Jalisco
—Incendio
El incendio, ciertamente, debe dejar algunas enseñanzas
—II—
El primer sentimiento de quienes se enteraron de la noticia fue, a la vez, de sorpresa y espanto. El siguiente, de alegría por la única nota amable en medio de la desgracia: no hubo desgracias personales...
Luego vendrían las reacciones de las autoridades: ante la imposibilidad de reconstruir lo destruido —el busto de Silverio Núñez y varios árboles incluidos—, las medidas para retirar los escombros y la promesa de otorgar créditos a los 138 comerciantes afectados por el siniestro. Y después, las reacciones de la ciudadanía en general, a través —signo de los tiempos— de las redes sociales.
No fueron expresiones de conmiseración con los damnificados las que surgieron de inmediato. Fueron, de entrada, especulaciones —razonables, por cierto— sobre la probable causa del incendio: un corto circuito o una sobrecarga, a raíz de las líneas “colgadas” de los cables eléctricos a la buena de Dios. Después, los “asegunes” para los créditos prometidos: que se otorguen, sí... pero sólo a los comerciantes que puedan demostrar, con facturas, la legítima adquisición de su mercancía, y sólo a quienes tuvieran a sus empleados debidamente afiliados al Seguro Social. Posteriormente, reproches para el esquema de tianguis: son comerciantes “tolerados”, muy hábiles para jalar hacia su lado la cobija de los reglamentos... y reacios, por sistema, para pagar los servicios inherentes a su actividad: luz, agua, aseo, seguridad, etc.
—III—
El incendio, ciertamente, debe dejar algunas enseñanzas. Puesto que los tianguis —perfectas expresiones de la llamada “economía informal”— han proliferado por toda la mancha urbana, haría falta establecer un reglamento con las normas mínimas de seguridad; una inspección sistemática y minuciosa de las instalaciones eléctricas; la capacitación y la presencia continua de brigadas de bomberos voluntarios...
De paso, convendría recordar que aunque en esos tianguis se surten Santa Claus, el Niño Dios y los Reyes Magos para los regalos de Navidad, no serán ellos, ciertamente, y sí mortales comunes que se ostentan como “servidores públicos”, quienes lleven a la práctica las enseñanzas que del lamentable incidente en cuestión se desprenden.
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