Jalisco
La mujer policía a la que se le acabó el piso
María de la Paz Ramírez quedó atrapada en el derrumbe del Hospitalito
Zapopan, aunque sólo dos personas resultaron heridas, y parte de ese saldo se debió a una de esas dos personas: María de la Paz Ramírez Carlos, la mujer policía que quedó atrapada por unos momentos en los escombros del nosocomio mientras desalojaba el inmueble. Ella no piensa abandonar su profesión porque le gusta lo que hace, ni siquiera por la experiencia de quedar enterrada cuando ese día, cuando, literalmente, se le “acabó el piso”.
Minutos antes de las cinco de la tarde, María caminaba por su lugar de asignación en los pasillos del Hospitalito de Zapopan. Desde la mañana el sitio se llenó de niños con sus mamás, pacientes y personal que ahí laboraba.
De lo que después sucedió desconoce razones, sólo las consecuencias: “Se oyó como un estruendo, como si estuvieran vaciando un camión de volteo, y luego se cimbró poquito y empezaron a correr y le digo a mi compañero: ‘¿Sabes qué? Háblale a Central y dile que se nos está cayendo el Hospitalito”.
María buscó entonces ordenar el caos que comenzaba entre la gente, que a menudo olvida que en situaciones de riesgo hay que mantener la calma: “Se ponen histéricos, pero les decía: ‘Contrólense, miren; no se avienten’”.
Niños, mujeres, enfermeras, cocineras y el resto del personal salían de los salones mientras la estructura del hospital colapsaba por detrás. Y cuando al parecer ya no había nadie, María se acordó del área de ginecología y fue a revisar con un compañero: “Ya cuando volteé, empecé a ver que se iba desmoronando todo, nos iba siguiendo el desastre, y volteo y ya no alcancé a ver al compañero cuando se me cayó. Todavía le decía a la gente: ‘¡Retírense, retírense, váyanse!’, y vi que delante la grieta se iba abriendo”.
Decenas de kilogramos de escombros la enterraron del cuello hacia abajo y la dejaron inmovilizada, pero no inconsciente, por lo que, entre el polvo y la sangre que le cubría el ojo izquierdo, pudo encontrar al compañero que se le perdió: “Lo vi como que estaba sentado: ‘¿Cómo estás, te sientes bien?’; dice ‘Sí, pero todo me duele’. ‘Quítame una piedra aunque sea pa’ moverme’, le dije, porque me cubrió todo. ‘No puedo, están pesadas’. ‘Pues vete, mijo, salte porque ahí viene otro (derrumbe). Y sí, se salió corriendo el compañero. Y ahí como sea yo le dije a Dios: ‘¿Sabes qué? Si me vas a llevar, de una vez; y si no, ayúdame a salir de ésta’”.
Y como Dios le dio a entender, María comenzó a empujar los escombros hasta que sacó el torso y salió. Así, se arrimó al resto del personal empolvada y ensangrentada y lo primero que quiso saber fue si todos salieron ilesos: “Pregunté por mis bebés, cómo estaban, cómo están las señoras. ‘Están bien, mija; todos salieron’. Con eso; mi familia, ya hasta después: ‘¿Le aviso?’, ‘Ah, sí, avísales’”.
De inmediato los paramédicos comenzaron a suturarle las heridas de la cara: un corte de más de cinco centímetros sobre la ceja izquierda y entrecejo, la nariz rota y la mitad del rostro hinchado, además de moretones, pero todos los demás huesos sanos.
María tiene 21 días de incapacidad y un par de cirugías programadas, con las que los médicos prometieron borrar las cicatrices que le dejó el oficio que prometió que no va a abandonar.
ZAPOPAN, JALISCO (10/OCT/2013).- Más sustos que personas lesionadas dejó el derrumbe del sábado en el área de Pediatría del Hospitalito en
Minutos antes de las cinco de la tarde, María caminaba por su lugar de asignación en los pasillos del Hospitalito de Zapopan. Desde la mañana el sitio se llenó de niños con sus mamás, pacientes y personal que ahí laboraba.
De lo que después sucedió desconoce razones, sólo las consecuencias: “Se oyó como un estruendo, como si estuvieran vaciando un camión de volteo, y luego se cimbró poquito y empezaron a correr y le digo a mi compañero: ‘¿Sabes qué? Háblale a Central y dile que se nos está cayendo el Hospitalito”.
María buscó entonces ordenar el caos que comenzaba entre la gente, que a menudo olvida que en situaciones de riesgo hay que mantener la calma: “Se ponen histéricos, pero les decía: ‘Contrólense, miren; no se avienten’”.
Niños, mujeres, enfermeras, cocineras y el resto del personal salían de los salones mientras la estructura del hospital colapsaba por detrás. Y cuando al parecer ya no había nadie, María se acordó del área de ginecología y fue a revisar con un compañero: “Ya cuando volteé, empecé a ver que se iba desmoronando todo, nos iba siguiendo el desastre, y volteo y ya no alcancé a ver al compañero cuando se me cayó. Todavía le decía a la gente: ‘¡Retírense, retírense, váyanse!’, y vi que delante la grieta se iba abriendo”.
Decenas de kilogramos de escombros la enterraron del cuello hacia abajo y la dejaron inmovilizada, pero no inconsciente, por lo que, entre el polvo y la sangre que le cubría el ojo izquierdo, pudo encontrar al compañero que se le perdió: “Lo vi como que estaba sentado: ‘¿Cómo estás, te sientes bien?’; dice ‘Sí, pero todo me duele’. ‘Quítame una piedra aunque sea pa’ moverme’, le dije, porque me cubrió todo. ‘No puedo, están pesadas’. ‘Pues vete, mijo, salte porque ahí viene otro (derrumbe). Y sí, se salió corriendo el compañero. Y ahí como sea yo le dije a Dios: ‘¿Sabes qué? Si me vas a llevar, de una vez; y si no, ayúdame a salir de ésta’”.
Y como Dios le dio a entender, María comenzó a empujar los escombros hasta que sacó el torso y salió. Así, se arrimó al resto del personal empolvada y ensangrentada y lo primero que quiso saber fue si todos salieron ilesos: “Pregunté por mis bebés, cómo estaban, cómo están las señoras. ‘Están bien, mija; todos salieron’. Con eso; mi familia, ya hasta después: ‘¿Le aviso?’, ‘Ah, sí, avísales’”.
De inmediato los paramédicos comenzaron a suturarle las heridas de la cara: un corte de más de cinco centímetros sobre la ceja izquierda y entrecejo, la nariz rota y la mitad del rostro hinchado, además de moretones, pero todos los demás huesos sanos.
María tiene 21 días de incapacidad y un par de cirugías programadas, con las que los médicos prometieron borrar las cicatrices que le dejó el oficio que prometió que no va a abandonar.
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