Jalisco

Hasta el mismo cielo era estéril…

El 20 de febrero de 2006 una explosión en la mina Pasta de Conchos en Coahuila sepultó a 65 trabajadores a 150 metros

“En esa parte del desierto, la pampa era una sola llanura sin término; ningún cerro o colina alteraba el círculo del horizonte. El terreno era tan parejo como una medialuna planetaria.

Ninguna pisada de hombre, rastro de animal o huella de máquina parecían haber profanado aquel suelo. Le pareció que en aquella parte del desierto, hasta el mismo cielo era estéril; por lo tanto, ni una gota de lluvia habría hollado esas arenas calcinadas, ni la sombra de ninguna nubecita expósita habría ungido su espinazo ardiente por los siglos de los siglos.
“—Tal vez, ni Dios mismo ha paseado jamás su mirada por estos páramos—- se dijo, atónito”.

Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui, transitó predicando en aquella década de los treinta del siglo pasado por “la tierra salitrosa” del Desierto de Atacama, por el suelo que “nadie más había pisado en los millones y millones de años que tenía de creada la Tierra”.

Esos páramos agrios que “parecían un mundo recién cocinado”, centro de la escena en la que se desarrolla la novela “El arte de la resurrección”, del escritor chileno Hernán Rivera Letelier, son los mismos que el pasado miércoles 13 de octubre de 2012 se abrieron y, desde sus entrañas, dieron a luz el milagro de regresarle a la Tierra a 33 seres que todos creyeron muertos, pero que se nutrieron de la fuerza, del vigor, de la roca y la arena, del mineral y la sustancia vivificante, para salir a la superficie, en el corazón del desierto salitroso de Atacama, en Chile, como los mineros triunfantes, conquistadores del corazón del planeta.

Rescatados sanos y salvos los 33 mineros chilenos, gracias a un colosal esfuerzo de sus familias, de las autoridades del país, de especialistas, de rescatistas y de ellos mismos que hicieron un esfuerzo sobrehumano para mantener no sólo la vida, sino la esperanza y el ánimo, a los mexicanos nos invadieron simultáneamente el júbilo por los chilenos y la vergüenza por la tragedia reciente de los mineros de nuestro propio país.

El 20 de febrero de 2006 una explosión en la mina Pasta de Conchos en Coahuila sepultó a 65 trabajadores a 150 metros. Once carboneros lograron sobrevivir con algunas quemaduras. Familiares acusaron a la empresa Minera México de no cumplir con las normas de higiene y seguridad para los mineros, y aunque el Gobierno federal dijo que se iban a recuperar los cadáveres, los trabajos se suspendieron con el argumento de que la mina estaba llena de gases que podrían originar una explosión.

Fernando Peña, minero chileno, dijo al regresar a la superficie en el inhóspito desierto de Atacama: “Hemos aprendido mucho allá abajo”. Allá el presidente Sebastián Piñera anunció una profunda reforma laboral, tras lo ocurrido en la mina San José. Y los mexicanos, ¿qué hemos aprendido acá arriba?
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