Jalisco

En el abandono, documentación oficial del 22 de abril de 1992

Las 223 cajas donde está la información de las explosiones en Guadalajara, no han sido abiertas ni clasificadas en el Archivo Histórico del Estado

GUADALAJARA, JALISCO.-  Aquel 22 de abril de 1992 en Guadalajara, tan vivo para pocos, para los más no es otra cosa que una tragedia hoy enclaustrada, una que gobernantes y tapatíos guardaron celosamente en tantas cajas como les exigía la historia, pero eso sí, bien revestidas en plástico, para evitar que se nuble la memoria con el polvo que viene con los años.

Todo cupo muy bien en 223 cajas, a la completa disposición de cualquiera, porque en cualquiera pueden resurgir siempre las preguntas. Las resguarda el Archivo Histórico del Estado de Jalisco, pero los miles o quizá millones de documentos que encierran nunca han pasado por un proceso de clasificación. Y así, a fuerza de contenerlo todo, ocultan hasta el más mínimo detalle.

Solicitarle a la Secretaría General de Gobierno de Jalisco un informe oficial de los hechos ocurridos ese día —con toda su trascendencia para Guadalajara, su Gobierno y sociedad—, obtiene como respuesta el ofrecimiento para conocer el contenido de esas 223 cajas… por ahí debe andar.

En las cajas está depositada la gestión del Patronato para el Auxilio e Indemnización de los Afectados, Reconstrucción y Adecuación de la Zona Siniestrada del Sector Reforma de Guadalajara, un nombre tan grande como su encomienda, que fue creado como un Organismo Público Descentralizado (OPD) del Gobierno estatal, el 13 de mayo de 1992.

Fue tarea del patronato apoyar a los damnificados, valuar sus pérdidas y pagarles sus indemnizaciones, con los recursos que recibió de las distintas instancias de Gobierno, entre ellas, la Lotería Nacional. El artículo 3 de la que fue su reglamentación, señala:

“Planear, organizar, administrar, ejecutar y evaluar todas las acciones necesarias para la reconstrucción y adecuación de la zona siniestrada”.

En el Archivo Histórico del Estado se desconocen, pues, los expedientes precisos que se encuentran de ese organismo. Al ciudadano apenas y se le ofrece una especie de menú, una carta, como cuando asiste a un restaurante: ¿Qué va a llevar?, se le pregunta, pero el nombre de los platillos resulta extraño para el comensal: “Área Presidencia, Caja 006-1992”, se clasificó con tal vaguedad una de las cajas.

Las explosiones en el Colector Intermedio del  Oriente que comenzaron a las 10:05 horas habían destruido ocho kilómetros de calles, afectado mil 142 hogares, 450 comercios, 100 centros escolares y 600 vehículos. Durante las primeras 24 horas los servicios médicos de urgencia habían trasladado alrededor de dos mil lesionados. En su mayoría se retiraron el mismo día.

“Los 156 pacientes que se hospitalizaron por más de 24 horas tuvieron un promedio de estancia de 8.4 días. Cinco de ellos murieron en las primeras 24 horas  y 10 de ellos después de cumplidas las 24 horas, lo que da una tasa de letalidad de 10% para pacientes hospitalizados, y de 1.5% si se considera el total de lesionados atendidos en hospitales”. Esto le reportó Jesús Salvador Peña Rivas, entonces secretario de Salud y Bienestar Social al patronato, el 31 de julio de 1992.

Fueron 210 vidas las que se acabaron por aquel evento, esa cifra fue la que Gabriel Covarrubias Ibarra, que se desempeñó como presidente del patronato, le confirmó al procurador general de la República, Ignacio Morales Lechuga, el 2 de diciembre de 1992, cuando persistía el rumor de que habían sido mil o más los muertos.
La gasolina que derramó el poliducto de Salamanca-Guadalajara en la colonia Álamo Industrial llegó al colector, donde también había hidrocarburos descargados por plantas industriales y talleres. Con el calor generaron gases explosivos que se almacenaron, pues no pudieron fluir con las obras para la construcción de un sifón por debajo de la Calzada Independencia, que significó un sello hidráulico (EL INFORMADOR 9/3/2009).

Según las investigaciones que realizaron la Procuraduría General de la República y la Procuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco, las labores de demolición, limpieza y reconstrucción del Sector Reforma requirieron un monto aproximado de 33 mil 109 millones 873 mil 920 pesos, millones de aquellos, por supuesto.



“Creímos que se había acabado el mundo…”


Cuando recobró el sentido, advirtió que en lo que fue la esquina de su calle, entre Gante y Silvio García, un enjambre de cables eléctricos trenzados a los postes derrumbados se iluminaban  en espasmos, permitiendo que más allá del humo que cubría todo el obscuro horizonte, se observara la cruda escena que habían dejado los estruendos.  En general, la gente que salvó su vida, en la medida en que el polvo se desvanecía,  se enfrentó a imágenes similares que preñaron toda la zona en que acontecieron las explosiones del 22 de abril de 1992.

