Jalisco
El Día de la Tierra
El Día de la Tierra, desde su origen, surgió como un festejo compartido, propio de la sociedad civil mundial
Parcamente se recuerda ya otro año cumplido desde aquellas atroces explosiones de nuestra cañería urbana. En el resto del mundo, el 22 de abril sigue siendo motivo para celebrar lo que es común a todos sus habitantes: es el día de nuestro planeta, la Tierra.
Aquello que nos es lo más común a todos los terrícolas, es precisamente lo menos común en todo el universo magnánimo. Lo más raro del universo es encontrar un planeta que presenta vida, así como nosotros la conocemos. Una vida que se mantiene en una delgada capa esférica que la envuelve como piel planetaria: todo aquello que llamamos seres vivos, incluyendo los ecosistemas que sostienen sus existencias.
El grosor de la biosfera mide apenas 1% del diámetro de la Tierra (equivale más o menos a la extensión horizontal de la región metropolitana emergente de Guadalajara). Esa capa delgada que es nuestra casa común, es lo menos común de este mundo raro entre todo lo que hay. La mayor parte del planeta es una cálida masa de roca líquida en su manto y núcleo central.
Los seres humanos llegamos ahora a una etapa de nuestra evolución en que, gracias a la prosperidad de la ciencia y la tecnología, hemos adquirido el poder de transformar cuanto nos rodea de innumerables maneras y a una escala sin precedentes. Sin embargo, hoy es un sentimiento muy compartido que la calidad real de nuestras vidas está siendo desmejorada cada día debido a la destrucción constante que hacemos de nuestro entorno natural para hacernos de tantos bienes artificiales que producimos para sentirnos mejor y congraciarnos más.
Desde la década de los años sesenta, algunos movimientos sociales han mostrado una desconfianza hacia los “costos ocultos” del progreso. Debido a los ambiciosos años de acelerado crecimiento económico posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las afectaciones negativas al medio ambiente fueron tan graves que, en 1970, surgió una promulgación ciudadana que animó una celebración general de la población civil de los Estados Unidos de América y que tuvo como resultado establecer el 22 de abril como Día de la Tierra. Todos los años se reitera esta dedicación, cuya causa se ha extendido ya a muchos pueblos. El Día de la Tierra, desde su origen, surgió como un festejo compartido, propio de la sociedad civil mundial.
Esa inquietud por un entorno saludable tomó importancia y se elevó hasta los altos niveles de los gobiernos mundiales. Dos años después, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó al 5 de junio como el “Día Mundial del Medio Ambiente”, con miras a hacer más profunda la conciencia mundial de la necesidad de proteger y mejorar el medio ambiente con políticas públicas oficiales. Ese día, conmemorado cada año con un eslogan rector oficial, es quizás el principal medio por el cual la ONU fomenta una alerta mundial sobre el medio ambiente, buscando promover la atención y la acción gubernamentales, ya que pocos gobiernos locales considerarían por sí mismos al tema medioambiental con mínimo interés.
Aquello que nos es lo más común a todos los terrícolas, es precisamente lo menos común en todo el universo magnánimo. Lo más raro del universo es encontrar un planeta que presenta vida, así como nosotros la conocemos. Una vida que se mantiene en una delgada capa esférica que la envuelve como piel planetaria: todo aquello que llamamos seres vivos, incluyendo los ecosistemas que sostienen sus existencias.
El grosor de la biosfera mide apenas 1% del diámetro de la Tierra (equivale más o menos a la extensión horizontal de la región metropolitana emergente de Guadalajara). Esa capa delgada que es nuestra casa común, es lo menos común de este mundo raro entre todo lo que hay. La mayor parte del planeta es una cálida masa de roca líquida en su manto y núcleo central.
Los seres humanos llegamos ahora a una etapa de nuestra evolución en que, gracias a la prosperidad de la ciencia y la tecnología, hemos adquirido el poder de transformar cuanto nos rodea de innumerables maneras y a una escala sin precedentes. Sin embargo, hoy es un sentimiento muy compartido que la calidad real de nuestras vidas está siendo desmejorada cada día debido a la destrucción constante que hacemos de nuestro entorno natural para hacernos de tantos bienes artificiales que producimos para sentirnos mejor y congraciarnos más.
Desde la década de los años sesenta, algunos movimientos sociales han mostrado una desconfianza hacia los “costos ocultos” del progreso. Debido a los ambiciosos años de acelerado crecimiento económico posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las afectaciones negativas al medio ambiente fueron tan graves que, en 1970, surgió una promulgación ciudadana que animó una celebración general de la población civil de los Estados Unidos de América y que tuvo como resultado establecer el 22 de abril como Día de la Tierra. Todos los años se reitera esta dedicación, cuya causa se ha extendido ya a muchos pueblos. El Día de la Tierra, desde su origen, surgió como un festejo compartido, propio de la sociedad civil mundial.
Esa inquietud por un entorno saludable tomó importancia y se elevó hasta los altos niveles de los gobiernos mundiales. Dos años después, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó al 5 de junio como el “Día Mundial del Medio Ambiente”, con miras a hacer más profunda la conciencia mundial de la necesidad de proteger y mejorar el medio ambiente con políticas públicas oficiales. Ese día, conmemorado cada año con un eslogan rector oficial, es quizás el principal medio por el cual la ONU fomenta una alerta mundial sobre el medio ambiente, buscando promover la atención y la acción gubernamentales, ya que pocos gobiernos locales considerarían por sí mismos al tema medioambiental con mínimo interés.
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