Jalisco
La Plaza Tapatía celebra tres décadas de historia
El objetivo original era crear un espacio de convivencia, actividad comercial y atractivo turístico en el Centro
Luego de varios años, y viendo en retrospectiva, se puede evaluar si los objetivos del proyecto se lograron. Actualmente, la división de esta capital a través de la Calzada Independencia se mantiene vigente, lo cual vuelve discutible la cohesión de las dos Guadalajaras a través de la plancha de concreto que este día cumple 30 años.
“Pensar que se trata del puente que uniría las dos Guadalajaras no es más que la alegoría de una intervención urbana con otros fines; simple pretexto ideológico”, externa el economista con estudios de posgrado en Urbanismo, Luis Fernando Álvarez.
Quien actualmente ejerce como profesor investigador del Centro Universitario de Arte Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara, estima que la operación, como las grandes intervenciones que buscan homogeneizar el territorio, generó nuevos problemas en el espacio consolidado.
Con una mayor circulación y con un aproximado de 70 mil visitas por día, la protección de las autoridades es necesaria. Y en lugar de obtener más visitas de los residentes del Oriente de la ciudad en un horario nocturno, originó bajas en la afluencia al no destinar recursos en materia de seguridad.
A su vez, el arquitecto Ignacio Vázquez Ceseña, con estudios de posgrado en Diseño Urbano en Copenhague, Dinamarca, manifiesta no creer que “se haya roto la barrera entre la Guadalajara de Oriente y la de Poniente, o entre ricos y pobres. Se trata de más de cinco millones de habitantes y en realidad algo como la plaza no iba a lograr que se diera un cambio socialmente”.
Para él, si bien no se logró romper con el paradigma de las dos Guadalajaras, los ciudadanos ganaron un espacio público, y como muestra de ello están los domingos, cuando se apoderan del espacio y se llena casi en su totalidad.
La remodelación
“Mejorar la condición de vida de los habitantes del barrio de San Juan de Dios”, frase que intenta funcionar como justificante en los documentos que decretan la intervención. Sin embargo, en opinión de Vázquez Ceseña, la zona se considera “peligrosa” con o sin plaza.
Antes de crearse la explanada, se ubicaban edificios abandonados que daban lugar a un sitio propicio para el crimen. Y en estos días no hay lugares pensados para vivienda.
La única forma para rescatar el área de la ola del crimen, propone Ignacio Vázquez Ceseña, es logrando que se pueble con fincas residenciales. “Hay gente solicitando mañana y tarde, pero una vez que cierran los comercios se vuelve inseguro y lúgubre”.
Problema bajo los pies
De manera subterránea, bajo la placa de concreto que conforma la Plaza Tapatía, se encuentran dos mil espacios para estacionar vehículos. La complicación surge con el paso del tiempo, y en pleno siglo XXI la demanda ha rebasado la infraestructura para el automóvil.
El arquitecto extiende, a manera de juicio personal: “Debió haberse construido más grande (el estacionamiento). En los anteproyectos se contemplaban dos niveles, mas no siempre se cuenta con el presupuesto suficiente para las obras públicas. Aunado a un sistema de transporte público sería mucho más eficiente”.
Mientras tanto, el urbanista exterioriza: “El estacionamiento vino a servir como un activo que no tenía el Centro metropolitano. Quizás fue ésta, desde el principio, la única actividad rentable”.
Y si bien ya no son suficientes los cajones de estacionamiento, a favor de la estabilidad en la urbe, no deben ser incrementados. Por el contrario, se debe buscar nuevas alternativas de movilidad y estructura.
El proyecto nace en 1955
Edificios patrimoniales quedaron en el pasado
Con la intención de que la Plaza Tapatía se convirtiera en un espacio abierto, se tuvo que prescindir de algunas construcciones que con el tiempo se convertirían en patrimonio cultural, pero que interferían en la planeación. El proyecto tan ambicioso comenzó a maquinarse en 1955 por el arquitecto Días Morales, y se emprendió a finales de la década de 1970.
Durante esos más 20 años no se consideró respetar algunas edificaciones como la Plaza de Toros El Progreso, que pudo haber generado más ingresos.
