Jalisco
Hasta que salió el peine
Terminé pasándole el mal humor que llevaba antes de subir al taxi
A pesar de reprocharle sus recurrentes insurrecciones, mi alebrestado automotor desestimó mis constantes amenazas de cambiarlo a la brevedad por un BMW y me hizo una de las suyas, para pronunciarme el desánimo que me desatan los noticiarios que cotidianamente nos amargan la perspectiva de sobrevivir lo que le falta al sexenio.
Cargada de tiliches, con el pelo en franca rebelión por la ventolera, bajo la resolana del medio día, con unos zapatos que no acabo de amansar y salvando las diez cuadras que me separaban de una avenida donde pudiera pescar un auto de alquiler que, además, me reduciría a monedas el único billetito que sobrevivió la quincena, ponerme de genio fue la mínima repercusión.
Total que, haciendo cuentas que nunca me salen y recuentos de los sitios que me faltaban por recorrer durante el resto del día, mi mal ánimo llegó a un punto de ebullición que amainó en cuanto pude tomar un taxi con rumbo a mi primer destino. Ni siquiera indagué cuánto me cobraría, ni me cercioré de que el conductor activara el taxímetro que siempre traen de adorno.
“Calorcito, ¿verdá seño?”, recitó el chofer en el mejor de sus tonos. “Ajá”, asentí con desgano y sin intenciones de iniciar una charla que no podría versar sobre algo más que el clima, o la impiedad con que se nos desgracia la vida por la dependencia de un auto que de pronto se nos pone en huelga. “Y, ¿cómo ve la situación, señito?, prosiguió el conversador, en su afán por entablar un diálogo con la muda malencarada que traía de pasajera.
Sin atinar si se refería a la coyuntura política, meteorológica, económica, social, policiaca o farandulera, farfullé un escueto “pos ai vamos, ¿no?”, para responder al rostro que me escrutaba por el retrovisor. Pero el atildado y bien informado conductor no cejaba en su empeño de hacerme el viaje más amable, charlando como si llevara un mes sin hablar con alguien y se sintiera urgido por destrabarse las quijadas.
A la altura del kilómetro catorce, de los casi veinte que recorrí en su compañía, finalmente salió el peine y surgió su verdadera identidad como prosélito del partido en el poder o, más bien, de optimista vocero de los logros oficiales cuya difusión mediática me tiene hasta el cepillo. Como en ese punto vencí mi modorra para ejercer mi derecho de réplica, y no precisamente en coincidencia con sus campanudas afirmaciones.
Súbitamente, el sorprendido individuo dejó de llamarme “señito” y de endilgarle halagüeños adjetivos a nuestros gobernantes e instituciones, para no seguir abriendo espacio a mis descarnadas críticas al respecto. Y ocurrió que el insustancial intercambio de pareceres terminó siendo catártico. Por su cara de contrariedad, me di cuenta que conseguí endosarle el mal humor que me cargaba.
patyblue100@yahoo.com
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