Jalisco
El coterío abandonado
Nunca se cuestionó qué tipo de vivienda y dónde se estaba haciendo
El caso Tlajomulco es paradigmático de una política de vivienda que, si bien tuvo virtudes, también mostró enormes defectos y generó nuevos problemas. Durante el sexenio de Vicente Fox la producción de vivienda fue realmente industrial. Se abrió el esquema de créditos de tal manera que por primera vez en décadas las clases medias tuvieron nuevamente acceso a una casa. Lo que nunca se cuestionó fue qué tipo de vivienda y dónde se estaba haciendo. Con tal de hacer casas y crear una oferta para una demanda pujante, se dieron permisos de construcción de fraccionamientos gigantes, literalmente pequeñas ciudades-coterío, en los ejidos de las afueras de la ciudad. Nadie se preguntó cómo se iba a transportar a esa gente, cómo se le iban a dar servicios, qué tipo de convivencia se estaba creando.
Simplemente se abrió la oferta como si un conjunto de casas hicieran ciudad. Hoy, Tlajomulco tienen un doble problema: además de 105 mil casas habitadas que demandan urgentemente servicio, tiene 57 mil casas deshabitadas, sea porque los compradores prefirieron abandonarlas y perder su hipoteca antes de seguir viviendo a hora y media o dos horas de sus trabajos, o bien porque hubo una sobre oferta, un exceso y tráfico de permisos de construcción en el que, a la larga, todos perdieron: perdió el promotor, perdió el municipio y perdieron los vecinos.
Para la ciudad también es un problema. La gran tragedia de esta ciudad es que ha perdido densidad. La diáspora habitacional ha provocado que todo en la ciudad sea más caro y más difícil: el transporte, el servicio de agua, la vigilancia preventiva, la seguridad. La Zona Metropolitana de Guadalajara va a tener en los próximos 30 ó 40 años 1.8 millones de habitantes más. Hoy hay vivienda disponible para 750 mil de ellos. Esto es, tenemos oferta suficiente para absorber el crecimiento de los próximos diez años.
Evidentemente que esa oferta se compone, en gran medida, de inventario chatarra, lo que provocará que siga la dispersión, baje la densidad y se haga aún más difícil la administración eficiente de la metrópoli.
Hay realmente poco qué hacer, más allá de aprender de los errores del pasado. Lo ideal, en el caso de los coteríos del Infonavit, sería convertir las casas abandonadas en espacio público, pero es más fácil ver a Santa Clos entrando por una chimenea, que a un burócrata tomando decisiones.
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