Jalisco

El dinero es el principal divisor social

La Encuesta Nacional de Discriminación señala que los mexicanos ven a la riqueza como un separador más grande que la religión

GUADALAJARA, JALISCO (08/JUN/2011).- La idea de clases sociales sigue viva en la sociedad mexicana. El dinero es la principal diferencia entre los mexicanos, según se desprende de los datos que arroja la Encuesta Nacional de Discriminación, presentada este año por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).

Según la encuesta, seis de cada 10 mexicanos consideran que el dinero es, por mucho, la principal causa de diferencias entre personas que habitan una comunidad.  Solamente una persona de cada ocho, contestó que el dinero no separa en “nada” a los mexicanos, un porcentaje muy marginal en comparación con aquellos que consideran que el dinero separa “mucho” a las personas. Así, los mexicanos reivindican a la desigualdad económica como uno de los flagelos más agobiantes que inhiben la unidad y la solidez de los lazos sociales.

La opinión respecto a la capacidad divisora de la riqueza, es compartida, casi uniformemente, por los distintos niveles de desarrollo socioeconómico. Sin embargo, la población situada en los niveles más altos de confort son, también, los que más ven en el dinero un instrumento de separación (63.9%). Los estratos socioeconómicos ubicados como clases medias (media-alta y media-baja) son los que menos perciben separaciones a raíz de los recursos económicos (57.9-59%). Por su parte, los deciles más afectados por la inequitativa situación económica del país, al igual que los más favorecidos monetariamente, presentan altos niveles de opiniones negativas respecto al papel del dinero en la sociedad (60%).

Los entornos que resultan propensos para materializar un sinnúmero de discriminaciones producto de las disparidades económicas son desde lugares de recreación (antros, bares, etc.) hasta escuelas u hospitales. En la Zona Metropolitana de Guadalajara, la discriminación por motivos económicos, tanto en escuelas particulares como en planteles públicos, crece día a día. Una tercera parte de los mexicanos considera que han sido discriminados por su situación económica, o para ser más específico, por “no tener dinero”. Dicha discriminación ha conllevado violaciones a sus derechos más elementales. Así, el dinero se ha convertido en la principal razón por la cual un tercero no respeta los derechos de las personas, superando a la apariencia física (24.5%) o la religión (20.5%). Para los mexicanos, el color de la piel no constituye un rasgo que genere altos niveles de discriminación (18%).

Diferencian partidos políticos de ideología

Las encuestas sobre cultura política en México han demostrado el bajo nivel de politización que vive la sociedad mexicana. A la gente no le gusta hablar de política, y aquella frase de los padres “en la mesa no se habla de política”, sigue imperando en muchos de los hogares en México. Sin embargo, para la sociedad, los partidos políticos son la segunda causa de división entre los mexicanos, sólo por detrás del ya mencionado caso del dinero. 46.9% de los encuestados cree que los partidos políticos dividen “mucho” a los miembros de una comunidad. Porcentaje que supera al 39% que ve en las ideas políticas un motivo de disociación entre los ciudadanos. Así, es evidente que para muchos mexicanos las ideas políticas y los partidos políticos no son la misma cosa, o, en otros casos, opinan que navegan por rumbos distintos.

Uno de los hechos sorprendentes, esbozados en la encuesta, es la tolerancia que muestran los mexicanos para aceptar a personas que no profesan la misma religión. Para los encuestados, el credo religioso es la tercera causa que menos divide a la sociedad, sólo por delante de la etnia y los migrantes. En este sentido, los mexicanos consideran que la religión separa “poco” a los miembros de una comunidad.


Crónica

Tú te quedas afuera, sólo tu amiga puede pasar

La distancia entre la calle y el ambiente musical de un antro nunca es tan grande como cuando se pone a medio camino un cadenero, encargado de vigilar que ninguno de los jóvenes dispuestos a divertirse se escape de los parámetros de belleza y percepción económica, que han sido depositados en el despiadado criterio del cadenero.

Marisela es una chava de esas catalogadas socialmente como “bien”; estudió en el Cervantes Costa Rica y, ahorita, cursa últimos semestres de la carrera de comunicación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Su vida siempre ha girado alrededor de los sitios de moda para la fiesta: bares, antros, restaurantes, etc. Ella no está acostumbrada a vivir en el anonimato de la socialité. Al contrario, mucho de su vida está plasmado en las páginas de sociales, donde aparece abrazada de amigas con apellidos largos y extravagantes.
Sin embargo, un día su vida cambió abruptamente. Aquel 21 de febrero le tocó sufrir el otro lado de la moneda: el sentimiento de exclusión y la humillación de haber quedado fuera de uno de sus lugares favoritos.

