Jalisco
LA CIUDAD Y LOS DÍAS (16 DE ENERO 2008 )
Juan Palomar
Los barrios contribuyen en gran medida a dar identidad a las ciudades, las caracterizan y les dan rostro y escala humana. La historia de estos enclaves citadinos es vasta y variada. Baste decir que sin ciertos barrios clave la personalidad de las grandes ciudades se vería disminuida y adocenada. Los ejemplos serían numerosísimos.
¿Quién se imagina a Guadalajara sin San Juan de Dios o El Santuario, sin Mexicaltzingo, la Capilla de Jesús o Analco, por poner unos cuantos ejemplos? En las ciudades como París o Nueva York, Londres o Berlín, Río de Janeiro o Bogotá, el buen funcionamiento del organismo citadino se basa, invariablemente, en un armónico y complementario conjunto de barrios.
Al interior de cada barrio existen, por supuesto, otras unidades urbanas de menor escala: las comunidades vecinales, agrupadas por cuadras o manzanas determinadas. Esto da un marco adecuado a las viviendas, que así adquieren un contexto construido en el que se inscriben de manera natural y jerarquizada. Así, los barrios y sus unidades vecinales contribuyen a la elaboración de un discurso urbano común que involucra a todos los habitantes y les confiere identidad, singularidad y peso específico dentro de la comunidad.
La evolución y determinadas tendencias culturales han contribuido a provocar un cierto demérito del barrio. El barrio, por esencia, acoge una mixtura de funciones y de individuos, es un territorio propicio a la pluralidad y el intercambio. El urbanismo del siglo XX, y algunas de sus secuelas, han preconizado la separación aséptica de funciones y el anonimato citadino. Baste recordar los grandes desarrollos conocidos como "ciudades dormitorio" o los socorridos "cotos" tapatíos. En ellos, muy poco de la riqueza barrial puede subsistir y la aportación que en el caso de los barrios dan éstos a la ciudad es inexistente.
Si se observa la evolución de los tejidos relativamente más recientes de nuestra ciudad es notable la manera como se han ido transformando. De constituir entornos más o menos precarios formados por infraestructuras comunes incompletas y casas habitación también precarias, han pasado a ser, en los mejores casos, barrios identificables y con personalidad propia. Los elementos para que lo anterior suceda parecen existir en la misma instrucción genética de la ciudad y en el instinto de los habitantes.
Basta comparar algunos de estos contextos hoy devenidos en auténticos barrios -por todo el rumbo de Oblatos, por ejemplificar-, con lo que sucedió con las grandes intervenciones de vivienda financiada por las autoridades en décadas pasadas. Mientras que en el primer caso el contexto urbano y el tejido social han logrado mejorar y consolidarse, en el segundo -dentro de "unidades habitacionales" supuestamente terminadas y completas- se puede observar un grave deterioro de los dos factores apuntados. La salud de la ciudad pasa por la conservación, y la creación, de verdaderos barrios.
jpalomar@informador.com.mx
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