Jalisco

La ciudad y los días

Debiera ser un asunto de interés público que Guadalajara contara con una especie de Consejo del Agua

Las ciudades dependen absolutamente del agua. Su buena o mala relación con ella determina la naturaleza de su vida, la racionalidad de su desarrollo. El agua y sus efectos gravitan permanentemente sobre el bienestar de cada habitante. Basta saber uno o dos días lo que es no contar con ella para regresar a uno de los principios básicos de la existencia: sin el agua no hay vida posible.

Guadalajara perdió, en algún momento, esa saludable cercanía con el agua y sus usos. Fue claro durante los primeros siglos de vida de la ciudad que el abastecimiento acuático era, para cada ciudadano, un problema central y evidente. La instalación de fuentes públicas en las plazas tapatías de los primeros tiempos de la Colonia fue un hecho muy significativo, capaz de conmover a toda la población. El padre Buzeta, franciscano, fue justamente celebrado por sus trabajos hidráulicos que tras no pocos esfuerzos y general expectación lograron resolver el problema de la dotación del agua en el siglo XVIII. Los manantiales del Agua Azul fueron explotados con éxito desde mediados del siglo antepasado. Se dice que el general Tolentino fue el primero en instalar una bomba al pie del Cerro del Colli, a finales del siglo XIX. El acueducto Castaños, construido un poco después sobre la Barranca Ancha (actual Avenida Montevideo), fue un gran avance en el aprovechamiento de los Colomos.

Una ruptura, frecuentemente mencionada, en la relación de los tapatíos con el agua, es la que supuso la decisión de entubar y convertir definitivamente en albañal al Río San Juan de Dios a partir de los inicios del siglo pasado. Este ocultamiento del principal rasgo geográfico y natal de la ciudad prefiguró la actual relación del habitante medio con el agua: un líquido que por obra y gracia “del Gobierno” sale o deja de salir de determinada llave. La misma complejidad del problema lo hace poco legible para el habitante medio. La discusión pública sobre el agua, que se ha arrastrado durante lustros, se ha convertido en un confuso caldo en donde la politiquería, las ocurrencias y la ausencia de rigor científico han llevado a una falta general de conciencia sobre tan importante tema. Las erráticas medidas anunciadas para hacer frente a la problemática hidráulica no han hecho más que aumentar la confusión. Por eso, cuando se anuncian los famosos tandeos, como sucede por estos días, las reacciones son de un más o menos resignado estupor.

Debiera ser un asunto de interés público que Guadalajara contara con una especie de Consejo del Agua, un organismo ciudadano que se encargara de mantener, más allá de banderías y tiempos políticos, por arriba de conveniencias y miopías coyunturales, las cuentas y las razones del agua. A la manera de los viejos ingenieros: con los pelos de la burra en la mano y con rigor intelectual y científico. Solamente de esta manera podría ir generándose entre la población una verdadera cultura del agua, un conocimiento útil y eficaz de los problemas y sus reales soluciones.

Abona en este sentido, y es alentador, por otro lado, leer cosas como las que EL INFORMADOR publicó el pasado domingo 13 de marzo. Un ingeniero norteamericano, Todd Stong, ha estudiado por su cuenta, durante 15 años, las aguas del Lago de Chapala. A partir de allí determina, categóricamente, que sus caudales mantienen una razonable calidad. Hechos y datos ciertos y comprobables como éstos son los que se necesitan.
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