Como todos los viernes, Marisela tomó su automóvil, pasó por María Fernanda, que ya estaba lista con uno de sus mejores atuendos. Las dos perfumadas y maquilladas, buscaban un vertiginoso final de semana. Marisela condujo a su antro favorito, localizado en la arista Norte de la Avenida Patria. Tras unos minutos de esperar que el valet parking del lugar estacionara su camioneta, Marisela caminó hacia la puerta a saludar al “Mike”, popular cadenero que no se cansaba de recibir halagos y abrazos de los asistentes que intentaban acelerar su proceso de entrada. Marisela nunca había visto el antro tan lleno, “casi siempre conozco a la mayoría de la gente o por lo menos los he visto, pero ese día estaba atascado”. Marisela, acostumbrada a cruzar rápidamente de la zona de espera al antro con las miradas envidiosa de la multitud expectante, caminó hacia “Mike”, pensando que la larga espera simplemente era una confusión o una desatención del cadenero. Sin embargo, al llegar a la puerta, “Mike” le dijo: “Princesa, no me lo tomes a mal, pero has engordado en los últimos meses y el lugar está muy lleno, no te puedo dejar pasar, sólo tu amiga puede entrar”.

Muchas de las certezas de Marisela se derrumbaron al concebir a ese espacio tan propio en un pasado, como un lugar inexpugnable, un antro de “gente diferente a ella”. A pesar de los apoyos reiterados de su amiga María Fernanda, “no importa, este lugar no vale para nada”, Marisela sintió, al fin, las heridas de cientos de mujeres que quedan fuera de los antros y bares de Guadalajara, simplemente por su apariencia o su condición socioeconómica.
“Uno aprende sólo en carne propia”, comenta Marisela, con el recuerdo de aquel momento todavía vivo.

¿En qué se fija un cadenero para dejar entrar a alguien a un antro o bar?


1. Los chavos son los que más gastan dinero; por lo tanto, los grupos de muchas mujeres entran automáticamente al antro.

2. Los automóviles en los que llegan los clientes constituyen una pista inicial de su poder adquisitivo.

3. La forma en que se viste la gente; en muchos antros y bares, las chanclas, los shorts y las cachuchas están categóricamente prohibidas.

4. Que ni las mujeres ni los hombres estén tan feas o feos, “la gente quiere ver gente bonita en los antros”.

5. De preferencia, dilatar lo más posible la entrada de grupos completos de hombres, para que las mujeres solteras y disponibles sean una proporción mayor que los hombres.
Grupos vulnerables, fuera del mercado laboral

Discriminación en las empresas

De acuerdo al Cereal, las agencias de colocación son las que normalmente violan la Ley Federal del Trabajo

¿Tiene tatuajes? ¿Está embarazada? ¿Tiene VIH? ¿Ha pertenecido a algún sindicato? ¿Qué religión practica? En las agencias de colocación estas preguntas son frecuentes y en la mitad de los casos van acompañadas de exámenes de ingravidez o de pruebas para detectar alguna enfermedad, y de un escaneo general de la imagen del solicitante. Y aunque sean prácticas comunes, no dejan de ser discriminatorias y violatorias de la Ley Federal del Trabajo.

Encontrar empleo, de por sí es complicado. Pero puede dificultarse más si se tienen algunas características estigmatizadas en el mercado laboral. De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, realizada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la dificultad de conseguir empleo es el principal problema de los grupos vulnerables.
La encuesta revela que en la región de Colima, Jalisco, Michoacán y Nayarit, casi cuatro de cada 10 miembros de un grupo étnico creen no tener las mismas oportunidades que los demás para conseguir trabajo, mientras que en el Sur del país, donde es más visible la diversidad cultural, consideran que es más fácil.

Asimismo, cinco de cada 10 jóvenes de nivel socioeconómico muy bajo afirmaron que no los aceptan en las empresas debido a su apariencia. Lo que sucede, de acuerdo a Conapred, es que en muchas empresas persisten los estigmas de que su apariencia se relaciona con falta de educación, cultura y chicos banda.

En el caso de los adultos mayores, 56.8% señaló que sus ingresos no son suficientes para cubrir sus necesidades y que su principal problema es que no les dan empleo. Para los migrantes y las personas con discapacidad es la misma situación, lo cual se dispara en ciudades como Puebla, Tlaxcala y Guadalajara.

Para el Conapred, lo anterior “refuerza la idea de que tener más de una característica que genera discriminación agudiza la situación de las personas en situación de vulnerabilidad”.

