Jalisco

La exhumación de la fosa Huentitán

Desde los tres miradores del parque los paseantes observan los desechos que arrojan

GUADALAJARA, JALISCO (04/NOV/2011).- La barranca de Huentitán es verde pero huele a muerto. Toneladas de basura acumulada reposan en una fosa común debajo de los miradores. Desenterrar los miles de desechos que ellos no tiraron ahí es una tarea que se han echado a cuestas decenas de personas. Buscan rescatar un sitio convertido en vertedero. Exhumarlo.
 
Pareciera que los visitantes practican el "deporte" de lanzamiento de envases o de bolsas de frituras y lechuguillas. Desde los tres miradores del parque los paseantes observan no solo el paisaje sino también cómo, en caída libre, llegan hasta el fondo los desechos que arrojan. Al parecer lo hacen de manera inconsciente y sin tener en cuenta el daño que provocan al medio ambiente.
 
Abajo del mirador, gusanos, arañas y cochinillas disfrutan un manjar con los desechos orgánicos, mientras los árboles y matorrales crecen incómodos. Y así vivirían el resto de sus días, a no ser por el grupo de voluntarios que durante un par de sábados han recogido enormes bolsas con residuos de todo tipo.
 
Con un guante en la mano derecha y un costal blanco en la izquierda, el grupo de jóvenes desenterraron, literalmente, a los "muertos" de la fosa de Huentitán, una mezcla de desechos que se encuentran entre la tierra húmeda, matorrales y árboles ubicados bajo uno de los tres miradores.
 
Empezaron a sacar botellas de refresco con líquido negro; parecían llenas con agua de pulpa de tamarindo. La fetidez a muerto no se iba. Vaciaron el espeso líquido para después aplastar el envase y meterlo en un costal. Recolectar la desperdigada basura era aparentemente interminable. Bajo sus pies existían varias capas: desechos, tierra, desechos, tierra y así sucesivamente, hasta llegar a una capa seca del suelo.
 
Las moscas rondaban por las cabezas de los voluntarios, los mosquitos buscaban reposar en sus brazos, por más que ellos intentaban ahuyentarlos. El manoteo para alejarlos era insuficiente ante la perseverancia de los insectos. Los jóvenes se acostumbraron a lidiarlos.
 
Arriba, familias enteras recibían los costales con los desperdicios encostalados. Eran jalados con las mismas cuerdas que a los voluntarios les sirvieron para rapelear y bajar al basurero. Luego, con la carga a cuestas, subieron centenares de escalones hasta llegar al centro de separación de basura. Ahí, alumnos del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara se encargaron de separar la mezcla heterogénea de desechos sólidos.
 
Las "brigadas ciudadanas de limpieza ¡Que viva la calle!" es una Organización No Gubernamental formada, en primera instancia, por familias de la colonia Seattle, de Zapopan. El arquitecto e iniciador de este grupo, Juan Ignacio Castiello, propone que para construir una mejor ciudad es necesario comenzar por lo básico: salir de la casa para barrer el pedazo de  banqueta que le corresponda a cada finca.
 
Entre los desechos de Huentitán los jóvenes encontraron algunos objetos únicos en su especie que bautizaron como "tesoros". Se hallaban entre la mescolanza de basura. Dientes de plástico que aparentaban ser de un vampiro que se quedó chimuelo; una enterregada credencial de afiliado a un supermercado; una húmeda chamarra café estilo vaquero; una cartera de piel color tierra, hinchada y acartonada; un morralito café que contenía joyería de fantasía; una carcomida zapatilla, pequeña, color plateado, y hasta arrugadas medias de nylon, que sorprendieron a sus descubridores.
 
El costal con los "tesoros" se convirtió en un cofre.
 
Uno de los voluntarios se acercó a un árbol que se encontraba rodeado por el río de basura acumulada, intentó sacar un bote de plástico y no pudo. La raíz había crecido envolviendo el recipiente y tomándolo con fuerza. La naturaleza se adaptó a las condiciones de la materia inerte que lo cercó. El joven tiraba de una cuerda como si quisiera sacar a una persona de un pozo.
 
