Jalisco

La rebelión de los alcatraces

No estamos contra la autonomía o tradiciones en nuestras comunidades… estamos contra los cacicazgos y las violaciones de los derechos humanos hacia las niñas y las mujeres”


Eufrosina anda cargada de “cartuchos”. Esa flor que se da naturalmente en su pueblo, desairada ante la belleza de las rosas y las gladiolas y apreciada cuando es lo único que hay. “Así nos sentimos las mujeres en la comunidad”, admite con rabia ante el fenómeno de la venta de menores de edad, común en el Municipio de Santa María Quiegolani, en la Sierra Sur de Oaxaca, donde ellas son ofrecidas en trueque incluso por una canasta de pan o un cartón de cervezas. A los 12 años están listas para “convertirse en mujeres”, según los usos y costumbres de indígenas, que sepultan los derechos humanos elementales. En otras palabras, comenzar una vida de servicio y devoción al hombre. De eso y del miedo a no valer, escapó del pueblo una mañana a los 11 años, con un morral de plástico y un cambio de ropa en una caja de cartón. Comenzaría una larga y accidentada lucha hacia la libertad. Y los alcatraces no la dejarían.

En 2007, convertida en profesionista, regresó con la bandera del progreso y la dignidad, pero se enfrentaría de nuevo con los cacicazgos “que se ocultan en las tradiciones” y que van contra las garantías individuales. Es la “loca” y “rebelde” para sus detractores y, en contraparte, una esperanza para más de cinco millones de indígenas en México sumergidas en el silencio, la oscuridad y el olvido.

— Han pasado alrededor de 20 años desde que escapaste de tu comunidad. ¿De qué huías?
— De algunas tradiciones de mi pueblo, de la extrema pobreza, de la violencia. Tenía 11 años de edad y estaba a punto de entrar al grupo de mujeres que son vendidas a cualquier hombre. Vivía con mucho miedo. Aquí a los 12 años estás preparada para ser mujer porque ya sabes hacer tortilla y comida, sabes traer leña y dejar la comida en el campo donde trabajan los hombres... ya eres una mujer “completa”. Las niñas viven terribles experiencias, no tienen alas. En tu casa estás sentenciada a vivir con extraños, y estar en la primaria no es cosa de alegría: si no obedeces también te venden.

— ¿Cumpliste el objetivo de escapar de la venta de menores?
— Sí, pero me esperaba otra cruel realidad. Cuando salí del pueblo hace 19 años (nació el 1 de enero de 1979) no había carretera. Caminé más de 10 horas por zona montañosa y desconocida para llegar a Santa María Ecatepec, en la Región Chontal, donde por primera vez me subí a un autobús para dirigirme a Tehuantepec y después al Municipio de Salina Cruz (se encuentra a una distancia de 269 kilómetros de la capital del Estado). Ahí viviría con mis tíos Máximo Miguel y Teresa (primos de su papá). Fue la primera ciudad grande que conocí, me dio un miedo aterrador ver tanta gente, grandes calles, grandes casas y muchos carros… pero no había regreso.

— ¿En tu familia se consumó la venta de mujeres?
— En mi casa somos siete hermanos: Claudia, Bulfrano, Matilde, Rogelio, yo, Edmunda y José –de mayor a menor–. Mis papás se llaman Domingo y Guadalupe. A Claudia le tocó vivir ese atropello, le ‘cortaron sus alas’ a los 12 años y fue entregada a un hombre mucho mayor, un desconocido que le “echó el ojo” y le llegó a mi papá con un presente a cambio de mi hermana: un galón de mezcal. En Oaxaca, las niñas son entregadas por el intercambio de una vaca, una canasta de pan y hasta un galón de mezcal, pero hay gente de otros estados que paga hasta 20 mil pesos por menores de edad. Esta tradición continúa sobre todo en Santiago Quiavigolo, donde las niñas, a los 12 años son vendidas, y a los 14 ya son madres; a los 20 años tienen cuatro hijos. Eso genera más población y más pobreza. En las cabeceras municipales se ha frenado un poco esta costumbre ante la conciencia que han tomado las mujeres que fueron víctimas y ahora son madres.

