Jalisco

El caso Jurado Belloc

LA CRÓNICA NEGRA

Siete de la mañana. Suena el despertador y el potente sonido que arroja termina con la tranquilidad que, momentos antes, imperaba. Es la hora de levantarse y arropar al niño, pues debe estar en el colegio en menos de una hora. Un ligero coqueteo con el espejo para cerciorarse de que la imagen reflejada le permita salir a la bella madre de familia y, una vez que su hijo está listo, llevarlo al auto. No olvidar la mochila, el refrigerio y, por supuesto, las llaves... de otro modo: ¿Cómo llegar a tiempo?

Tres personas en la casa, pero sólo dos de ellas en acción; el tercer habitante simplemente es un espectador.

Los conflictos de pareja ya merman el ambiente; puede, incluso, respirarse un aire por demás denso. La catarsis de Heidi Jurado Belloc siempre es salir de lo que, en teoría, se trata de su hogar. La tensión acumulada a diario difícilmente le permite ver la casa de ensueño que su esposo le prometió; la indiferencia entre ambos es ya una rutina a la cual no termina por acostumbrarse. Después de todo, un juramento de amor precedió al conflicto que ahora significa su —fallido— matrimonio.

La dama trata de olvidar su vida en familia e inserta las llaves en la ranura de encendido; tras cerciorarse que el niño viajaba sano y salvo, el trayecto rumbo al colegio inicia. La última mirada hacia su marido no tiene significado alguno. Está muerta, como su relación. Al final, lo verá por la noche y la historia de su desamor seguirá en curso. Pero eso no sucederá: se trata del cruce final de miradas con Eugenio Ladra Moreno, su marido.

La llegada a la escuela ocurre sin sobresaltos; salvo dos o tres semáforos en rojo que se esfuerzan por impedirle llegar a tiempo, su arribo a la confluencia de la calle Colomos con la Avenida Rubén Darío sucede, y aunque un poco retrasada, la música de fondo en su auto la tranquiliza, tanto así que nunca se percata que un Toyota Camry azul la sigue de cerca.

Heidi llega a la escuela y toma a su hijo de la mano para llevarlo al pórtico de entrada, donde lo despide con un tierno beso. Después regresa a su auto y, a poco de encenderlo, un ruido ensordecedor la ataca por el lado izquierdo. Cinco detonaciones cimbran su humanidad, un hombre extraño le agrede con el detonar de una pistola y, a pesar de que los segundos se vuelven lentos como para permitirse reflexionar sobre el hecho, no encuentra razón por la cual sufrir tal atentado.

La bella mujer dirige su último rastro de memoria al niño que recién despidió; la sombra de la muerte se apodera de ella y desfallece junto a su vehículo. El misterioso ejecutor sube al Camry azul y emprende un rápido escape.

No hay pistas de él. La primera impresión de las autoridades preventivas apunta a un intento de asalto, pero al tomar las riendas del caso, la Policía Investigadora formula una teoría cuya trama es narrada por los medios de comunicación hasta que esta se confirma: parricidio.

A una revisión de antecedentes, la Procuraduría de Justicia constata que no hay mancha alguna en el expediente de Heidi, salvo el trámite de separación. El único sospechoso, pues, es su esposo, con quien —de acuerdo con los familiares de la fallecida— tiene una gran cantidad de problemas que, incluso, habrían rayado en agresiones físicas.

Eugenio Ladra Moreno es buscado en el domicilio donde despidió a su esposa con una fría mirada aquel 23 de enero de 2009. Su huella simplemente desaparece, lo cual refuerza la hipótesis que lo señala como autor intelectual del homicidio. No obstante, para evitar una aprehensión en su contra, el principal sospechoso solicita y obtiene un amparo del Juzgado Primero de Distrito en Materia Penal; lo cual sale a la luz pública el 4 de febrero: 12 días después de que la vida de su esposa fue apagada por un artero pistolero.

Convencido de su inocencia, Ladra Moreno concede innumerables entrevistas a la prensa, lo cual permite a la fiscalía estudiarlo con detenimiento y, a exactamente seis meses del crimen (23 de julio) la deducción del Ministerio Público se evidencia con su captura: él pagó 200 mil pesos para que su mujer fuera asesinada.

El juego mediático simplemente no resulta. La estrategia —finamente planeada— de usar a las televisoras para mostrar inocencia ante cientos de miles de personas en Jalisco, se vuelve en su contra cuando los mismos medios por los cuales trata de burlar el olfato de la autoridad revelan su detención. Sus declaraciones ante la Policía Investigadora son exhibidas días después de aludir inocencia en una charla con los representantes de los medios en la sala que compartía con su familia.

“Yo no sabía qué hicieron con (el arma), ni cuándo ni de qué manera iban a suceder las cosas. Platicándole (al asesino confeso) los problemas que existían en el proceso de divorcio, con el niño, con ella, con el domicilio (...)
él ofreció la situación, yo lo pensé, lo medité y accedí con él…”.

Palabras disonantes al discurso inicial; la culpa queda de manifiesto ante la fiscalía. Y aunque el párrafo final de su declaración cierra con un “completamente arrepentido”, Ladra Moreno es consignado al complejo carcelario de Puente Grande, en espera de que una sentencia dictamine el tiempo que permanecerá tras las rejas, acompañado por aquellos con quienes acordó que la existencia de su mujer valía 200 mil pesos.
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