Jalisco
El problema está en otra parte
La cultura política mexicana tiene muy poco respeto por el dinero público. Los primeros en no respetarlo somos los propios ciudadanos
La cultura política mexicana tiene muy poco respeto por el dinero público. Los primeros en no respetarlo somos los propios ciudadanos, que consideramos que son los gobiernos de fulano o mengano los que hacen las obras, una herencia que va más allá del pristosaurio y ancla sus raíces en la Colonia. El Gobierno mexicano es experto en saludar con dinero ajeno, y a los ciudadanos en general, que hemos convertido la evasión de impuestos en deporte nacional, nos duele poco el mal gasto del erario. Siempre hablamos de la obras que hizo tal o cual gobernador, o tal o cual presidente. Decimos que el gobernador “donó” un dinero o que el presidente municipal “ayudó” a tal colonia. Ellos no donan ni ayudan, gastan nuestro dinero y generalmente lo hacen mal.
Sin duda, cualquier cosa que se haga para evitar el gasto discrecional es buena, pero pensar que el problema se resuelve con una ley hecha con dedicatoria para González Márquez es un error, cuando no una tomadura de pelo.
El primer y mayor mal gasto de los gobiernos y la entidades públicas es la nómina. Es ahí donde más se malgasta en los tres niveles de Gobierno. Nombrar en un puesto público a una persona que no tiene el perfil profesional, porque es amigo o da votos en las asambleas, es la forma más común de malgasto. Pero como en esa forma de corrupción también participan, y con singular alegría, los diputados, nadie ha propuesto ni propondrá un ley que regule la discrecionalidad de la nómina. El otro gran tema es el jineteo del dinero. El uso y reporte de los intereses generados por los dineros públicos es lo más poco claro en las administraciones estatales y municipales. Pero, otra vez, como todos participan de ese vacío legal, nadie se mete al tema (entre gitanos no se leen las manos y entre políticos no se miden las uñas).
La flexibilidad en el presupuesto es fundamental para la buena administración de cualquier empresa o gobierno. El
problema está en el equilibrio entre flexibilidad y rendición de cuentas. El juego del Congreso es mediático. De nada va a servir “amarrarle las manos al gobernador” si no cambiamos las reglas del juego presupuestal. El problema, diputados, está en otra parte.
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