Jalisco

El banco del teletón

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Por adelantado hago constar que nada, sino simpatía y deseos de cooperar siento por la esforzada encomienda que anualmente reúne a medios de comunicación y sociedad para mocharse en favor de la infancia aquejada por diversos impedimentos físicos que, aunque ahora piadosamente les llamen capacidades diferentes, no cambian su naturaleza limitante para que los pequeños lleven una vida libre, juguetona y despreocupada.

Pero, después de haber pasado más de un mes de fallidas gestiones con cierta institución financiera, me doy cuenta que autonombrarse el “banco del teletón”, responde no sólo a su disposición para hacerse cargo de reunir los dineros recabados en el plano nacional para tan pía obra, sino porque, sin ánimo de ofender, también cargan lo suyo en eso de las capacidades diferentes que, ciertamente, no me inspiran simpatía ni ganas de comprender su lerdo burocratismo.

Aunque fuera de temporada, me traen transitando un calvario que comenzó el día que recibí el recado escrito de un mensajero que pasó a entregarme la reposición de mi tarjeta crediticia, con la advertencia de que me visitaría al siguiente día para conseguir su cometido. Pero, con eso de que a las llamadas horas hábiles me da por trabajar, pegué sobre la puerta la misma misiva para pedirle que lo hiciera un poco más tarde, para evitarle una nueva e infructuosa vuelta.

Efectivamente, el susodicho acató mi petición de cambiar la hora de entrega, pero seguramente entendió al revés, porque acudió un tanto más temprano que el día anterior, con el consecuente y previsible resultado, que me obligó a llamar al servicio de mensajería, para indagar cómo podría yo subsanar el inconveniente. Y con la novedad de que, según me indicaron, ya no era posible acomedirme a nada, puesto que tras dos intentos de entrega sin éxito, mi humilde plástico debía emprender un nuevo viaje de regreso hasta su lugar de origen. En el mismo día, a escasos 40 minutos de haber abortado la misión, acudiendo yo a sus oficinas con todas las identificaciones habidas y por haber, podrían mostrármela, pero no entregármela porque las reglas son muy claras al respecto.

Así las cosas, hube de emprender una nueva odisea telefónica de larga distancia y de visitas personales al banco para salvar el vericueto. Primero, se me dijo que en cinco días la colocarían en mi sucursal local (a la que, al cabo de 10, no llegó); luego, que con toda seguridad aparecería en la siguiente semana y andavete.

En la siguiente indagación telefónica me enteré que la dichosa mensajería había regresado la tarjeta 12 días después de la fecha que debía hacerlo y que mi tarjeta y su modesto disponible se encontraban en las bóvedas bancarias, sin trazas de volver a ver la luz hasta indefinida fecha. Ignoro si viviré para la Navidad de 2011, pero supongo que para entonces, y después de otra buena sarta de telefonazos y reclamaciones, ya podré hacer uso de mi capacidad de endeudarme.

Con razón se llaman a sí mismos el “banco del teletón”, me cae.
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