Jalisco
La tragedia antillana, en carne propia
LA CRÓNICA NEGRA
Alejados de partidismos, razas, ideologías y demás descarríos mentales propios del ser humano, las fechas posteriores a la hecatombe haitiana produjeron que la voz de la población mundial se uniera en un solo eco, pugnando por el bien comunitario, por la restauración de un país en ruinas.
Ante la catástrofe, los medios informativos comenzaron su labor y, a la brevedad, el orbe entero tomó conocimiento de la tragedia que azotó a la pequeña isla. De igual manera, los grupos de reacción en el planeta iniciaron con el protocolo obligado en estos casos y, una vez que las órdenes superiores les fueron giradas, Puerto Príncipe se vio rápidamente saturado por naves de ayuda provenientes de todos los continentes.
Representantes humanitarios que nunca dudaron de la magnitud del siniestro acudieron a la brevedad, en búsqueda de las miles de personas que se hallaban agónicas, perdiendo vitalidad a cada momento que permanecían atascadas entre los escombros.
Una de esas almas en vela por la seguridad y protección humana se encontraba en una reunión en la unidad de Protección Civil y Bomberos Jalisco, cuando el aviso de la fatalidad llegó a sus oídos. El desastre resonó en los tímpanos de todos los profesionales que se hallaban a su lado y un fuerte golpe anímico los sacudió al instante.
Sólo requerían esperar que aquella remota probabilidad de acudir a socorrer a la población siniestrada cobrara fuerza y el grupo de Búsqueda y Rescate en Estructuras Colapsadas, se “activara”.
El relato de seis días bajo un rojo atardecer en las Antillas no palidece el rostro de Jaime Alberto Moreno Cacho; ante todo es un experto en su labor y el permitirse derrumbar por las emociones en una situación como la que vivió le habría impedido desempeñarse con firmeza. Su objetivo, además de preservar la vida de las personas que suplicaban porque el dolor de las ruinas que oprimían sus pechos y obstaculizaban su respiración cesara, era regresar con vida a su país y dar un cálido abrazo a su esposa e hijos.
Vivir en carne propia la tragedia antillana no trajo secuelas evidentes. Un semblante sereno y reflexivo se apropia de él cuando recuerda las labores de rescate en una ciudad maltrecha y llena de muerte, pero el buen humor ilumina su rostro en cuanto el tema precisa esbozar una sonrisa. El director de operaciones de Protección Civil Jalisco está consciente de que atestiguó un escenario impregnado con un aroma más fuerte que el de uno o mil cuerpos descompuestos quemándose a 60 kilómetros del campamento en que dormían, pero ello es sólo uno de los retos a vencer para continuar con su vida habitual; al final, un rescatista siempre guarda una relación estrecha con la muerte, pues la dama blanca es su compañera de labor.
Después de todo, la experiencia resultó satisfactoria. Las metas impuestas fueron alcanzadas y la delegación mexicana se agrupó en un solo equipo que logró rescatar a 16 personas con vida.
El ánimo no claudica y a su llegada a la perla tapatía, los abrazos y felicitaciones cobijaron al grupo de valientes que entraron a un escenario apocalíptico para quitar de entre las garras de la muerte esas vidas que aún no debían ser tomadas. Ellos marcaron la diferencia y salieron airosos de una batalla en la que, rotundamente, vencieron. El diálogo póstumo no termina con una exaltación del yo, por el contrario, la sencillez sale a relucir y “Cacho” reconoce que el logro que se les atribuye no es individual; por el contrario, “es algo muy satisfactorio que se ha logrado desde hace años; pero para lo cual ha tenido que ver mucha gente”.
No hay nudos en la garganta, ojos lagrimosos o tiempo para detenerse a pensar; su actuar en combate siempre es instintivo, más nunca visceral. De regreso en casa, reconoce que los milagros, a casi 20 días de ocurrido el sismo en Haití, existen y lo sorprenden. La gente que ha permanecido sin agua ni comida en un espacio ínfimo y con el mínimo de aire por más tiempo del que la razón y el entendimiento permiten comprender, sigue saliendo a la luz, sólo con fe recorriendo sus venas, pues la vida los había abandonado desde hace mucho tiempo ya…
Anochece. Y la vida en Haití es poco menos que eso; el color no existe y la desesperación por un poco de agua ha generado caos y éste, a su vez, se apropió de su población. No obstante, los grupos de rescate siempre hicieron lo imposible por llegar al último rastro de vida. Naciones, credos y razas no importan en esta interminable cruzada que, en sus grupos de rescate, contó con la artillería de la Unidad de Protección Civil Jalisco, la Cruz Roja Mexicana y el Cuerpo de Bomberos de Guadalajara.
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