Las personas con VIH/Sida se encuentran entre las que tienen más dificultad para conseguir un empleo, además de que hay un subregistro de la discriminación hacia este sector. Si les hacen exámenes de sangre, quedan descartados de facto. La única manera de entrar a alguna empresa es ocultando su enfermedad mientras conserven buen estado de salud.

Gabriela Salazar, quien trabaja en la asociación Mesón de la Misericordia, comenta que la mayoría de las personas que atienden en la asociación no tienen trabajo, a pesar de que cumplen con las capacidades físicas y cognitivas. “Muchos no consiguen empleo y los que sí tienen, son despedidos cuando los jefes se enteran de que tienen VIH”.

Empresas de Jalisco, pioneras en políticas incluyentes

En contraparte al escenario laboral adverso, desde 2008 surgió en Jalisco un programa de empresas socialmente responsables que han decidido no aplicar la prueba de detección de VIH con fines de exclusión e incluir programas de prevención de infecciones de transmisión sexual.

Este proyecto es pionero en México y sigue la recomendación número 200 sobre el VIH y el mundo laboral de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Lo impulsa el Consejo Estatal para la Prevención del Sida (Coesida) en coordinación con la Red de Vinculación Laboral.

Las empresas que están en el programa son: Jabil Circuit de México, Moly-Cop México, Grupo As, Distribución Ingusa, Procesadora Metálica, Industrias Gutiérrez, Planta Tanques, Planta Cilindros, Desarrollo de Productos, Nueva Automotriz Occidental y Navidad Árbol.

Discriminan en lo oscurito

Jorge Barajas, coordinador en Guadalajara del Centro de Reflexión y Acción Laboral (Cereal), comenta que de acuerdo a los casos que reciben al año (alrededor de dos mil), la discriminación más visible es hacia las personas tatuadas y hacia las mujeres embarazadas.

“Les preguntan si están embarazadas o si piensan estarlo. A veces les cuestionan hasta cómo es su vida sexual, si activa o nula. En otros sitios preguntan sobre religión y practicamente en todos los sitios, si pertenece o ha pertenecido a algún sindicato”.

Este tipo de preguntas son más comunes en agencias de empleo, pues tienen procedimientos estandarizados para subcontratar y su objetivo es poner filtros para el personal que será contratado.

De los dos mil casos en promedio que el Cereal atiende anualmente por discriminación, en la mitad se solicitó examen de ingravidez, con el argumento de que es una política antidrogas o para detectar enfermedades como la diabetes. “Pero sabemos por ex empleados de agencias o de recursos humanos que lo que buscan es ver si la persona está embarazada o tiene VIH”.

Jorge Barajas señala que estadísticamente las mujeres embarazadas son a las primeras a las que no contratan porque “suponen un costo laboral”. Le siguen los que han estado en un sindicato y los tatuados o que no encajan en la empresa por su forma de vestir o hablar.

En el Norte y el Centro del país también se dan estas prácticas, pero son mucho más conocidas, dice Jorge Barajas; “Los trabajadores pueden conocer por qué los rechazaron y entonces puede acudir a una autoridad laboral”, dice Jorge Barajas, en cambio, en Jalisco la práctica es más secreta, “tal vez por lo cultural. En recursos humanos saben que es ilegal, que está mal, pero por cuestiones morales o prevenir juicios hacia su persona, lo hacen de manera oculta”.

El trabajo doméstico, vinculado a la historia de la esclavitud

Estiman que el salario debe ser de 250 pesos diarios


En México, nueve de cada 10 personas que se dedican al trabajo del hogar son mujeres y de éstas, 95% no tiene acceso a servicios de salud por parte de su empleador y ocho de cada 10 carecen de prestaciones laborales, de acuerdo a un estudio que realizó en 2011 el Consejo Nacional para Erradicar la Discriminación (Conapred).

El trabajo que realizan las trabajadoras del hogar es considerado social y económicamente inferior, se les asignan bajas remuneraciones, no cuentan con prestaciones sociales y tienen poca capacitación.

El Conapred define este empleo como aislado y prácticamente invisible, lo que facilita la vulnerabilidad de las personas que trabajan en este ámbito, a pesar de que es un trabajo necesario para la vida productiva y económica del país y de las familias, pues en 1.3 millones de hogares del país, contratan empleo doméstico; muchas personas prefieren trasladar las tareas que no quieren o no pueden hacer.

