Jalisco

La muerte o la justicia los tienen sin cuidado

No hay puntos de conflicto por las comparaciones que las autoridades municipales hicieron de ellos con los ''Maras Salvatrucha''

La búsqueda de una réplica te lleva por calles de tierra. Hay bolsas de basura que bloquean el paso de los vehículos, destrozadas por perros callejeros. El aroma a solvente y mariguana es la constante, y los diálogos de quienes se reúnen en las esquinas se interrumpen al paso de un vehículo con insignia de un medio de comunicación.

El lugar: San Martín de las Flores de Abajo, en Tlaquepaque. Un sitio donde la prensa, y un trato directo con ella, es impensable.
Donde el motor ruge de forma distinta, y las calles están pobladas de neumáticos.

La llegada de un intruso molesta. Hay un ardor evidente en los jóvenes que ahí se congregan, que miran con violencia, indispuestos a cruzar palabra alguna con quien viaja dentro del auto que circula despacio.

Después de recorrer la colonia entera para encontrar que los jóvenes están “indispuestos”, pues su hora de reunión no es a las 12 del día, y llegar por la noche es “suicidio”, según vecinos; la voz de un adolescente de 17 años resulta la frase más amable:

—¿Qué quieres aquí, barrio?
—Hago un trabajo sobre abuso policial, soy reportero. Me gustaría hablar con “Los Pacman” o “Los Zorros”.

Un silbido a lo lejos y la llegada de tres “vatos” tensan el momento. La suposición de encontrar lo que se buscaba ya no es segura.

Un escalofrío recorre el cuerpo entero y se une a la dura sensación de un nudo en el estómago. La grabadora o la credencial, única protección para evitar ser confundido con un policía infiltrado, se rehusan a salir. Queda esperar lo que pase, pues el vehículo ya está rodeado.

“Pos sí son unos hijos de la chin..., responde “El Dolzer” de “Los Zorros”, otro joven que, tras abrir paso entre sus camaradas, accede al diálogo con el extraño que recién conoció.

La grabadora no es una opción. Para él es un arma y la evita a toda costa. Pluma y papel en mano son la credencial perfecta.

El diálogo comienza a abrirse al criticar a las autoridades. Después, al “calor de las palabras”, el hilo de la conversación se extiende y la vida en las calles de San Martín, para alguien que está cobijado por 200 “soldados”, es revelada.

No hay puntos de conflicto por las comparaciones que las autoridades municipales hicieron de ellos con los “Maras Salvatrucha”. Ni siquiera sabían. Cuando se enteraron, hubo un brillo en sus miradas orgullosas. Escenario efímero, pues poco después, enteramente recompuestos, reviraron: “Ellos son ellos; tampoco es para alzarse el cuello”.

La vida es dura, lo saben y lo dicen sin tapujos. Vivir rodeados de rivales sólo los vuelve más fuertes. La muerte o la justicia los persiguen a diario y ambas los tienen sin cuidado.

Las miradas de otros tantos que llegaron, alertados por el intruso, comienzan a incomodarles. La plática no debía postergarse, la confianza concedida no era tal, sólo tenían morbo por saber qué haría el hombre con la grabadora en el bolsillo.

Para una pandilla, lo mejor es alejarse de los reflectores. La plática será una anécdota para compartir con el resto, con los pandilleros que ahí se reúnen. En esas calles que el Ayuntamiento olvidó nombrar, y que ellos no quisieron revelar.

La anécdota, quizás, quedará sólo en sus mentes. Es poco probable que esta tinta llegue a sus ojos.

EL INFORMADOR / ISAACK DE LOZA
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