— ¿Qué pasó con el resto de tus hermanas?
— Matilde y Edmunda también lograron salir del pueblo antes de ser entregadas. Matilde, por ejemplo, la libró y se casó a los 28 años. Gracias a Dios, mis papás comprendieron que estaba mal esta tradición y nos apoyaron a escapar de ella. Claudia es la que sufrió mucho, jamás le preguntaron si quería irse con un desconocido. Ella me dice que se dio cuenta que era mamá o mujer cuando tenía tres hijos que alimentar, pero terminó con nueve hijos, todos varones –tres de ellos murieron por la combinación de la pobreza y la falta de servicios de salud–.

VENTA DE NIÑAS Y ADOLESCENTES

En Oaxaca, en las regiones indígenas de la Mixteca, como en las zonas Trique o Copala, existe una alta incidencia de venta de mujeres de entre 12 y 15 años de edad; algunas para ser esposas y otras para el servicio doméstico.

A principios de junio de 2009, en Huajuapan de León (a 240 kilómetros de la capital del Estado) se registró el caso de una menor de 15 años vendida por su padre en 12 mil pesos a un adulto, confirmó la Dirección de Equidad de Género y Grupos Vulnerables del Municipio.

El abuso sexual y comercial contra menores es una constante. El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) alerta de casos en que familias acaudaladas, para no batallar con el personal doméstico y ahorrarse algunos pesos, viajan a comunidades de Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca y San Luis Potosí, entre otros estados, para comprar niñas y explotarlas como sirvientas, delito vinculado con la trata de personas. En el Distrito Federal es una práctica común, asevera Pablo Navarrete Gutiérrez, coordinador de Asuntos Jurídicos del Inmujeres. Van a Oaxaca y compran una mujer por 11 mil pesos, adquisición que se fundamenta por los usos y costumbres de indígenas. No obstante, algunos entregan a sus hijas por ganado, maíz, cajas de refrescos o de cerveza, agrega el funcionario.

Fermín Ramírez, vocero de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, señala que “no tenemos estudios sobre la venta de niñas. Lamentablemente sabemos que existe este problema”.

EXPLOTACIÓN INFANTIL

3.6 millones de niños y niñas de entre cinco y 17 años de edad desempeñaban alguna actividad económica en 2007, muestran los “Resultados del módulo de trabajo infantil” de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (último estudio en referencia). El Estado de Guerrero tiene la tasa de ocupación más alta: 20 por ciento.

MUERTE EN EL CAMPO LABORAL

En 2007, la Procuraduría General de Justicia de Hidalgo registró seis muertes de menores de edad en hechos laborales en el campo, calle o giro comercial, y ocho más el año pasado, cuando en Guanajuato se documentaron cuatro fallecimientos del mismo tipo. Mediante solicitudes amparadas por leyes de transparencia, el resto de entidades federativas respondió que no hay información al respecto.

La Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos (conformada por 65 grupos de 21 estados), registra cuatro casos de niños indígenas que en los últimos meses murieron en campos agrícolas del Norte del país, y uno más sobre un grave accidente. “Pero la cifra es mayor. Los empresarios hostigan a los padres de los menores para que no den parte a las autoridades. Este es un grave problema. Pronto publicaremos un estudio”, sentencia Édgar Cortez Morales, secretario ejecutivo del organismo.

En los campos agrícolas se emplean anualmente alrededor de seis millones de jornaleros (cerca de la mitad es de origen indígena); de éstos, cerca de 40% son menores de edad.

