Jalisco

En prisión, con el cobijo único de una libreta

Diez de la mañana: periodistas y legisladores reunidos afuera del reclusorio esperan impacientes la llegada de una autoridad que permita el acceso al Reclusorio Preventivo

No hay más panorama que el que la tinta derramada en un puñado de hojas permita revelar; la visita guiada al complejo carcelario de Puente Grande y la cortesía de las autoridades al permitir a casi 20 miembros de prensa acompañar al Poder Legislativo en su incursión al modus vivendi de la población penitenciaria se vio drásticamente empañada por una regla de oro, fija e inamovible: cámaras y grabadoras no entran.

Paradójico, reunir a un grupo de comunicadores y desnudarles de las herramientas para atestiguar el modo de vida de quienes viven subyugados al sistema carcelario. Un sistema vulnerado, empañado por las mismas reglas prohibitivas hacia la prensa, con el “reciente descubrimiento” de un autogobierno, que algunos actores sociales se empeñan en denostar como “liderazgo positivo”.

Diez de la mañana: periodistas y legisladores reunidos afuera del reclusorio esperan impacientes la llegada de una autoridad que permita el acceso. Mientras, los intentos por obtener la mayor cantidad de imágenes desde el exterior son impedidos por agentes ataviados de negro, cuya agilidad para impedir el flash de una cámara resulta, simplemente, sorprendente.

A la llegada del responsable del recorrido, la veintena de periodistas entra a un salón, donde se explica a detalle el protocolo. Se reitera la prohibición de cualquier herramienta que permita evidenciar las condiciones de vida en prisión y se sofoca la tensión ya imperante al recibir, finalmente, una permisión, pequeña aunque suficiente: libretas y bolígrafos sí tienen autorización.

El acceso resulta por demás sencillo; no perder la credencial de identificación es el único requisito. Un proceso que a familiares y amigos de internos demora hasta una hora, fue sorteado por la prensa en tres minutos. Aunado a la velocidad, la alegría de recibir una gran cantidad de sonrisas disímiles, cortesía de los custodios —quienes incluso bromean a la entrada del convoy de informantes—, no tiene precio… lástima que tal cortesía no sea percibida por la visita regular.

Una vez sorteados los obstáculos de acceso, inicia el recorrido en el área administrativa y continúa con los locutorios… cuartos vacíos donde la evidencia no existe, sólo un espacio repleto de soledad.

La salida al área de terraza fue distinta. Un aroma a pintura fresca inunda el paso por las áreas verdes, cuyos límites se encuentran relucientes... casi húmedos. Los paliativos para que el Centro de Readaptación Social luciera mejor ante la visita de los entes legislativos fueron realizados, quizás, horas antes de su llegada. Al final, la fuerza laboral es gratuita, así lo demuestra una cancha de tenis en proceso de elaboración, cuya autoría quedará en manos de los internos.

Los pasos guían al conglomerado de libretas andantes hacia el área médica, donde varios hombres uniformados con colores claros voltean con sorpresa a mirar a la inusual visita.

Nadie dice nada, sólo miran atónitos. Sus rostros exigen una explicación sobre la presencia del grupo que parece examinarlos tanto a ellos como al sitio en donde “viven”. No obstante, los individuos no emiten pregunta alguna. Su imperiosa necesidad por ser atendidos y sofocar el dolor que los agobia se antepone a su curiosidad.

Continúa el caminar, los encargados de atender a quienes un error los llevó tras las rejas conceden entrevistas y resuelven, gustosos, una pregunta tras otra. No hay censura en este viaje, a pesar de que las herramientas-testigo, propias de medios de información, esperan afuera, amontonadas en vehículos repletos de bolsos y mochilas. Luego de sortear el gimnasio y las miradas agudas de hombres repletos de testosterona, dirigidas a las damas que pasan frente a ellos; después de una visita a los talleres de trabajo y, ¿por qué no?, adquirir un souvenir elaborado por gente que desea la reinserción social —o simplemente acelerar el reloj manteniéndose ocupado— y tras observar un ágil partido de frontón y otro de baloncesto, la voz del director de reclusorios, José González Jiménez, indica que el siguiente destino es el área de celdas; en específico, el módulo o edificio 10, hogar del presunto “líder positivo”, Alejandro Mena Quirarte.

El ingreso es un edificio similar a una escuela secundaria, con un comedor adyacente y una televisión de pantalla plana que se apaga en cuanto el cúmulo de autoridades, precedidas por el grupo de curiosos periodistas, entra ahí. Los tendederos repletos de ropa blanca y beige evidencían la higiene del sitio. “Así evitan las chinches”, menciona el director del lugar, Jorge Pérez Migoni.

“En estos momentos vamos a entrar a la habitación 38, del reo Alejandro Mena Quirarte”. Ni bien concluyó su frase cuando la totalidad de comunicadores prácticamente corrieron al dormitorio que señaló con el dedo índice, un cuarto que desde afuera es igual a todos, pero cuyo interior guarda ciertos “avances” que no son precisamente la constante en la comunidad de presidiarios.

Tres por dos y medio, medidas exactas a las de sus vecinos. Pero, a diferencia de ellos, Mena Quirarte no tiene por qué salir de su “hogar” para acarrear baldes con agua y limpiar su baño o su cuerpo. La regadera sirve a la perfección, al igual que un baño finamente decorado con piezas de vitropiso. Una modesta televisión, un ventilador, ropa fina y perfumes costosos finalizan la lista de “obsequios” que el sistema carcelario le dotó, con base “en su buena conducta”, una que no mostró cuando gozaba de libertad.

En contraste, una plática con los residentes próximos a Alejandro Mena revela humildad: seis literas repletas de ropa, calzado y artículos personales en desorden lo demuestran. La docena de reos que coexisten en un cuarto óptimo, pero rebasado en cantidad, es evidencia de un sistema con trabas y desigualdades notables. Pese a ello, la réplica de aquellos hombres, hundidos en tensión por las probables represalias en su contra, simplemente puntualiza que, “aquí nadie es más que los demás, todos somos iguales”… o al menos, quizás creer eso aminora el peso de su estadía tras las rejas…

(Parte I)
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