Jalisco

El infierno, el narco, Germán

Salí de la sala sacudido luego de ver lo que me pareció una buena película. Pero también sacudido por la noticia de la partida de Germán Dehesa

El jueves 2 de septiembre, poco después de las ocho de la noche, en plena proyección de la premiere de la película “El infierno”, de Luis Estrada, me susurraron la pregunta que en realidad para mí era una predecible pero mala noticia: “¿Ya sabías que murió Germán Dehesa?”.

Por unos instantes le perdí el hilo a la cinta que, desde antes de su estreno, ya navegaba en la polémica de los medios. Es filosa como las sierras que cortan dedos o cercenan cabezas en sus escenas; es contundente como los rafagazos de metralleta o los granadazos que descuartizan cuerpos para ser apilados frente a la finca del enemigo con el que se pelea la plaza por el negocio del narcotráfico; es puntillosa como el léxico con el que se cuentan las leyendas de los jefes mafiosos en los corridos.

Así es “El infierno” de Estrada, así de cruda y de convulsiva. Pero no es peor que la realidad que vemos retratada todos los días en los diarios y las tomas televisivas.

Salí de la sala sacudido luego de ver lo que me pareció una buena película. Pero también sacudido por la noticia de la partida de Germán Dehesa, periodista, escritor, dramaturgo y, por encima de todo eso, lector voraz y maestro del idioma, de las letras, de la literatura de buena factura. Poseedor de un humor a prueba de tragedias, ajenas y personales, exponente como pocos de la realidad cotidiana del mexicano común y el grosero contraste que ante ella hacen los políticos con sus despilfarros, desatinos y desplantes, Dehesa había anunciado su muerte una semana antes, enterado por los médicos del voraz crecimiento de un cáncer hepático que le consumía la existencia desde hacía meses.

Ese jueves 2 de septiembre, el espacio que ocupaba cotidianamente la columna de Germán había quedado vacío con un simple aviso de que su prosa regresaría en breve. Ya no ocurrió. Poco después de las seis de la tarde, sentado en “su sillón favorito” y rodeado de sus familiares y colaboradores más cercanos, Germán Dehesa murió a los 66 años de edad.

Ni en los peores momentos de su existencia, este singular mexicano había dado muestras de pesadumbre. Exactamente 21 años antes de su fallecimiento, el 2 de septiembre de 1989, convalecía de un infarto y desde la Unidad Coronaria del Hospital Español escribía sus columnas periodísticas y narraba con humor que ahí, en el centro de la sala en la que una decena de enfermos compartían médicos y tratamientos, había un reloj con publicidad de la funeraria Gayosso. “Para mí, todo es ver el lúgubre reloj, para inmediatamente imaginarme mi funeral con sandwichitos de paté…”, escribió.

Algunos años después del percance cardiaco, se publicaría una recopilación con artículos suyos, escritos todos durante el sexenio de Salinas de Gortari, bajo el título “¡Fallaste, corazón!”, en alusión a la inolvidable canción de Cuco Sánchez. Ahí Dehesa advertía: “El sistema se está cayendo, pero se nos está cayendo encima y, por lo pronto, lo que se avizora es una tierra baldía donde sólo medran los narcos, los dinosaurios y los caciques. Todo está por rehacerse, por refundarse, por inventarse”.

Pero hemos fallado. Así lo pinta “El infierno” de Luis Estrada. Así lo dice la diaria realidad.
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