El olor se asemejaba al de restos en proceso de putrefacción. Y aunque sus sentidos se iban acostumbrando a la descomposición de la barranca, el grupo de voluntarios aún no puede entender por qué los visitantes tiran la basura en un lugar tan lleno de vida. Era tal la cantidad de desechos que recolectaron, que llenaron con cerros de costales y bolsas, en dos ocasiones, la caja de una camioneta pick-up. La suma de las decenas de basura apilada no representaba ni 1% de la regada bajo los miradores.
 
Tuvieron que utilizar herramientas para que su tarea fuera más sencilla. Adecuaron unas vigas, del tamaño de un bastón, sacándoles una punta. Eran utilizadas para recolectar bolsas y botes de PET sin tener que agacharse. Otros, removían los desechos con palas. Arriba, varias carretillas facilitaban el transporte de costales.
 
Con la separación de basura, los estudiantes trasladaron a una planta recicladora 45 kilogramos de vidrio y 38 de PET, dando un total de 85; esto en el primer ataque de los brigadistas a la barranca. Es como si se llenaran varios refrigeradores con envases de refresco y agua para volverlos a utilizar. Esos desechos ya no aplastarán las raíces de los árboles ni serán parte del caudal de basura.
 
Familias enteras son parte del movimiento "brigadas ciudadanas de limpieza ¡Que viva la calle!". Los niños son fundamentales en la organización. Este tipo de acciones ciudadanas los va formando.
 
Desde uno de los miradores de Huentitán se puede observar el caudal espumoso del río. Para que la basura haya llegado hasta lo más profundo de la barranca debió descender, rodar, desplazarse a lo largo de varios kilómetros, burlando los troncos de los árboles y abriéndose camino entre los matorrales. Toda una plaga desechable que a su paso contamina vegetación y paisaje.
 
Antes de que los jóvenes brigadistas subieran al mirador, una ardilla se les acercó a unos metros de distancia.  La observaron mientras comía parada en una rama, con el escenario de fondo que da el otro lado de la barranca. Estaban a punto de ser trepados, como  si fueran costales, por algunos de sus compañeros. Dos jalaban desde abajo, uno lo aseguraba desde arriba, mientras una de las cuerdas pasaba por la polea. Se alejaban del hálito a muerto.
 
En un par de ocasiones un costal cayó alrededor desde una altura de 4 metros. A los jóvenes los estaban jalando con una cuerda hacia arriba, hacia el mirador. Uno de los sacos golpeó a una brigadista en el brazo, no pasó a mayores pero el susto nadie se lo quitó.  Las botellas de vidrio tronaron.
 
Ya arriba se puede observar cómo del lado izquierdo de los miradores la "selva" de concreto se ha comido a la naturaleza. Devorándola insaciable. La barranca colinda con colonias como Loma El Pedregal, La Higuera,  Flamingo y La Joyita. Los residentes cuentan con una excelente vista pero tienen a su lado un enorme basurero disfrazado de reserva ecológica.
 
Después de subir los picos, las palas y las carretillas que utilizaron para exhumar la basura, el arquitecto Castiello se despidió de sus compañeros. "Muchas gracias (por venir), le quitamos un peso de encima a la barranca de Huentitán".
 
Los cadáveres de 250 árboles acompañaron a los brigadistas durante la separación de los desechos junto al estacionamiento. Fueron derribados días antes para no estorbar la construcción del Museo Barranca de Arte Moderno y Contemporáneo. Recostados, esperan ser  mutilados con una sierra, para luego sacarlos del parque Mirador, lugar que los vio crecer.
 
Los jóvenes cargaron con los costales repletos de basura que recolectaron. Gracias a su voluntaria labor, la barranca de Huentitán huele un poquito, sí, un poquito menos a muerto.
 
 Herramientas

 
Según la Secretaria de Medio Ambiente para el Desarrollo Sustentable del estado de Jalisco, con los residuos generados en el estado durante un año se  puede llenar nueve veces el Estadio Jalisco.
 
 El promedio de basura sólida que generan los habitantes de la metrópoli es de 1.2 kilogramos diarios.  Es como si llenaran una bolsa en el supermercado con 6 naranjas.
 
 EL INFORMADOR/JULIO GONZÁLEZ
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