“La Plaza de Toros hubiera sido un gran atractivo, como un centro de espectáculos. La ubicación era perfecta para realizar conciertos y demás eventos. Incluso, al terminar estos de noche, habrían generado mayor vida constantemente, no sólo de día”, comenta Ignacio Vázquez Ceseña.
El proyecto conllevó la demolición de vecindades, casas en renta, talleres y demás locales a cambio de espacios eficientemente más comerciales. Luis Fernando Álvarez, quien también es director del Centro de Estudios Metropolitanos, comparte: “Evidentemente hoy es inaceptable la destrucción de edificios gracias a que la concepción de patrimonio empieza a permear en nuestras prácticas culturales. Hoy reconocemos la importancia social de lo que se nos ha legado. No obstante, en ese entonces las ideas de intervención urbana eran muy incipientes, generalmente dominadas por el lucro”.
Los edificios que se implementaron en su lugar, como el Magno Centro Joyero, no representan ningún valor arquitectónico. Ejemplos del modernismo que imperaba en la época, son una imitación de lo que se gestaba en otras partes del mundo.
A pesar de las fallas al momento de construirse, la Plaza Tapatía simboliza la cuesta hacia una metrópoli en la que se va convirtiendo la Zona Metropolitana de Guadalajara. No se trata de un rotundo fracaso, pues es el punto de mayor confluencia y actividad. Los espacios públicos son un beneficio a la ciudad.
Importa que haya un lugar donde las personas puedan relajarse y caminar. Con el pretexto de mejorarlo, con más espacios lúdicos para los jóvenes y viviendas que ayuden a acabar con la tasa de delincuencia, se podría plantear una renovación integral del Centro Histórico, planeándose con mayor cuidado.
CRÓNICA
Un paseo nocturno
La caminata inicia con recelo. Todos en Jalisco lo dicen, cuando cae la noche se vuelve peligroso. Esas voces resuenan en la consciencia y provocan tener que andar vigilante, predispuesto al peligro.
Son las 22:30 horas de un viernes, y ahí yace el Teatro Degollado. Aún se puede ver una familia paseando y dos mesas ocupadas en el café de la esquina. Tal vez la escena no crea temor en el caminante, pero sabe que el problema inicia al adentrarse en la Plaza Tapatía.
A las primeras pisadas aparece el último de los vendedores ambulantes en espera de lograr la venta final. Teje collares con hilo de ceiba. Ensimismado en su trabajo, no presta atención al indigente que se encorva para buscar mejor en los depósitos de basura. Miradas de “ofender a Dios” en los dos últimos caballeros que circulan por el relieve de la Fundación de Guadalajara.
Más adelante un pintor urbano muestra sus trípticos a un amigo y el camino se vuelve estrecho. Acercándose al Callejón del Diablo se escucha un “devórame otra vez” salir entre las ventanas de un bar. La luz de candil tenue y la canción crean atmósferas de arrabal. Si en el camino aparece un solitario, intimida; evoca a alguna carta de la lotería.
Después del escudo de la ciudad llega un espacio desolado. Cerca de 25 metros de bronce ensortijado que pretende alcanzar el cielo, invade la extensa línea horizontal de concreto. Se esfuerza por atraer la vista de ciudadanos y foráneos, pero no lo logra.
Su tiempo de vanidad acaba entrando la oscuridad, alrededor de las 20:00 horas y se rinde ante un par de aventurados que aún se encuentran sentados en las bancas, de seguro riendo e intentando descifrar qué pretende representar esa escultura.
Tan sólo más allá, iluminada como para disipar todo lo lúgubre del recorrido, destella la corona que engalana al Hospicio Cabañas. Imponente por su belleza, agradece la travesía por la que el viajero ha pasado para llegar ante ella. Sólo ella, de ahí en fuera el gris asfalto. Bancas desoladas, arboledas aisladas… nada más. De eso se compone la explanada central.
Tres décadas de aquél mismo recorrido. Tal vez las 10 mil 950 noches de existencia de la Plaza Tapatía se han encontrado con una historia como ésta, de quien anda dudoso entre ella y se desilusiona ante la Serpiente Encantada.
Tres décadas en las que los tapatíos se preguntan, ¿vale la pena visitar a la que llaman con nuestro gentilicio?, ¿no disfrutaremos nunca de un paseo nocturno libre de tensiones y desconfianza que causa el paisaje despoblado?
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