La pobreza cala cuando chilla el estómago


— ¿Cómo fue la segunda etapa de tu vida en Salina Cruz? Si lograste salir del peligro de la venta de menores, ¿por qué recalcas que te enfrentaste a otra cruel realidad?
— Libré que me entregaran a un desconocido, salí de la violencia intrafamiliar porque mi papá tomaba mucho alcohol y se ponía violento, pero jamás salí de la extrema pobreza, de la explotación de mis tíos y de las humillaciones por ser indígena. Con mis tíos duré poco tiempo; “el muerto y el arrimado al tercer día apestan”. Con ellos pasé cosas muy fuertes, trabajaba en las mañanas vendiendo elotes, pepinos, naranjas o cualquier otra cosa, y por la tarde estudiaba. A veces dormía poco para estudiar y porque debía tener la casa limpia, y comida hecha para mis tíos; me exigían que los tratara como reyes. Mi alimentación era pésima, en ese entonces me salieron manchas blancas por donde quiera y también animales en la cabeza (piojos) por las condiciones en que vivía. Me acuerdo de la serie de El Chavo del 8, cuando se quería comer su torta y nunca tenía dinero. Así vivía yo.

— ¿A dónde huiste tras dejar a tus tíos?
— A los 13 años me salí de la casa de mis tíos y me fui con unas personas que ni conocía: Eliseo y Sarita. Ellos me “cobijaron” en su casa, les hacía todo el quehacer, pero era tratada como un ser humano y no como el animal que maltrataban mis tíos. En Salinas Cruz sufrí mucho porque no sabía hablar español, nadie me entendía (es zapoteca, etnia a la que pertenecía el Benemérito de las Américas, Benito Juárez). En fin, después ellos me apoyaron y terminé la secundaria y el bachillerato; mi sueño era ser doctora. Mi siguiente paso era la licenciatura. Me enteré de un sistema que se llama Conafe (Consejo Nacional de Fomento Educativo), y apoya a jóvenes pobres e indígenas, en donde haces un examen y a cambio prestas un servicio durante un año en comunidades. A los 17 años conocí la capital del Estado para competir por esa beca y entrar a la Conafe. Tenía mucha ilusión de conocer la Ciudad de Oaxaca, muchas mujeres de mi pueblo tienen ese sueño.

Cuando aprobé el examen me mandaron a una comunidad lejana, y a cambio me dieron tres años de beca, y tomé la decisión de estudiar Contaduría Pública porque traía esta especialidad del Centro de Bachillerato Tecnológico. En la mañana trabajaba y en la tarde estudiaba; aprendí que se podían lograr tus sueños a pesar de la adversidad. Tenía 22 años cuando me gradué con el promedio de 9.7 en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (1998-2002). Me costó mucho trabajo ser la mejor, pero comprobé que quería regresar a mi pueblo para mejorar las condiciones de vida de niños, niñas y mujeres (soñaba en convertirse en la primera alcaldesa de Santa María Quiegolani). En la licenciatura tenía la beca del Consejo Nacional de los Pueblos Indígenas, otra de la fundación Telmex por hablar una lengua indígena y tener buen promedio, así como la beca de la Conafe –tras titularse, sirvió como instructora comunitaria de la Comisión Nacional de Fomento Educativo, trabajo que le permitió conocer rancherías y villas donde la gente se moría de hambre. La pobreza y las carencias eran peores que en su pueblo. Un par de años después, en la Dirección de Educación Media Superior a Distancia del Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado, colaboró en la fundación de tres bachilleratos en municipios rezagados–.

— ¿Cuál fue la noche más triste en el camino para conseguir una carrera profesional?
— Hay muchas. En Salinas Cruz viví la etapa más fuerte de mi vida, pero no me gusta hablar de ello porque me lastima. Ahí pasé humillaciones, mucha discriminación, tus facciones te delatan, la gente se burla de ti… no vales nada. Ser pobre, indígena y mujer es la cruz con la que naces; es la señal de la marginación. Había momentos en que me preguntaba si valía la pena luchar tanto por nada. Te enojas con Dios. Fueron las noches más duras, de esas donde sólo hay oscuridad, de esas que te tumban todo y el miedo se apodera de ti; sin embargo, me acordaba de mi mamá cuando se levantaba a las tres de la mañana para trabajar sin parar y eso me motivaba para seguir.