En el documento de la organización, dice ésta “es una de las ocupaciones más antiguas e importantes desempeñadas por muchas mujeres en numerosos países. Está vinculado a la historia mundial de la esclavitud, el colonialismo y otras formas de servidumbre. En sus manifestaciones contemporáneas es un fenómeno mundial que perpetúa las jerarquías basadas en la raza, el origen étnico, pertenencia a un grupo autóctono, la casta y la nacionalidad”.
El Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar ha calculado que un salario decente debería ascender a por lo menos 250 pesos por día para las empleadas del hogar externas y seis mil pesos mensuales para las internas. En Guadalajara, el pago común es de entre 100 y 200 pesos.

También se sugiere que se realice un contrato de trabajo por escrito que establezca periodo de prueba, salario digno y justo, jornada laboral justa, seguro social (puede ser un régimen voluntario), vacaciones, aguinaldo, indemnización y un trato respetuoso.

Requisito

“Buena presentación”, una exigencia


Es común encontrar la leyenda “buena presentación” entre los requisitos para solicitar un empleo. La lógica lleva a considerar que implica un “buen” vestir e higiene personal.

Sin embargo, “buena presentación” es una forma de discriminar y codifica un rechazo a quienes no pertenecen a la norma racial o física considerada deseable.

En la web son comunes historias de personas que fueron descalificadas por su apariencia: en su blog, Lula relata que en su búsqueda de empleo entregó varias solicitudes, contaba con experiencia y además se actualizó, aprendió computación y trató de mejorar su inglés, pero tres factores le impidieron encontrar empleo: “Mi edad  (hace mucho dejé de tener 25 años),  mi estado civil (siendo mujer, te exigen ser soltera y sin hijos) y mi aspecto físico (ni de chiste soy talla siete, jamás lo fui, ni de adolescente)”.

La discriminación comprende cualquier distinción, exclusión o preferencia basada en motivos de raza, color, sexo, religión, opinión política, ascendencia nacional u origen social que tenga por efecto anular o alterar la igualdad de oportunidades o de trato  en el empleo y la ocupación, de acuerdo con la OIT.

Crónica

Sin vacantes para personas con VIH


Como cualquier egresada de la licenciatura, Leticia —nombre ficticio— se incorporó de inmediato al mundo laboral y trabajó en distintos sitios relacionados con sus estudios. Con su salario podía mantenerse, se compró su primer vehículo y hasta le alcanzó para ahorrar algo de dinero. Se casó y cuando iba a tener a su primer hijo dejó de trabajar para poder cuidarlo durante un año. En ese periodo, se enteró de que su pareja y ella tenían VIH.

Él murió al poco tiempo y con el dinero del seguro se mantuvo un par de años, pero llegó el punto en el que Leticia tuvo que salir a buscar trabajo. Necesitaba alguna empresa en la que no hicieran exámenes de sangre, pues al conocer su enfermedad, sabía que el rechazo sería contundente. En algunos periodos consiguió empleos con salarios muy bajos que anteriormente no hubiera aceptado, pero por su situación de salud se olvidó de su formación profesional.

Después de algún tiempo, una amiga le ofreció contratarla en una dependencia federal y Leticia aceptó emocionada, aunque sabía que estaría sometida a que cada seis meses le renovarían el contrato. En la oficina todos la conocían porque se la pasaba contando chistes y bromeando con los compañeros. Su alegría reflejaba un estado de salud intacto, hasta que el virus se multiplicó y las defensas comenzaron a bajar: aparecieron vómitos y diarreas continuas. Se esfumaron algunos kilos. Su energía comenzó a debilitarse y descubrió que tenía tuberculosis. Perdió más peso y hasta el color de su rostro cambió.

Su amiga comenzó a distanciarse, dejó de acercarse a platicar o a revisar temas del trabajo. Un día le pidió que fuera a su casa para platicar. Le explicó que la situación se estaba complicando y que los “jefes” comenzaban a preguntar qué pasaba con su salud: si alguien en la oficina se enteraba de que la contrató sabiendo que tenía VIH, ambas serían despedidas. Después de darle vueltas al tema, su jefa le dijo que tenía que tomar una decisión muy “dolorosa”, pero que no había opción: no le podía renovar el contrato.

De un día para otro, Leticia se encontró en fase terminal y sin trabajo. Pudo continuar con servicios de salud gracias a que quedó protegida por viudez. Sin embargo, de ahí en adelante —hasta que murió— tuvo que vivir del apoyo económico de sus familiares.

En las organizaciones que abordan el tema del VIH, es común que reciban a personas sin empleo y que, en ocasiones, no tienen ni “para comer. El problema es que ninguna empresa los quiere contratar”, señala Gabriela Salazar, del Mesón de la Misericordia.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando