Jalisco

En prisión, con el cobijo único de una libreta

La calidez en el rostro de la directora difícilmente hacía pensar que se tratara de la encargada del Centro de Reinserción Social para damas...

...Termina el paseo en el complejo carcelario masculino y la voz de las autoridades suena en medio de una momentánea pausa entre el acalorado debate que sostenían los comunicadores tras salir de una prisión que permite los beneficios por buena conducta: “Si lo desean, podemos subir a un camión que nos llevará al penal de damas”. La respuesta, unánime, se evidenció cuando el cúmulo de periodistas se introdujo presuroso al pesado automotor.

El chofer insertó la llave en la ranura de encendido y el motor rugió; las ansias por saber e informar sobre el estilo de vida en el Centro Preventivo y de Readaptación Femenil cambiaron de tajo el rumbo de la plática.

Frente a ellos, el portal de acceso al penal de mujeres. Un edificio cuyo impacto visual resulta significativamente menor al que causó su “hermano mayor” en el bien custodiado Complejo Penitenciario de Puente Grande.

El ingreso resultó más sencillo aún… el beneficio de compartir pasos con tres representantes del Poder Legislativo impedía, siquiera, un atisbo de molestia en los trabajadores del penal femenil.

La calidez en el rostro de la directora difícilmente hacía pensar que se tratara de la encargada del Centro de Reinserción Social para damas; más difícil aún fue relacionarla con tal cargo jerárquico después de entrar al sitio en que se encuentra la población de internas, y ver cómo éstas se le acercaban sin miedo para solicitarle amablemente que revisara sus casos. Aunque el espacio de reclusión está lleno de espacios verdes, libres de contaminación, sigue siendo un sitio alejado de la libertad, alejado de sus familias…

El breve recorrido inicia, al igual que en el CRS, en el área administrativa. No obstante, observar a las secretarias inmóviles y escuchar el sonido, casi armónico, de varios teclados en uso constante, no resulta atractivo en lo absoluto. Al menos no después de relacionarlo con un malicioso Deja Vù, recientemente experimentado en el Penal de Sentenciados.

Después del área de ingreso, un panorama no muy distinto al anterior se muestra al grupo de invitados. Una terraza verde con un edificio céntrico, paradójicamente adornado con murales que dificultan no relacionarlo con un jardín de niños, y una considerable cantidad de mujeres ataviadas con ropa clara, miran curiosas al considerable grupo de extraños. No son visitantes comunes. Eso se adivina en la forma como las observan…

“Si me acompañan, vamos al área de dormitorios”, cita la amable directora, quien saluda por su nombre a cada una de las internas que se acercan a ella, mientras las custodias del penal sigilosamente le cubren, aunque a ella parece no importunarle en lo absoluto la cercanía de sus “huéspedes”.

¿Las conoce a todas por…? —claro, a todas y cada una de ellas— se adelanta, a la vez que saluda a una curiosa mujer de edad avanzada, quien con suma dificultad para hablar menciona: “Ya estoy bien viejita, directora, ya déjeme salir”…

“Es la abuela”, dice. Varios miembros de prensa rodean a la curiosa anciana, al tiempo que le interrogan sobre el motivo que, hoy, la mantiene bajo candado, alejada de los nietos por los cuales, quizás, se le ha dado su sobrenombre.

Traía varias pastillas, como 30. Eran de receta y me agarraron con ellas.

¿Las cargaba porque las necesitaba?
Pos no, la verdad no.

¿Entonces usted las vendía?
Tampoco, lo que pasa es que me las tomaba y me sentía bien chido, por eso compraba de a muchas...

Una risa inoportuna salió de todos quienes la escucharon. Ella, al ver la impresión que causó su comentario, lejos de molestarse dio continuidad a la efímera alegría lanzando sonoras risotadas al aire, olvidándose por un momento de la diabetes que le atormenta y de la fiel compañera que siempre le acompaña y cuida.

Rato más tarde, periodistas y legisladores se hallaban dispersos platicando con las amables residentes del pequeño edificio. Unas de ellas aprovecharon la visita para mostrar el esfuerzo que pusieron en el arreglo de sus dormitorios. Al subir las escaleras y entrar a una celda que llama la atención por el color rosado y el agradable aroma que imperaba en ella, una joven mujer, de no más de 25 años salió de entre las sombras, cargando lo que al parecer era un pequeño muñeco. No era así, se trataba de su hijo de tres semanas de nacido…

“Tenemos qué irnos”, fue la indicación. Las preguntas hacia aquella joven señora quedaron eliminadas y sólo se logró extender una sincera felicitación por el bello bebé que llevaba entre brazos. Al descender del sitio y despedirse del cúmulo de damas, la respuesta unánime fue un sincero “adiós”. Nunca se escuchó un “hasta luego”… ellas sabían que era la primera y última ocasión en que expondrían sus quejas frente a diputados y prensa, al menos desde el sitio que ahora se había convertido en su “hogar”.
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