Cuando recorro los estados descubro a muchas Eufrosinas; pobreza, desnutrición, violencia y falta de hospitales. En otros estados se vive igual o peor que en mi pueblo. Lo que más duele es ver a niños y jóvenes que no tienen para comer. La pobreza se vive cuando te chilla el estómago. Yo me llegué a quedar sin comer hasta dos días. Veía a mis compañeros comiendo tortas, tomándose sus aguas o refrescos en la escuela mientras yo me quedaba en el salón; no salía al receso, para qué, eso duele, eso cala.

CASI MEDIO PAÍS EN POBREZA

Más de 44.7 millones de mexicanos (42.6% del total de la población) viven en condiciones de pobreza, muestra la primera evaluación del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), presentada en octubre de 2008. Sin embargo, un estudio de la Cámara de Diputados enfatiza que la cifra se eleva a 60 millones en esta situación.
La evaluación del Coneval –reconocida por el Gobierno federal– subraya que más de 14.4 millones son pobres alimentarios (13.8% de la población). Chiapas, Guerrero y Oaxaca se encuentran entre las entidades con los niveles más altos de pobreza. Los indígenas son la población más vulnerable.

Los resultados de la evaluación enfrentan este año una recesión económica originada en 2008 en los Estados Unidos, que se conjugó en el segundo trimestre de este año con las afectaciones de la alerta sanitaria por la influenza humana. El panorama 2009 en México es desalentador y oscuro, coinciden especialistas, específicamente por el desplome del Producto Interno Bruto (PIB) y el desempleo a niveles nunca antes vistos.

Para este año se espera un golpe devastador a la economía, similar al del “error de 1995”. Incluso, la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) acepta la estimación de especialistas en cuanto a un incremento de hasta ocho millones de mexicanos en pobreza alimentaria; es decir, habría 22 millones sin dinero para comer.

MÁS DINERO PARA GASOLINA

Quienes se encargan de distribuir el presupuesto federal presumen el Programa Oportunidades para combatir la pobreza, pero la inversión y el número de beneficiarios están lejos de resolver el problema de fondo.

El presupuesto anual dirigido a beneficiarios de Oportunidades, contrasta con el subsidio que otorga el Gobierno de la República a la compra de combustibles (gasolinas Magna y Premium, y diesel), con el que los más favorecidos son los habitantes con mayores recursos económicos. En 2008, Oportunidades destinó 35 mil 656 millones 116 mil 005 pesos para beneficio de cinco millones 049 mil 206 familias, mientras que en ese año se dirigieron alrededor de 240 mil millones de pesos al subsidio de las gasolinas. Esto significa que la Federación invirtió siete veces más en el subsidio a la gasolina (el sector transporte es el más beneficiado) que en apoyos para familias en situación de pobreza.

CONTRASTES


Ante la pobreza resaltan los altos sueldos de funcionarios. Los ministros del Poder Judicial Federal encabezan la lista: ganan 481.90 pesos por hora, así estén durmiendo.

Mientras 2.4 millones de mexicanos carecían de empleo en el primer semestre de 2009, indican datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, los ministros se llevan 347 mil pesos mensuales (en el Poder Judicial se pagan los salarios más altos). El Presidente de la República percibe 152 mil pesos mensuales; los secretarios federales: 150 mil pesos; los senadores: 125 mil pesos; los diputados: 77 mil pesos; y los consejeros del Instituto Federal Electoral: 172 mil. El salario promedio mensual de los gobernadores asciende a 100 mil pesos.
Las percepciones no incluyen compensaciones, bonos y otras prestaciones.




Mañana, segunda y última parte


Impiden que sea alcaldesa por ser mujer y profesionista

Por: Mario Alejandro Muñoz de Loza

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