Jalisco
En boca tapada
SEGÚN YO
Pero mi real y sobrada angustia obedece a que, parodiando al virtuoso e inspirado Joan Manuel Serrat, “he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he transitado en cien tiendas y atracado en cien bodegas”, sin haber conseguido un solitario y miserable cubre bocas para protegerme el cuello, como lo hacen las decenas de prójimos que he observado a mi alrededor y que, como yo no he adquirido uno para usarlo de collar, hasta se me quedan viendo feo, como reprochando visualmente mi irresponsable temeridad y el caso omiso que hago a las telúricas prevenciones de los entendidos.
En boca tapada, dice la más apocalíptica de mis vecinas, no entran virus, y por primera vez en mi vida, con todo y lo gorda que me cae, no puedo más que concederle toda la razón, porque estos bichos microscópicos pueden viajar por el mundo, sobrevivir a los antibióticos comunes, mutar a configuraciones más agresivas, recomponer su estructura para adaptarse a nuevos medios y multiplicarse a una velocidad inimaginable, pero los desdichados no han encontrado la manera de metamorfosearse para traspasar la imbatible barrera que garantiza un cubre bocas.
No cabe duda que la tecnología en la fabricación de estos demandados artilugios, ya sean blancos, azules o percudidos; de manufactura local o extranjera; para uso industrial, clínico o doméstico ha avanzado a tan agigantados pasos, que ha logrado el milagro de que una ligera capa de algodón sostenida con un elástico del mínimo grosor sea capaz de exorcizar a un microorganismo oportunista y chocarrero que ha puesto de cabeza al mundo, al punto de hacerle pasar a segundo plano su economía garrotera que ya estornudó, tosió, se constipó y casi se encuentra clínicamente muerta.
Empero, sin desestimar la seriedad del asunto ni aprovechar el aislamiento forzado, como lo han hecho algunos ociosos irresponsables, para hilvanar y divulgar por la red su escepticismo traducido en fantasiosas conjeturas sobre la criminal invención de una pandemia que distraiga la atención, no puedo dejar de ponderar la inobjetable ventaja de que buena parte de la sociedad se tape la boca para que no le entre algún bicho, pero sobre todo, para que no le salgan palabras tan necias, como las de mi susodicha vecina, empeñada hasta ahora en organizar un simulacro del Apocalipsis en el edificio que compartimos. No ha esparcido sus sandeces con más efectividad porque, bendito mi padre Dios, se ha embozado con dos cubre bocas, reforzados con un paliacate remojado.
patyblue100@yahoo.com
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