Jalisco

Fernando Aranguren Castiello, un líder fugaz

La biografía de un empresario con vocación social

- Festeja IJAS medio siglo de vida
- La actitud del dirigente, por Fernando Aranguren

GUADALAJARA, JALISCO (19/OCT/2010).-
El 10 de octubre de 1973 Fernando Aranguren Castiello fue secuestrado cuando salía de su casa. Seis días después, el 16 de octubre fue asesinado. Su cuerpo fue encontrado 48 horas más tarde abandonado en la cajuela de una auto.

A su muerte Fernando Aranguren Castiello (30 de mayo 1936 - 16 de octubre 1973) era considerado el empresario con mayor proyección en Jalisco y uno de los personajes más importantes del empresariado tapatío. Para muchos, sobre todo los de su generación o más jóvenes, Fernando era sin duda el líder empresarial del estado: joven, preparado, visionario y muy bien relacionado con los empresarios de Monterrey y Ciudad de México, Aranguren tenía más madera y más cualidades que cualquier otro de sus contemporáneos. Cuando murió, sus grandes amigos y compañeros de ideales eran Dionisio Garza, presidente de grupo Alfa de Monterrey, y Lorenzo Servitje propietario de Bimbo y Marinela en la Ciudad de México. Con ellos compartía en la Unión Social de Empresarios Mexicanos (USEM) una visión de compromiso social de los empresarios del país.

El liderazgo de Fernando Aranguren era de un estilo poco común. Callado, de pocas palabras, Aranguren prefería siempre el bajo perfil. Más aún, exaltaba de la austeridad como forma de comportamiento de los empresarios y  detestaba el exhibicionismo del lujo. Su liderazgo tampoco se basó en una presencia mediática ni en el ejercicio de cargos en los organismos empresariales; fue, a los 31 años, presidente de Centro Empresarial de Jalisco (Coparmex Jalisco) solo durante un año. El liderazgo de Fernando estaba basado, a decir se sus contemporáneos en su capacidad de escucha, en la claridad de sus ideas y en su capacidad analítica. Jesé Levy García dice que “Fernando tenía madera”; para Jorge Martínez Güitrón simplemente “Era muy inteligente. Sus contemporáneos lo veíamos en otro nivel”.

Aunque siempre era amable y sumamente cortés, Fernando Aranguren tenía una sonrisa irónica que era su forma de decir no estoy de acuerdo, y detrás de ella aparecían los argumentos fríos y la capacidad analítica que desmenuzaba con gran facilidad los problemas. A su habilidad visionaria y su idealismo social los compensaba con su sentido práctico: siempre se ponía metas de corto plazo.

Infancia en  Lafayette


Fernando Aranguren creció en el barrio de Lafayette (hoy Chapultepec). Su casa paterna, en la esquina de López Cotilla y Lafayette (donde hoy está  el edificio de Coparmex) no era ni más grande ni más pequeña que las del resto del barrio. Su padre, don Luis Aranguren migró de España a los 14 años a casa de un tío en Ameca, Jalisco. Dos años después siguió, literalmente, la vía del tren y se instaló en Guadalajara. Don Luis era un hombre duro, austero y con una vocación especial para el trabajo. Su madre, doña Isabel Castiello, hija de una familia tapatía, era una mujer muy inteligente y una madre muy chiqueona.

La infancia de Fernando pasó en el ir y venir entre el colegio Unión, de lo jesuitas, que estaba en la calle Madero 787, a unas diez o doce cuadras de su casa, y el barrio. Sus grandes amigos de la infancia, José Mendoza de la Mora (“El Pilili”) y Carlos de Obeso Orendáin, vivían ambos en la misma calle de López Cotilla. Al trío lo unió la amistad de sus madres, el recorrido diario al colegio y el hecho de ser compañeros, aunque Fernando era casi dos años menor. Se pasaban la tarde de casa en casa, en la bicicleta o en la tradicional patinada de Lafayette, donde intentaron, sin mucho éxito, practicar el hockey sobre ruedas.

Fernando tuvo problemas de la vista desde muy pequeño, lo que le valió el apodo “El ciego” y lo que acentuó su distancia con el deporte. Sus compañeros lo recuerdan como un pésimo deportista pero entusiasta porrista; el estaba siempre ahí, junto con “ El Pilili”, al lado de la cancha de fútbol o basquetbol, pero nunca dentro. Años más tarde practicaría el karate, pero nada más.

La juventud, también precoz, la vivió al amparo del Tesoro de la Juventud, la enciclopedia temática más conocida y usada en aquella época, a la que Fernando Aranguren exprimió haciendo todos los juegos y experimentos que ahí se proponían. Afición que años más tarde se trasladaría a la revista Mecánica Popular. Los tiempos de ocio los pasaba con los amigos, “empericados” en la verja de la casa de López Cotilla mientras veían desfilar a las niñas que regresaban del Colegio Guadalajara, unas cuadras más abajo sobre avenida de la Paz. En esos años su apodo pasó de “El Ciego” a “El Abuelo”. No eran sólo los lentes, sino el carácter pausado y retraído lo que lo hacían parecer más viejo de lo que era.

Del Ciencias a Notredame

En el Instituto de Ciencias, que entonces estaba en la calle Tolsa, además de sus dos amigos de infancia, en el salón de clases coincidió con Manuel Oyarzabal Carrol, Enrique Zepeda Morfín, Jorge Matínez Güitrón, Enrique Vizcaino, Carlos García Arce, entre otros. Una generación que se distinguió porque quince, entre ellos los grandes amigos de Fernando, De Obeso y Mendoza, entraron de jesuitas terminando la preparatoria (aunque la mayoría regresaron después). Algunos dicen que Fernando hablaba también de irse de jesuita como sus amigos y que en más de una ocasión algún padre pidió que oraran por su vocación. Los familiares dicen que, al menos en casa, nunca habló de ello y que Fernando era una persona más bien liberal; un católico practicante, pero no clerical. Lo cierto es que no entró de jesuita, entre otras cosas porque era demasiado joven: terminó la preparatoria a los 14 años y para ingresar a la compañía se requería la menos 16.

El mismo problema, su juventud, lo tuvo también en la universidad de Notredame, a dos horas y media de Chicago, en Estados Unidos, cuando intentó ingresar a realizar sus estudios profesionales.

Terminando la preparatoria su padre lo llevó a la ciudad San Luis Potosí, donde entroncaba el tren México- Nogales, y lo subió a un vagón, con el dinero de todo el años para colegiaturas y manutención, con destino a Chicago y de ahí a Notredame, donde había estudiado su hermano mayor, Ignacio, y donde estudiaron sus primos y tíos Castiello. Lloró todo el camino. Al llegar a la universidad se topó con el problema de la edad. No podría ingresar hasta no tener 15 años cumplidos. Mientras el tiempo se encargaba cumplir con el requisito, Fernando consiguió empleo como portero en uno de los edificios de la universidad. Su primer sueldo lo envío como tributo a su madre: eran dos dólares.

Durante cuatro años estuvo estudiando en la universidad. Fue distinguido, junto con un compañero Filipino, como el alumno más destacado de su generación y como el graduado más joven de Notredame, hasta ese momento. Sus padres y algunas de sus hermanas estuvieron con él en aquel momento que era el primer gran triunfo de Fernando. Su padre, don Luis, se lo festejó a penas; para él era la respuesta esperada de la oportunidades que la vida les había dado.

Fernando no regresó a Guadalajara de inmediato. Se quedó en Chicago un año más estudiando artes gráficas, una de sus pasiones que luego convertiría en un nuevo nicho de negocio para el grupo.

