Jalisco
Faltando un cuarto para la hora
SEGÚN YO
Ignoro si por herencia genética o maña posteriormente adquirida, en cuestión de dineros la cabeza no me da para pensar más allá del siguiente día o para desear que bien pronto llegue la quincena, ese conjuro en metálico que desde niña aprendí a asociar con la solución de cuanta calamidad material ensombrecía la vida doméstica, o con la promesa de materializar un requerimiento particular, aunque se tratara de un mero antojo.
De no haber nacido afectada con el síndrome de la despreocupación, o de no haber crecido bajo la consigna del “ai mañana Dios dirá”, la vida se me habría vuelto una miserable sucesión de pendientes y obsesiones por prever con cautela cuanto compromiso y obligación derivan de la condición de cualquier ente urbano y trabajador, asentado en una propiedad adquirida con esfuerzos y a bordo de un automóvil por el que no ha terminado de amortizar las letras equivalentes a tres alfabetos. A Dios gracias, soy de las que voy sorteando el día y no miro al futuro como la inevitable vorágine de impuestos, prediales, servicios, multas, verificaciones, tenencias, similares, anexos y recientes inventos para esquilmar al pueblo, cuyo pago debo prevenir durante todo un año para evitar que me aplasten.
De cualquier modo, no saben cómo me encantaría aclarar a los medios gráficos, electrónicos y radiofónicos que critican sin piedad a los morosos, o no se explican por qué a los mexicanos nos gusta dejar todo al último, que quienes somos de ésos, no cubrimos nuestros compromisos con prudente antelación por insolvencia económica, sino porque de ninguna manera nos perderíamos la excitante y beisbolera aventura de llegar a pagar en safe. Ni después de este destierro renunciaríamos a la tonificante explosión de adrenalina que supone conseguir dinero prestado o al inusitado placer de exprimir una tarjeta de crédito que recién pusimos a flotar. Por nada de este mundo nos privaríamos del delirio extremo de aumentar medio metro a la horizontal de tres kilómetros frente a una receptoría de pagos, más allá de la medianoche.
Si no buscáramos saldar nuestras cuentas a última hora, no sólo nos perderíamos la inenarrable odisea que supone llegar faltando un cuarto para el vencimiento, o al límite de la intolerante tolerancia de nuestros recaudadores, sino que la esencia misma de nuestra mexicanidad peligraría y hasta nos correríamos el riesgo de ser confundidos como representantes de alguna otra etnia exótica.
patyblue100@yahoo.com
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