Jalisco

El agua roja que escupe el rastro municipal

El director se niega a hablar sobre las deudas que el lugar tiene con el SIAPA

GUADALAJARA, JALISCO (9/OCTUBRE/2012).- Se llama Roberto García y tiene 37 años de edad. Los mismos en que ha visto cómo, domingo a domingo “desde hace como 15 años” el rastro municipal de Guadalajara escupe agua roja: sangre a las cañerías.

Desechos que son mandados a las calles. La carnicería tiene su bote de basura “por lo menos dos veces a la semana” en la Avenida López de Legaspi. Es martes, son las 6 de la mañana y esta historia terminará hedionda y con un reportero corrido: no hay espacio en la agenda del director del rastro para que aclaré cuál es el manejo de agua que tienen en la dependencia, que según Proceso (23/Noviembre/2008), debe 80 millones de pesos al Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (Siapa).

En el sur de la ciudad el rastro municipal se despierta antes de que la gente se vaya a dormir. Cuentan los vecinos de la colonia Zona Industrial segunda sección, que por las noches, antes de irse a la cama, empieza el lamento de los animales que son sacrificados para llenar las carnicerías a la mañana siguiente. El hombre de la puerta dos pregunta a dónde se dirige el reportero y cuando se le contesta a la dirección, el cancerbero cede. Si la llegada hubiera sido en camioneta no hay problema.

En el patio de maniobras más de 200 reses están colgadas del techo. Hombres con la fortaleza de Hércules y la cara de indocumentado se echan al hombro el peso que más tarde un ganadero ganará en gramos/oro. Es muy fácil distinguir al dueño del negocio y al trabajador: el primero lleva un sombrero (a pesar de que el sol no ha salido), unos pantalones vaqueros y unas botas. Los trabajadores llevan bata de doctor encima de una sudadera y unas botas de plástico contra las tormentas. Quizá saben de las travesías por las que hay que cruzar: brincar charcos y charcos; a veces rojos, a veces oscuros.

Entre las reses destazadas están los gritos de más de 150 personas quienes, al tiempo que llenan las cajuelas de las camionetas pick up de carne, se beben un café o una canela con piloncillo por nueve pesos.

Un hombre con un gafete rojo pide que guarde el teléfono.  Insiste en que aquí no se pueden tomar fotografías “y si no vienes con nadie, hazme el paro y retírate”. Le digo que quiero esperar al director y me miente “él llega a las nueve de la mañana, si quieres espéralo afuera”.

Voy de camino a la calle y un policía me dice “ahí está el director, ahorita está en una junta”. Y señala a un hombre de bigote amplio, mejillas hinchadas, el pelo cano, que en medio de una bola de empleados, los arenga “vamos a hacer lo posible para que tengan mejores condiciones. Tengo la fortuna de llevar una buena relación con el nuevo presidente municipal”.

Un hombre sale de la formación circular y le reclama “yo no dudo de sus palabras, pero aquí hay muchos compañeros que ayudamos en las campañas y no vemos claro. Anduvimos convenciendo gente, en los cruceros, con calcamonías. Y sabemos que el Rastro toda su vida ha sido priista, porque los panistas nos trajeron como quisieron. Échenos la mano”. Y el hombre que dijeron que era el director le tiende la mano y le dice que así será, asintiendo con la cabeza.

Es tiempo de irse, el empleado que me dijo que le hiciera el paro de retirarme ha vuelto. Tres horas después el fotógrafo querrá ingresar a la dependencia pública, buscando al director, y le negarán el paso.

Y mientras la dirección de Comunicación social tapatía da el aval para una posible entrevista;  los vecinos tendrán que seguir escuchando el coro de los cerdos por la noche y tendrán que oler, de manera irremediable, el agua roja del Rastro. Sin saber siquiera si esa agua ya es pagada al Siapa.

EL INFORMADOR / OMAR GARCÍA



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