Jalisco
Laguna en rojo
Preciso y silencioso, el ataque que acabó con la vida del subdirector de Policía en el Municipio de Chapala
Desfachatez o cinismo; la prueba de que no existe escenario en que se reserve la admisión a la muerte quedó de manifiesto cuando el cuerpo inerte del otrora director de Policía en Ixtlahuacán de los Membrillos fue asegurado y estudiado por legistas forenses a una distancia no mayor a los 200 metros de la presidencia municipal; el lugar que, en teoría, debería ser el más seguro de la localidad.
El horario tampoco fue un impedimento para el grupo de sicarios que recibieron la orden de acabar con él. Demostrar su poder demanda no prestar atención a “pequeñeces” y actuar de forma visceral; aquel miércoles 5 de mayo, el sol de mediodía atacaba con fuerza la Zona Centro del Municipio y la Avenida principal estaba repleta tanto de turistas como residentes. El mando policiaco local abandonaba un restaurante, pues recién había ingerido alimentos. Nunca sabría que aquel era el último placer que daba a su paladar.
La versión oficial sobre su muerte guarda gran incógnita, pero según las personas que atestiguaron el éxito en la “ejecución”, Gollaz Mejía abandonó el establecimiento. Después una camioneta Explorer blanca con placas oficiales frenó bruscamente a su lado. El rechinido en las llantas atrajo miradas y, sin prestar atención a la concurrencia, los hombres que iban dentro iniciaron con su actuar. Uno de los gatilleros descendió del vehículo y, sin mediar palabras con el comandante, le descargó el arma que traía en su poder. Nueve estruendos acabaron con la calma y el pánico se apoderó de los testigos; algunos corrieron y otros simplemente miraron atónitos cómo el homicida abordaba la camioneta a toda prisa luego de que su víctima se desplomara.
Nuevamente, el chirriar de las llantas llegaba a sus oídos, aunque en esta ocasión el sonido sirvió como preámbulo al apresurado escape de los ejecutores. La misión había sido cumplida. El subdirector yacía inconsciente en el asfalto; una mancha de sangre que aumentaba en tamaño a gran velocidad comprobaba que la hoz de la muerte se había incrustado en él como las balas .380 con que fue agredido.
Previo al ataque, los agentes locales patrullaban la zona turística de Chapala de forma protocolaria, pero tras el crimen, la Avenida Francisco I. Madero rápidamente se vio atiborrada de agentes de innumerables corporaciones. Algunos de ellos resguardaron la zona y otros tantos se distribuyeron para dar búsqueda a aquella camioneta con metales de la Policía Investigadora que la gente les señaló.
Eventualmente, el auto donde viajaban los homicidas fue localizado. De ellos no se supo nada.
La ostentosa movilización que siguió a la muerte del jefe operativo —donde además se utilizó el helicóptero de la Secretaría de Seguridad Pública estatal— desafortunadamente no rindió los frutos deseados. Los sicarios ya habían evadido a la autoridad. Incluso las fuerzas armadas se unieron a la búsqueda, pero el sigilo de los empistolados que tiñeron de rojo el malecón de Chapala superó en esta ocasión a la inteligencia militar y el crimen, hasta el momento, ha quedado impune.
Lamentable, que un hombre que dedicó parte de su existencia a la labor policial en pro de la seguridad social sea reconocido bajo un mote tan drástico como “occiso” después de que un grupo armado le impidiera seguir con vida, y que sus asesinos, quizás, se encuentren gozando de la suya con la desdicha de los familiares del hombre aquel, que para ellos sólo significó un “trabajo” más.
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