Jalisco
Implantes neuronales
Mi opinión tan honesta le hizo fruncir el ceño recién restirado
Pero, si como bien en claro me dejó, mis apreciaciones y las de quien sea le valen un comino partido por la mitad, no entiendo por qué la interfecta anda pidiendo pareceres ajenos sobre las decisiones que toma y exponiéndose a que más de alguna no se las aplauda.
Recién intervenida por un cirujano plástico que le reubicó las patas de gallo en una zona más cercana al pelo, se sometió al escrutinio vecinal, quizá deseando conseguir el beneplácito colectivo, de modo que, con la dudosa sensatez que me han dispensado los años, y la convicción de que es una ingratitud querer borrar la huella que éstos van dejando en nuestra faz, me limité a responder su pregunta sobre lo que pienso de los recursos quirúrgicos para enmendar la plana a la naturaleza o impedir que ésta haga lo suyo con el paso del tiempo.
Mi opinión, tan honesta como mi renuencia a andarme por las ramas cuando me la piden, no sólo descuadró con sus expectativas y postizos conceptos sobre la “naturalidad”, sino que le hizo fruncir el ceño recién restirado. Y es que si las adiciones y correcciones siempre me han parecido más patéticas que estéticas, a estas alturas de la vida no podría pronunciarme en contrario para colmarla con los halagos que las demás le dejaron caer en catarata.
Por la más confiable de las fuentes del vecindario sé que la susodicha no es la primera vez que se somete a prácticas más violentas que untarse cremas o serenarse a la luz de la Luna, y en el tiempo que tengo de conocerla (lo que es un decir, porque cada día amanece diferente) se ha convertido en un catálogo semoviente de cuanto truco, recurso, aditamento y artilugio se han inventado para parecer lo que no se es.
Sus experiencias como una de las mujeres más manoseadas de la comarca (en sentido plástico, que en lo privado no me meto) darían para una enciclopedia de varios tomos sobre triquiñuelas que van desde los tintes y trasplantes capilares, hasta las succiones e implantes más ociosos, sin tomar en cuenta la profusión de postizos con que ha diversificado su apariencia.
No dudo que quien haya conocido a esa rubia que hace tres años llegó al vecindario y levantó algunos comentarios por su cargado maquillaje y tatuajes cosméticos en ojos y labios, difícilmente le encontraría un remoto parecido con la despampanante pelirroja, pechugona, acinturada, petacona, de ojos pestañudos y artificiosamente verdes que se acaba de dar una “restiradita” y se emberrincha porque no todas se la celebran.
Quisiera Dios que los implantes neuronales fueran pronto una realidad para que ésta, como tantas que cifran el éxito, la fidelidad conyugal y la felicidad en la apariencia externa, al menos se percataran de esa orfandad cerebral que les impulsa a comprometer la salud y los dineros para perder su identidad y terminar clonándose, conforme los cánones del momento.
patyblue100@yahoo.com
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