“Creímos que se había acabado el mundo”, es un murmullo común.

En contraparte, fue un amanecer luminoso,  “similar al de este día”.  Como a las 10:20 horas, un fuerte estruendo impactó a las afueras de su tienda, cimbrando los muros. Advirtió equivocado, que la causa se debía a que habían chocado su coche.

Segundos más tarde, el refrigerador postrado en una esquina de su negocio “se hizo polvo”, y el cliente con el que conversaba de los olores a gasolina que infestaban desde hace más de un mes a los moradores de la calle Gante, localizada en el Sector Reforma de Guadalajara, sucumbió bajo los escombros. Él, tras los barrotes de su tienda, también había quedado sepultado.

Según la cronología oficial del evento, el señor Juan Ornelas Contreras, padeció la “séptima explosión”, que en punto de las 10:43 horas, cimbró, reventó el asfaltó y derribó los muros del área que parte desde  los cruces de Gante y Silvio García, hacia la Calzada Independencia.

Minutos antes, a las 10:00 en punto,  las tapas de las alcantarillas comenzaron a salir disparadas, dejando a su paso densas columnas de humo. Seis  minutos después, según el 060, se registró la primera llamada de auxilio; justo antes de que un autobús  en servicio de la ruta 333, colmado de usuarios,  fuera arrojado por la andanada de explosiones en la esquina de Gante y Nicolás Bravo. 
“Debió ser después de medio día”, cuando un vecino que vivía frente a su tienda, penetró en los escombros para sacar el cuerpo con vida de Juan Ornelas Contreras.

Desde marzo de ese año —afirma el sobreviviente de 63 años—, los vecinos alarmados ya habían advertido a las autoridades que un día antes, acudieron a la zona sin emprender algún operativo de evacuación por considerarlo en ese momento “innecesario”, que apestaba a gasolina.


La sexta explosión


Para la gente que vivió en carne propia el crudo episodio, es difícil recordar la tragedia sin que la voz sea asfixiada por un quebranto. Javier Hernández Hernández, entonces trabajador de una ferretería localizada en la calle Río Bravo, en su cruce con 5 de Febrero,  conducía una camioneta cuando el estruendo de la “sexta explosión” lo hizo ver por el retrovisor qué lo había golpeado. “Aceleré y sentía que no la libraba. Vi cómo todo el suelo comenzó a volar detrás de mí”.

Su familia, que vive en la colonia Santa Elena Alcalde, lo dio por muerto. Javier había quedado atrapado por las mallas de seguridad instaladas por el Ejército y los cuerpos de Protección Civil.

“Los helicópteros sobrevolaban la zona, de verdad pensamos que se acababa el mundo”.

Confundido, el joven de 22 años buscó la ferretería en donde trabajaba para reportarse con su patrón, pero ésta ya no existía. Ileso, convivió todo el día con los sobrevivientes. Sin embargo, antes del anochecer creyó que era el momento de regresar con su familia. Sus padres lo recibieron en llanto. “Ya se habían hecho a la idea de que había muerto”.

Javier llegó a su casa a las siete de la noche, momento en que los habitantes de colonias como Echeverría, Polanco, Zona Industrial, 18 de Marzo, El Fresno, 8 de Julio, Ferrocarril, La Nogalera, Morelos, Echeverría, Polanco, 5 de Mayo y Miravalle permanecían alertados por las autoridades “ante cualquier evento que pudiera ocurrir”.  También, a las siete de la noche, las  imágenes que habían captado las cámaras de televisión ya eran transmitidas a todo el país y fuera de éste, junto a los listados de algunos sobrevivientes o cuerpos que pudieron ser rescatados o identificados por los elementos de seguridad. Todo, en un día.

No se olvida


A 17 años de distancia, en las distintas zonas manchadas por la tragedia del 22 de abril, sus moradores, los que permanecieron, y los que se mudaron y regresaron como Juan Ornelas Contreras, tratan de olvidar. Sin embargo, el color del asfalto y las fachadas aún delata que el recuerdo está presente. 

De los culpables…. ni siquiera es un tema que se quiera tratar por los sobrevivientes. A Juan Ornelas —reconoce— se le indemnizó por los daños ocurridos, pero no sabe a ciencia cierta cómo cuantificar en pesos una vivencia que lo marca hasta el momento.

A Sara Ramírez Casillas, psicóloga de 27 años, y habitante de las calles que circundan la Plaza de la Bandera, aún la invaden las imágenes de gente mutilada emergiendo de la nada y corriendo para salvarse de algo indescifrable. Le cuesta trabajo escuchar las sirenas de ambulancia.

En general, los distintos pobladores de la ciudad, recuerdan desde su experiencia el 22 de abril.
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