El empresario


A finales de los cincuenta llegó a la ciudad y se integró al trabajo de la fábrica de almidones junto con su padre y su hermano Ignacio. Su papel en el equipo fue el de promotor. Convenció a su padre de entrar en el negocio de las artes gráficas; comenzó a viajar a Monterrey y México en busca de nuevos clientes. Recién casado con Margarita Álvarez Bermejillo se fue a vivir a la ciudad porque allá estaban los clientes. Unos años más tarde Don Luis, Ignacio y Fernando estaban abriendo una nueva planta de Productos de Maíz en Naucalpan, estado de México, para atender el mercado de la ciudad de México.

En Monterrey Fernando también encontró nuevos nichos de mercado para la fábrica familiar. Convenció a grupo Alfa de emplear engrudo de almidón en el proceso de ensamblado de las cajas de Cartón Titán y convirtió a la cervecería Cuauhtémoc en un importante comprador para el grupo. En Monterrey conoció también a don Carlos Prieto, padre del famosos chelista con quien también tuvo una gran amistad. Con lo Prieto participó como consejero de la Central Financiera.

Sus relaciones con empresarios de México y Monterrey le dieron una nueva perspectiva al grupo empresarial y un liderazgo regional. A los 28 años fue invitado como uno de los ocho consejeros del Banco Nacional de México (Banamex) y los 31, invitado e impulsado por su suegro, don Miguel Álvarez, se convierte en 1967 en presidente del Centro Empresarial de Jalisco por un año en una época en que el Centro estaba en pleno proceso de cambio.

Como presidente de centro patronal, Fernando Aranguren participaba en la llamada Junta Coordinadora de la Iniciativa Privada, en donde confluían los presidentes de la Cámara de Comercio y de las Cámaras Industriales. Ahí Fernando Aranguren se destacaba claramente del resto de sus compañeros de la iniciativa privada, a decir de Jorge Martínez Güitrón. Tenía una visión del país más completa, mucha claridad y conocimiento; era un lector incansable que siempre estaba al día. A principios de los setenta Fernando hablaba de que en el futuro los pagos en los supermercados se harían descontando el momento directamente de las cuentas de cada uno en el banco (las tarjetas de débito). Todos lo tildaban de loco a lo que él respondía con la publicación de Harvard donde había leído sobre ello. Los libros y la música eran sus grandes aficiones y junto con su familia, su esposa Margarita y sus cinco hijos, Fernando, Margarita, Mónica, Jaime y Maite, llenaban su tiempo de libre.

Además de sus habilidades empresariales, Aranguren tenía un gran sentido social. Inspirado en el pensamiento de la doctrina social de la iglesia, la formación jesuítica y la de sus padres, Fernando introdujo en el mundo empresarial jalisciense temas que no eran tratados en forma amplia: la responsabilidad social de los empresarios, la participación de los obreros en las empresas, la capacitación, el bienestar y el bienser de los obreros.

En los años setenta, en medio de una creciente tensión de los empresarios con el entonces presidente, Luis Echeverría, Fernando Aranguren se consolidaba como el líder empresarial más importante de esta región del país. Tenía una visión de crecimiento que aunque en algunos momentos chocaba con la de su padre, iba en un rápido camino ascendente: el quería crecer con financiamiento bancario, modernizar las plantas y entrar a nuevos negocios.

Cuando el 10 de octubre de 1973 iba de camino de su casa, en la calle La Rioja, al trabajo en la zona industrial fue secuestrado por un comando de la Liga Comunista 23 de septiembre en el puente del arroyo chico en la carretera viaja a Zapopan. Nunca regresó. La muerte de Fernando Aranguren conmocionó a la ciudad, que se pudo de luto. Escuelas y empresas cerraron su puertas y cientos de hogares colgaron un moño negro en la puerta en señal de duelo. En apenas 37 años Fernando Aranguren se convirtió en uno de los hitos de la clase empresarial tapatía. “Fue muy precoz. Vivió muy rápido”, dice su hermana Pilar. Su hermano Ignacio lo describe, por su brillantez y brevedad como “una estrella fugaz”.
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