Jalisco
En qué mala hora se nos ocurrió
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Al cabo de un gozoso y muy esperado año de jubilación, cuyos inenarrables beneficios se convirtieron en su único tema de conversación durante los periódicos cónclaves familiares, al septuagenario se le agotaron las opciones recreativas para sobrellevar una plácida existencia, sin horarios ni presiones laborales, de tal suerte que enfiló sus baterías hacia el ciberespacio y la manera de acceder a él.
Su imposibilidad económica para hacerse del equipamiento que se le volvió obsesión y sus constantes alusiones a lo que determinó enunciar como un acariciado sueño guajiro, terminaron por estremecer las fibras que aún le quedan medio sensibles al primo rico quien, en un cacareado acto de largueza, le hizo llegar una computadora que recién había desechado en casa, para sustituirla por una de mayores alcances y menores rasgos de obsolescencia.
Como es de todos sabido que la coyuntura central del brazo no es precisamente la parte más blanda de la humanidad del citado pariente, no dejó de sorprender su gesto de consideración que, aunque limitado, todos aplaudimos y nos apuntamos a completar. Así, el socorrido anciano se hizo de un decoroso paquete computacional que se completó con subsiguientes ofrecimientos del resto de la familia para patrocinar una mesa donde asentar el equipo, la conexión y renta de la red y algunos rudimentos de software que debían ser remozados.
Descaradamente conmovido y a punto de soltar las de San Pedro, el tío agradeció las dádivas y, en plena erupción de emotividad, aprovechó para escurrir la petición de que alguno de los más jóvenes del clan le instruyera en el acceso a los artilugios de comunicación y desenvolvimiento en las redes sociales. Para su fortuna, sobraron aspirantes a convertirse en sus eventuales tutores; para nuestra desgracia, lo adiestraron tan bien que, desde el día en que los entresijos de la virtualidad dejaron de serle desconocidos, a los parientes, amigos, conocidos, colaterales y anexos nos ha mantenido los respectivos buzones y canales electrónicos atiborrados de bellos mensajes, hermosa música, increíbles postales, importantes reflexiones, escalofriantes estadísticas, espectaculares fenómenos naturales, curiosas conductas animales, peregrinas teorías, errabundas filosofías y convenientes revelaciones políticas o económicas.
Del aguerrido cibernauta hemos recibido advertencias, revelaciones, cadenas, peticiones, orientaciones, poemas, chistes, videos, fotos del recuerdo y tarjetas onomásticas que a todos nos tienen hasta el cepillo, porque no hay día que accedamos a nuestros particulares correos sin que nos topemos, sin exagerar, con una docena de envíos del mismo remitente al que, en una nueva reunión familiar, y con la misma generosidad con que le franqueamos el acceso a la modernidad, habremos de recomendar que el cibercorreo y las redes sociales sirven para algo (mucho más) que poner a circular cuanta tontería se nos atraviesa. Y si fui yo la que le develó las insondables maravillas del Facebook, “ora” me aguanto.
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