Jalisco
Festejando a papá
Previendo que el Día del Padre cada cual agarraría camino en busca de un progenitor más digno de festejo, los cuñados y concuños resolvieron anticipar una semana la celebración
Al estilo de la mafia retratada en la película de El padrino, se reunieron las cabezas de las siete familias convocadas para el evento, y todos tomaron nota de los cargos y encargos asignados para que la convivencia entre parientes fluyera sin contra-tiempos ni eventualidades de última hora. De modo que, echando mano de la logística más depurada, no se escatimaron las prevenciones respecto a la botana, los platos fuertes, los postres, las bebidas y los enseres desechables.
Y nada fue en vano porque, merced a tan meticulosa previsión, el mero día la cuñada proverbialmente impuntual sólo demoró una hora y media, en lugar de las dos y cacho que usualmente se toma para acatar sus compromisos; el primo que siempre se apunta con los hielos, los tuvo a tiempo para no empinarnos el segundo cartón de cerveza caliente y la ahorrativa del clan, en lugar de llegar con seis raciones de arroz para distribuirlo entre 40 comensales, dio cátedra de largueza al desprenderse, por esta ocasión, de las mismas porciones, pero con hartos vegetales y accesorios que lo hicieron lucir más apetitoso y rendidor de lo acostumbrado.
No en balde me permití sugerir, cuando surgió la iniciativa de reunirnos a comer y porque conozco los alcances de mi parentela política, que lo hiciéramos en uno de los incontables comederos que abundan en la ciudad. Como las preferencias gastronómicas de los involucrados difieren más que los resultados de las encuestas que mandan hacer los políticos, fue imposible lograr el consenso para ocurrir a un mismo restaurante. No sólo mi pertinente moción fue denegada, sino que, tachada como la cuñada incómoda y falta de mística familiar, los muy ingratos mayoritearon en mi contra y decidieron propinarme una lección, adoptando mi casa como sede del convivio.
Que a las reuniones familiares el flan llegue primero que las tortillas y que la botana se sirva entre el guisado y el postre ya no me extraña, como tampoco lo hace que habiéndose comprometido con toda solemnidad, les valga gorro convertir la comida en merienda. Creo que les urge el cambio de horario, pero conforme al reloj de Pakistán o de alguna zona con más de cuatro horas de diferencia respecto a nuestro tiempo corriente. El asunto de los retrasos (cronológicos y mentales) como quiera se salvan.
La única que no tiene redención (ni abuela, ni interés por leer periódicos, así que ni se va a sentir porque la estoy ventaneando) es esa concuña que lo que se da de fufurufa le sobra de indolente. Cual es su costumbre, se apuntó con la botana para no tener que vérselas con la estufa, aunque sea de lejos mientras dirige a “su muchacha”, por lo que en esta ocasión, por tratarse de algo especial, no nos agasajó con su consabido costal de duritos o cacahuates, sino con una vasta dotación de pico de gallo.
Y todo habría sido maravilloso si el revoltijo hubiese llegado en una gran vasija, y no como un tambache de jícamas, pepinos, naranjas y limones en el interior de una bolsa de plástico, a la espera de la diligente mano que los transformara en el tapatío y apetitoso abrebocas. Como a la anfitriona toca subsanar las omisiones ajenas, mejor opté por refundir la bolsa y su contenido en el refrigerador y sacar mi propia reserva de botanas instantáneas. Nomás eso me faltaba.
patyblue100@yahoo.com
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