensos que lleven a soluciones efectivas. Más allá de buscar culpables, quizá resulte más útil replantear el fondo de la cuestión:

¿Dónde está la raíz de la legitimidad para determinar y conducir los destinos de la urbe? El editorial de ayer de EL INFORMADOR lo plantea: “Los ciudadanos debemos tomar las riendas del futuro. La ciudad y el Estado son demasiado importantes para dejarlos en manos de los políticos.” Es más que hora de repensar las cosas.
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