Jalisco

Espectaculares y bardas, gastos ineludibles para candidatos

Los aspirantes a presidentes municipales invierten hasta 700 mil pesos en pintar bardas

GUADALAJARA, JALISCO (06/JUN/2012).- Cada tres años, cientos de candidatos salen a las calles en busca del voto, y para eso es necesario un dinerito. No hay campaña sin presupuesto: tener más dinero no asegura la victoria, pero sí ayuda a fortalecer las aspiraciones. Los topes de campaña en Jalisco son elocuentes en este sentido: un poco más de un millón de pesos en la carrera rumbo al Congreso; en el caso de alcaldes, Guadalajara es el municipio con el tope más alto de gasto, un poco más de cinco millones de pesos; en tanto que para los candidatos a gobernador el tope de gasto de campaña es de 22 millones de pesos.

En el caso de diputados, el costo más oneroso es definitivamente todo lo que tiene que ver con comidas y mítines, tanto en el área conurbada de Guadalajara como en el resto de los municipios. Un candidato a un distrito fuera de la metrópoli puede gastar hasta 150 mil pesos en la organización de comidas con líderes de municipios y regionales importantes para el distrito por el que compite. Este gasto es complicado de reducir, ya que es el marco donde se hacen los “amarres” para la campaña. Son comidas para 50 personas normalmente, donde hay vecinos y personajes clave para ser competitivo el día de la elección.

La movilidad es un gasto altísimo en cualquier elección. En términos relativos, los candidatos a diputados se gastan casi una sexta parte de su presupuesto en movilidad, y los candidatos de partidos chicos incluso pueden gastar la mitad de su presupuesto en gasolina y movilidad de gente. Aquí la diferencia presupuestal marca la brecha: un candidato de un partido con poco presupuesto (200 o 250 mil pesos para toda la campaña) tiene que gastar hasta 150 mil pesos en su gasolina de traslado y en la de su equipo de trabajo; son gastos irreductibles. Una campaña a alcalde, por ejemplo en Guadalajara, tiene destinados para movilidad recursos que pueden superar un millón de pesos.

Las bardas son también un gasto muy importante. Pintar cada una les cuesta entre 400 y 500 pesos, y un candidato a la alcaldía tiene que pensar en unas mil 200, por lo menos. Así, en el caso de los candidatos a alcaldes y gobernador, el gasto puede llegar a más de 600 mil pesos, ya que se paga por las brigadas que pintan las bardas, en casi todos los niveles electorales. En algunos casos, y sobre todo en campaña a gobernador, los candidatos tienen un equipo que realiza esas labores, pero no es un rasgo distintivo de todos los equipos.

En la elección a gobernador, en particular, el gasto en espectaculares es sumamente alto. Un espectacular cuesta entre 15 y 30 mil pesos al mes, según la ubicación. Si quieren asegurar el lugar durante campaña tienen que pagar por adelantado entre 50 y 60 mil pesos en un lugar con mucho tránsito y bien ubicado. Así, una campaña a gobernador puede gastar más de 10 millones de pesos en espectaculares, casi la mitad del tope de gastos de campaña establecido por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalisco (IEPC).

Si a esto le añadimos que también pagan por publicidad y propaganda en medios impresos, muchas veces los candidatos a la gubernatura ya rebasaron el tope de campaña solamente tomando en cuenta estos rubros.

Otro tema que eleva el gasto de las campañas son las encuestas. Pueden ser desprestigiadas por la clase política, se dice que están “cuchareadas” y que intereses perversos se esconden tras ellas, pero al final hasta el candidato del distrito menos importante o del municipio menos poblado quiere la suya.

La democracia necesita de pesos y centavos, las buenas intenciones y las campañas austeras no dejan los resultados deseados. Así, no es difícil confirmar que cada tres años que hay campaña la economía del Estado recibe auténticos cañonazos de billetes.

CRÓNICA
No podemos llevar con las manos vacías


Por ahí dicen que las campañas son una época de venganza para los ciudadanos. Los desplantes y falta de compromisos que caracterizan a los políticos se diluyen durante unos cuantos días en la campaña. Los candidatos llegan a las colonias y a los municipios con las manos llenas de objetos: llaveros, camisetas o termos.

Nuestro tan apreciado clientelismo es el símbolo de las campañas: no es raro encontrarse con la señora en pueblitos pequeños que decide su voto basada en el criterio de quién le dio el recuerdo más grande. “Si no me da camisa, no voto por usted”, señala una mujer de avanzada edad en un pueblito pequeño que pertenece a Ameca.

Fuera de la Zona Metropolitana de Guadalajara las campañas son auténticos ciclones que avanzan por plazas públicas y dejan una estela de basura y desorden. Hay que imprimir cuanto papelito informativo se pueda: la gente espera los objetos en la campaña, señala un candidato a diputado. No nos podemos dar el lujo de ahorrar dinero en este tipo de cosas: trípticos, fotografías y volantes son fundamentales, prosigue en la conversación el candidato, al hablar sobre la planeación de sus recursos de aquí a que termine la campaña. Queda casi un mes, sólo tenemos dinero para el cierre y para los coordinadores distritales el día de la elección.

Al final, la campaña es un compendio de sueños rotos para los candidatos: hay que elegir, no hay presupuesto ilimitado. Hasta el candidato del municipio más modesto del Estado cree que necesita la sofisticación de sus pares en las grandes ciudades: desde dominar los espacios publicitarios en los periódicos, hasta realizar encuestas. Es increíble, pero la popularidad de las encuestas y su efector predictor ha tocado a todos los candidatos, que están dispuestos a pagar miles de pesos por una que les diga cómo van. El resultado final es que unos pueden más que otros, pero todos gastan por encima de lo que planearon.

LA VOZ DEL EXPERTO
Modelo de opacidad

Cristina Romo Gil,

miembro de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información.

El modelo de fiscalización del IEPC y del IFE para el gasto de los partidos en campañas electorales deja una visión opaca, pues no está suficientemente claro qué es lo que se tiene que rendir en cuentas durante el proceso electoral.

Cristina Romo Gil, profesora emérita del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) y miembro de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información, señala que “no tenemos instrumentos suficientemente democráticos para mantener la información adecuada de lo que se está gastando. Volvimos al tiempo del gasto inaudito”.

Indica que existe una cantidad de ingresos ilegítimos en las campañas, de lo que no se rinden cuentas: “Nos van a dar cuentas de lo que está presupuestado para los partidos, y eso va a ser hasta después que terminen las campañas. No creo que ninguno de los dos institutos tenga la capacidad para solicitar esta información completa”.

La académica subraya que “vivimos en la opacidad. Si la ciudadanía conoce en qué se está gastando, puede formar un mejor criterio para votar”. Y propone elevar el porcentaje de votos con el que los partidos conservan el registro.

“Tenemos cinco candidatos a la gubernatura y campañas demasiado largas. El modelo de fiscalización debería no sólo decirnos en qué se gasta el dinero público, porque tenemos derecho, y aún dinero privado que entre en el terreno público”.

“Si la ciudadanía conoce en qué se está gastando, puede formar un mejor criterio para votar”.}


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